Tenis
Djokovic y un broche dorado para 2025: conquista su título número 101 y renuncia a la Copa de Maestros
El serbio se corona en Atenas y supera la centena de trofeos ante Lorenzo Musetti que lo obligó a tres horas de agotadora pelea (4-6, 6-3 y 7-5); horas más tarde anunció su baja de Turín
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Novak Djokovic celebra el título en Atenas
Tiene 38 años, 24 Grand Slams, más récords que nadie, y desde hoy 101 títulos. Es Novak Djokovic el tenista inagotable, inacabable, que transita por las pistas con la ilusión, el corazón y la cabeza de quien parece querer congelar el tiempo y hacerlo ... suyo, para siempre, eterno su caminar por este tenis que parecía alejarlo de las grandes tardes y que se regala un trofeo en Atenas de los que llenan la vitrina e hinchan el pecho. Casi como en casa, alejado de Serbia por sus críticas al gobierno, porque es dueño de este ATP 250 de Atenas cuya licencia cedió a la capital griega, Djokovic es más Djokovic que nunca, o el mismo de siempre: el de revés afiladísimo, el de saques directos en momentos de tensión, el del hambre, la ambición, la rabia y la euforia. El Djokovic que destroza su camiseta al final de tres horas extenuantes de juego y cincela otro capítulo más de esta historia interminable de él contra el mundo y los elementos.
Ha sido un desgaste mayúsculo que el serbio quería hacer para terminar su año por todo lo alto. El hombro derecho ha estado dándole problemas algún tiempo y en esta final tenía protegido con cintas médicas. Es la razón que aduce unas horas después de la final de Atenas para renunciar a su plaza en la Copa de Maestros. Se la había ganado con creces, pero prefiere no apurar más sus opciones de éxito. Sabe del esfuerzo y quiere guardarse las energías, quién sabe si para un 2026 en el que todavía ofrezca más de todo lo que tiene, que todavía es mucho.
Así, el serbio se da de baja en el torneo que ha ganado en siete ocasiones y ofrece su plaza a su rival en Atenas, un Musetti que se estrenará contra Taylor Fritz el lunes en el grupo en el que también están Alcaraz y De Miñaur. Es el segundo año en el que Djokovic no acude a Turín, donde logró su último gran título ATP en 2023.
ATP 250 de Atenas
Final
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4 | 6 | 7 |
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6 | 3 | 5 |
Y contra los rivales que, si no se llaman Alcaraz o Sinner, sabe y puede todavía dominar, como este Lorenzo Musetti (23 años y 9 del mundo) que lo da todo, que brilla con su revés a una mano, que percute con peligro a la caza del serbio, pero que no puede frenar al final los ímpetus del rival, que son muchos.
Las grandes estrellas tienen esto, que se encargan de revitalizar y recargar la ilusión en cada concierto y no hay nada que le guste más al serbio que la grada llena a su favor. En Atenas, tuvo a su familia, al completo, y muchísimos seguidores que no dejaron de calentar el ambiente, de arroparlo sobre todo cuando Musetti afianzó su estilo elegante sobre el eficaz del de Belgrado, de empujarlo cuando reorganizó la táctica y afiló la puntería, las voleas, el revés.
Hay alternativas para ambas bandas, con 'breaks' que parecen inclinar la balanza hacia un lado y resistencia para darle la vuelta. Vive Djokovic envuelto en esa nueva realidad en la que advierte que no puede con todo, que el cuerpo no responde ni tan rápido ni tan bien como antaño, que se le hacen largos los torneos a dos semanas, es cierto, pero en esa misma situación solo una lesión, Alcaraz y Sinner lo han frenado en los Grand Slams y fue finalista en Miami. Qué tenista no querría este curso 2025.
Musetti hace daño, le lee y le ve enseguida las intenciones cuando quiere subir a la red, que quiere Djokovic puntos cortos, guardarse fuerzas, que sabe que habrá final de las largas, que el premio merece que se deje hasta las últimas gotas de todo lo que tiene, cada vez menos. Es un ATP 250, sí, pero es mucho más que eso, es una reivindicación, un alivio, un mostrar y demostrarse que ahí sigue.
Y mejor que todos los que comparecen por esta pista en esta semana: Alejandro Tabilo, Nuno Borges, Yannik Hanfmann, y este Musetti de estética impoluta, que le gana el primer set, pero no acaba de creérselo, ni de saber cómo afrontar al miura que se revuelve a partir del segundo set.
A trompicones, con caídas, con falta de aliento tras puntos largos, Djokovic hinca el diente en el tercer juego, un 'break' que convierte en infranqueable muro para el italiano porque el saque va de maravilla y lo salva de algún que otro intento de remontada del rival con quirúrgicos saques directos.
El tercer capítulo contiene un partido entero, una hora y cuarto de juego, roturas para aquí, roturas por allá. Una derecha que se va dos metros fuera de Musetti que le quita la opción de ponerse 4-3 y saque; un revés fuera de Djokovic que otorga al rival el empate a cinco cuando sacaba para ganar. Pero en la experiencia, el serbio siempre es la apuesta más fiable. Porque en el límite de un título, Djokovic muestra ese punto de ambición que lo ha llevado a ser quien es, el mejor gen competitivo. Rompe definitivamente a Musetti, que tiembla cuando tiene que sacar para empatar y llevar la final al 'tie break'. Djokovic, en toda su extensión, alargado hasta el infinito por cuerpo, solidez mental y orgullo, atrapa el quizá más importante de sus últimos años.
Levantó su último gran título en 2023, con una lección de superioridad en aquella Copa de Maestros en la que apabulló a Jannik Sinner y a Carlos Alcaraz en días consecutivos. Guardó fuerzas los siguientes seis meses porque anhelaba el título que faltaba: el oro olímpico. Y se desfondó el resto del curso, vacío de estímulos, de rivales, de fuerzas. Pero su cabeza le decía que podía más, que solo tenía un par de barreras infranqueables, que el resto eran suyas. Y así, se empeñó en redondear su currículo, con ese título 100 en Ginebra.
Y para este final de curso, un nuevo empujón a su ambición, que tiene, como sostiene en cada torneo, muchos retos por delante todavía. Ya supera la centena de trofeos, pero... Sigue en la carrera del más laureado. Que Jimmy Connors se retiró con 109 títulos y 1.274 victorias; y Roger Federer, con 103 y 1.251 triunfos. Djokovic ya lleva 101 y 1.163 alegrías. Cada vez más difíciles y, por eso, cada vez más celebradas, más importantes, más preciosas y preciadas.