Emma Navarro, cuando la pasión por el tenis supera al dinero

Navarro no estaba demasiado interesada en el tenis cuando era pequeña, aunque una de sus hermanas sí que escogió enseguida ese camino, y también uno de sus hermanos. «Mi hermano (tiene tres) sí veía mucho. Solía levantarse a las cinco de la mañana para intentar ver aunque fuera el quinto set de algún partido. Si se jugaba en Australia, se quedaba hasta medianoche; y alguna vez me unía a él, pero yo no veía mucho tenis. Pero sí que tengo un recuerdo especial de ver a Nadal y a Federer en las finales de Wimbledon. Y eso es lo que pensaba cuando he salido a jugar hoy, que era el mismo sitio en el que ellos jugaron». Pero casi no pudo escapar del deporte, pues su abuelo es Frank Navarro, entrenador de fútbol americano, y su padre, Ben, adquirió el torneo de Cincinnati.

Pero Ben es mucho más. Un magnate que compró terrenos en los alrededores de Charleston para construir un estadio y el hotel más grande de la ciudad. Fundó el grupo empresarial Sherman y que tiene a la entidad Credit One como uno de sus mayores exponentes, con los préstamos y el cobro de deudas como principal modelo de inversión. Según Forbes, distribuye unos 18 millones de tarjetas de crédito. La revista económica señala que el valor de la empresa es de unos 1.500 millones de dólares, aunque toda la herencia que podría recibir Emma se estima que supera los 3.000 millones de dólares.

Sin embargo, Emma ha querido hacer su camino con independencia de lo que le espera en casa. Quizá por la presión de ser quien era, casi se conformaba con ser una buena jugadora de las ligas universitarias estadounidenses y, confesaba en enero en el Abierto de Australia, le costó creer que podía estar mucho más arriba. «Supongo que me costó mucho creer en mí misma como jugadora. Soy muy perfeccionista, así que cada día en la pista espero la perfección de mí misma. Si no la obtengo, pienso 'bueno, no soy lo suficientemente buena, no puedo jugar con este tipo de jugadoras'«. Pero sí lo era y se ha destapado en las dos últimas campañas.

Esta es solo su segunda temporada jugando en hierba, pero se está desenvolviendo de maravilla. En este Wimbledon, se ha deshecho de grandes estrellas como Naomi Osaka y Coco Gauff. Era 149 del mundo en enero de 2023 y ya está virtualmente en el puesto 14, aunque podría ser duodécima si vence a Jasmine Paolini (a las 14.00 horas en España).

«Así que supongo que he estado superando esos pensamientos, y creyendo que soy lo suficientemente buena para jugar a este nivel y pertenecer a este momento y a este lugar. Creyendo en mí misma. Es algo en lo que sigo trabajando hoy en día, por lo que definitivamente ha supuesto un cambio de mentalidad», expuso cuando alcanzó la cuarta ronda en Melbourne. Ya ha dado un paso más en su historia personal, en busca de la semifinal por pasión y no por dinero.

Quien también ha encontrado su lugar en los libros de historia es Lulu Sun. La neozelandesa de 23 años también lucha hoy por un puesto entre las cuatro mejores de Wimbledon, ante Donna Vekic, y mucho más, pues en la Era Open nadie de este país al otro lado del planeta alcanzó esta ronda tan lejana en un Grand Slam. Mayúsculo el aplauso para Sun sobre todo si se recuerda que ha llegado clasificándose desde la previa.

Sun nació en Te Anau («donde hay más ovejas y ciervos que gente», bromeaba la tenista) en 2001, su abuelo es germanoinglés, su padre es croata y su madre es china. Cuando la tenista tenía 3 años se mudaron a Shanghái, y después se trasladaron a vivir a Suiza. Habla tres idiomas, sabe un poco de español y está aprendiendo coreano, aunque lo que le apetece de verdad es aprender japonés. «Por parte de Nueva Zelanda, tengo la aventura. Por parte de mi madre he adquirido la disciplina, la competitividad y el trabajo duro. Del lado de mi padre, que es de un sitio costero, la calma. Y por parte de Suiza, la neutralidad. Es una buena mezcla. Estoy contenta de tener todas esas inspiraciones».

Además, cursó sus estudios universitarios en Texas, Estados Unidos: licenciada en Relaciones Internacionales y Estudios Globales. Un compendio de culturas y de idiomas que han hecho de Sun una persona abierta pero muy centrada en lo que quiere, y es defender la bandera de su país y ponerla en lo más alto del tenis.

«No tenía intención de ir a la Universidad. Estaba en mi último año como júnior y quería dar el salto a profesionales. Pero me lesioné y mi madre, que siempre ha insistido con los estudios, vio un mensaje del entrenador que había en Texas y me dijo que tenía que ir. Cuando llegué vi que tenía de todo y fue increíble. También me ayudó mucho el equipo, me sentí muy apoyada incluso en el año del coronavirus», explicó sobre ese tiempo universitario antes de dedicarle todo su tiempo a la raqueta.

En Wimbledon no piensa demasiado que está en cuartos. Y eso que para mejorar en el juego de hierba confesó que veía vídeos de Roger Federer, Steffi Graf y Martina Navratilova. Prefiere ir partido a partido porque ya celebró mucho el haber superado la fase previa, pues se llevó un gran disgusto la última vez que lo jugó, al perder en el último partido en tres sets muy apretados. «Estar tan cerca de clasificarme y no lograrlo me dolió mucho. Así que estar en el cuadro final ya es un gran salto», concedía.

Se ha convertido en una referencia para su país, para que piensen en grande, aunque tuvo sus dudas de si debería defender bandera suiza, donde se crio desde los cinco años: «Son dos países que quiero mucho. No fue una decisión fácil y les tengo que agradecer a ambos el apoyo que tuve en mis años de júnior y a partir de ahí».

A partir de ahí, en su segundo cuadro final de Grand Slam, tras estrenarse en Australia, y en cuartos de Wimbledon.