Champions | Semifinal
Milagro y revolución del Madrid
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Crónica
Los miércoles, milagro. El Madrid vuelca los partidos como los cocidos y jugará su 17ª final de Copa de Europa . Mejoró para mirar de tú a tú al City, se hizo el muerto con Casemiro-Modric-Kroos, se agarró a las manos de Courtois ... y reventó al City en un final nuevo protagonizado por Vinicius, Rodrygo y Camavinga. De esta forma, el Madrid es el mismo Madrid y es otro, eterno y distinto. ¡Se renueva eternizándose!
Ancelotti salió con el 4-4-2 de Londres, casi en rombo, Modric más cerca de Vinicius. Guardiola recuperaba a sus laterales y evitaba ataques de entrenador, controlaba su propensión a la genialidad.
El ambiente era un revival de los 80. La osamenta del estadio, como en las catedrales, parece invocar algo grandioso y elevado que se mezcla con el cielo: el madridismo en una nueva fase (un turbomadridismo).
Esa tensión se vertía como un líquido hirviente en el campo y hasta Modric tuvo su más y sus menos con Laporte, cuyo desvanecimiento ante el árbitro evocó viejos repertorios dramáticos…
El City comenzó con una presión de acupuntura y en el Madrid se hacía importante Valverde dando flexibilidad al mediocampo. Por la derecha, banda fértil por Carvajal, llegaron muy pronto dos ocasiones de Benzema.
Casemiro hacía desparecer los claros en el bosque. El City parecía menos avasallador y complejo, pero iba empujando al Madrid, todo defensa concienzuda y razzias. No era bloque bajo, no era bloque medio: era semibajo, un semisótano de la concentración del que salir con rapidez… si se podía. Un error de Militao supuso la primera descarga de miedo en el minuto 20, y Courtois le tuvo que hacer, primero de muchos, un paradón a Bernardo Silva, que de todos los versátiles, movibles, dinámicos e intercambiables jugadores ingleses era el más puñetero.
Pep ya parecía Elizabeth Warren llamando a la insurrección, señal de que las cosas no le iban mal. El City empezaba a extender su escalonado proceso y presionaba hasta con cinco en el área del Madrid.
Su ataque era como ver formarse una canción en la cabina de un productor musical: se iban sumando pistas una a una, y el Madrid se echaba atrás como si el área fuera un islote del que salían nadando en solitario Valverde y Vinicius, náufragos al revés. Las llegadas del Madrid eran pasionales, pero posibles.
En el City todos eran medios: los medios, los laterales (Cancelo) y los extremos…
Pasada media hora, el partido quería sonarnos de algo. El Casemiro-Modric-Kroos crujía como un viejo caserón, aunque sin llegar a los niveles de maltrato táctico de otras noches. El Madrid no estaba tan entregado, aunque se notaba su sufrimiento. Su fútbol no parecía peor sino antiguo, anterior…
Para conseguir atacar tenia que adelgazar su juego entre la presión rival, hacerlo fino y agudo, casi líquido, y buscar siempre a Vinicius, agente provocador, propiciador del caos que ya llevaba a Walker a sus límites.
Vinicius sin suerte, pero una y otra vez, era el norte del Madrid, sus carreras hacia delante y la carrera hacia atrás de Modric, que antes del descanso le quitó a De Bruyne una pelota como aquella a Messi que encendió la reacción contra el PSG.
Vinicius salió del descanso enfurecido. Todos los triángulos, ángulos y poleas del dibujo del City eran simplificados por una única recta: él corriendo por la banda. El frenesí del Madrid es él, que convierte en kilowatios de fútbol la energía del público; la resultante es un furor templado con la experiencia de los veteranos. Esa es la fórmula de la Coca cola.
El Madrid salía orientado hacia Vinicius, al que el fútbol y las miradas se le enredaban en los tobillos como perrillos de alegría y ansiedad, como flores, como espuma de olas a punto de romper…
Vinicius se iba, provocaba un ay y volvía de nuevo, ¡vuelve siempre Vinicius como el caballito de una atracción de feria! Walker empezaba a sentir el stress del lateral derecho.
Tras esos zafarranchos, el partido alcanzó una meseta a la altura del 60. El City, enterizo, respondía al fútbol galopado del Madrid con otro como de ventosa, adherente, sisador de Bernardo Silva.
El Madrid necesitaba agitar aun más las cosas y Rodrygo entró por Kroos y su elegancia solo testimonial, pero antes de que pudiera intentarse la revolución con Camavinga, un cambio de Guardiola (Gundogan) colocó a Bernardo Silva en la mediapunta, más solo, abierto el Madrid, casi desnudo, con la hoja de parra de los centrales a punto de caer, y su pase lo aprovechó Mahrez con un zurdazo como un puñal en el corazón mismo de la portería.
Los minutos finales los jugaría el Madrid sin el Casemiro, Modric, Kroos, lo que tiene bastante de lección y conclusión de la temporada. Apenas reaccionaba y Bernardo Silva atravesaba el campo como si el Madrid fuera un riachuelo que él recorriera recodo a recodo en su canoa.
No aparecía Benzema, no estaba Modric, ¿estaba acabando una época? Los jóvenes del Madrid, todos en el césped, parecían un mecano aun por formar. Mendy salvó un gol, otro Courtois, con su silueta de campo de tiro… El City no perdía el sitio ni el balón, ¿cómo podría el Madrid iniciar su epopeya? Lo logró. Lo intentó Carvajal primero, su coraje una alcayata, núcleo celular donde brotó el ADN, e inmediatamente Rodrygo, ungido, ‘hipermorales’, remató dos balones colgados: el 1-1, el 2-1. En el descuento, el City parecía cualquier equipo.
El Madrid estaba cambiando de ídolos como de piel. Vinicius, Rodrygo y un Camavinga fuera de todo límite devastaron al City y en la prórroga llegó el penalti a Benzema, que él mismo marcó. La gente en el estadio lloraba y se abrazaba para comprobar que todo era verdad. El Madrid es, a la vez, una tradición y una revolución.
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