¿Qué pasó con... Bosco Abascal?
Hizo historia como integrante de aquel Monte Ciencias dirigido por Juan Arenas que puso al rugby español mirando al sur con aquella primera Liga en 1992, que abrió la etapa de mayor gloria del club científico. Decidió retirarse entonces y dedicarse por completo a la empresa del sector agroquímico y fitosanitario que sigue dirigiendo en la actualidad.
Sergio A. Ávila
Referente, emblema y capitán. Todo eso fue y es Bosco Abascal. Porque por las leyendas nunca pasa el tiempo. Jugó en el Ciencias durante trece temporadas en las que este sevillano amante del rugby a carta cabal se impregnó de sus valores y se vació ... en cada campo de España por esa camiseta, a la que defendió sin ahorrarse nunca una gota de sudor. Culminó su carrera con la Liga de 1992, que tanto significó.
Ahora regenta una empresa agroquímica.
Sí, llevo ya 38 años en este negocio. Empecé con 24, cuando terminé la carrera de Ingeniero Técnico Agrícola en el Cortijo de Cuarto. Allí me encontré a José Manuel Bilbao, Potolo, antiguo jugador del club, que fue quien me animó a empezar en el rugby. Tengo mi empresa en San José de la Rinconada.
Entonces no se ganaba dinero con el rugby, casi como ahora.
En esa época nos costaba el dinero. Cuando íbamos de viaje al principio con el club, los cuatro o cinco que trabajábamos poníamos el dinero. Nadie cobraba nada. Pero el rugby me ha hecho rico: me ha dado una serie de valores como ser humilde, honesto, honrado, autocrítico, no ponerse límites... Y valorar a mis amigos, a la gente que conozco desde hace cuarenta años.
Porque hay cosas mucho más importantes que el dinero.
Sin lugar a dudas. Con 26 años me hicieron una oferta de Francia de 200.000 pesetas al mes, pero tenía que renunciar a mi familia, a mi novia, a mis amigos, a mi casa... Y pensé que cuando tuviera treinta y tantos años tendría que regresar sin tener nada montado y empezando de cero mi vida profesional. Así que seguí aquí jugando hasta los 34 y echando raíces. Hoy habría tomado otra vez la misma decisión.
Ganaron la primera Liga del club en 1992.
Fue mi consagración. Tenía 34 años y me retiré. He jugado en Zimbabue, Rusia, Gales, Inglaterra, Francia, Rumanía o Italia, pero las cosas que he vivido con mi club y mis amigos... no se me van a olvidar nunca. Tengo como 27 internacionalidades con España, pero lo que tengo en el corazón es la gente de aquí, a mis amigos, a Curro Peña, Juan Arenas, los Torre Morote, José Ramón Núñez, Alejandro Miño, Ontiveros... La gente es como las estrellas: cuando las buscas, las encuentras. Pueden pasar veinte años sin ver a alguno de ellos, pero cuando te llama es como si estuvieras con él todos los días. Y te alegras. Y si le puedes echar un cable se lo echas. Es mi gran patrimonio.
Hábleme de Juan Arenas, el entrenador de aquel equipo.
Es un estudioso y enamorado del rugby. Quería progresar y tuvo la capacidad de sacarle el 110 por 100 por ciento a un grupo de jugadores. Y si no le sacó más fue porque trabajábamos al ser un deporte amateur.
¿Cómo fue usted como jugador? ¿Cómo se definiría?
Como un inconformista. Siempre me exigía un poquito más y era muy autocrítico. Una cosa fundamental es la actitud. Hay que tener actitud para todo en la vida. El rugby es colectivo pero a la vez personal, muy personal. Y muy exigente. Me gusta ganar hasta a los dardos. Siempre he sido competitivo al cien por cien.
Llenar la grada, como hacía ese Ciencias, tiene mucho mérito en una ciudad tan futbolera.
Teníamos a seis mil personas, una auténtica barbaridad. Yo he jugado delante de 40.000 con la selección, pero me emocionaba más mi club que aquello. He dado todo lo que he tenido mientras he jugado. Más no he podido hacer. Tenga en cuenta que me casé con 30 años y hasta los 34 no comí nunca con mi mujer porque me entrenaba de dos a cuatro de la tarde.
Y los viajes con el equipo serían entonces una odisea...
Hemos hecho viajes en el tren el Catalán que tardaba de 18 a 20 horas a Barcelona. En autocar nos montábamos el viernes por la tarde y llegábamos a Sevilla a las siete u ocho de la mañana del lunes después de jugar, sin apenas dormir. Llegabas a casa y te ibas a trabajar directamente. Eso es lo que le da valor a las cosas. No es lo mismo lo sudado que lo heredado. Lo que has sudado y te ha costado tanto trabajo lo saboreas más, lo disfrutas más, lo recuerdas más.
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