Chelsea 2 - Real Madrid 0
El Chelsea exhibe una aplastante superioridad
El Madrid no pudo ni inquietar a un conjunto londinense más fuerte en todas las líneas. Kanté, estelar. Courtois evitó un resultado mayor
¿Por qué jugó el Madrid con medias negras en Stamford Bridge?
Las carcajadas de Hazard tras la derrota que indignan al madridismo
Zidane: «Podemos decir que han merecido ganar»
Crónica
Ahora sí que sí. Un gran equipo ha muerto (en términos europeos, que son los que importan). Los grandes personajes han de ser rematados, matados dos veces. El Madrid, ya lo anunció Florentino, tendrá que cambiar cosas. Por otro lado, el predominio inglés en Europa ... permite acercarnos al fenómeno de la Superliga de otro modo. Hace falta algo para reequilibrar las fuerzas.
El partido fue la confirmación de lo visto y sentido al inicio del partido de ida: la superioridad absoluta del Chelsea, y la muy particular de Kanté, con ramalazos de Balón de Oro.
Pero vayamos al momento congénito. La idea de Zidane fue el 3-5-2 con Vinicius de carrilero derecho, en sus antípodas. Esto podía recordar al Eto’o del Inter de Mourinho, pero Vinicius ahí parecía llevar los zapatos del revés. Era, probablemente, una zidanada .
El Madrid tuvo una buena salida. Se posicionó bien. Ganó la batalla de los cimientos, aunque el Chelsea estaba cómodo hecho una roca azul sin fisuras en su campo (un peñón, ay, de futbolistas). Además salió duro, tobillero. Cada entrada de ellos recordaba al combate de Karate Kid: estopa, cera.
El Madrid (con medias negras, difícil ganar así) intentaba largas posesiones disfrutonas, pero parecía desconfigurado. Sin Vinicius, perdía el cauce de acarreo por la izquierda (Hazard estaba tras Benzema, más centrado), y por la derecha parecía torpe, dubitativo. Era como si, sabiendo que habría pocas ocasiones, Zidane optase por guardar las espaldas. Algo bueno sí se lograba: Kanté aún parecía no estar.
El Madrid lo intentaba de lejos. Tiro de Kroos, tiro de Modric. Y a la altura del 15 ya llegó el Chelsea, que cristalizaba siempre en Mount.
Había subterráneos movimientos tácticos, forcejeos desesperados. Modric se iba al lateral, para salvar el abismo entre Vinicius y Militao, que parecían combinar en el alambre. Modric empezaba a ser ubicuo, a querer estar en muchos sitios (a ser necesario en todas partes) pero fue entonces cuando apareció el Modric de ellos, el Modric y Casemiro de ellos, pues Kanté es dos a la vez. Hizo eso que ahora se llama ‘romper líneas’ y destrozó la media blanca; remató Havertz al palo y Werner aprovechó el rechace . No era posible fallarlo. En la jugada anterior, el Madrid podía haber marcado en un violento tiro que Benzema se sacó de espaldas y que Mendy paró con categoría. Ese tiro coronaba una buena jugada larga del Madrid e indicaba que, quizás, el gol local no debía alterar nada. De hecho, poco después, otra elaborada posesión pasó de Modric a Benzema, cuyo remate exigió otro escorzo de Mendy.
Pero el Madrid sí tenía problemas. No había profundidad por las bandas. Era todo deliberadamente central y Hazard no terminaba de aparecer. Parecía que el gran reto del Madrid seguía siendo apiñarse. Volvían a la posición defensiva como jugadores de balonmano, marcando mucho la diferencia entre defensa y ataque, mientras en el Chelsea había algo orgánico, redondo, continuo. Apretaba. Creaba rachas de agobiante presión alta que generaba una sensación de ahogo, de asfixia. El Madrid, el equipo, era como un cuerpo jadeante, como un boxeador arrinconado, como un ciclista atacado. Es curioso cuando un equipo parece un cuerpo, un cuerpo sin oxígeno.
Pero no solo era eso. Cuando el Chelsea se replegaba no eran mejores las cosas. El Madrid no pisaba los extremos, renunciaba a ellos, pero en la zona de la mediapunta, si alguien intentaba la internada diagonal, se encontraba con Kanté, que aparecía allí como el cuervo de Poe. Succionaba todo, cerraba la jugada. El Madrid sufría. Estaba afrontando el momento supremo con soluciones improvisadas y hasta inéditas.
No hubo cambios en el descanso y los males del Madrid se fueron agravando. Impenetrable el Chelsea, que además ganaba fluidez en el juego. Mount pudo marcar el segundo.
El dominio del Chelsea se hizo exhaustivo. Pero Zidane alarga la fe en las cosas y esperaría al minuto 60 habitual. Courtois sujetaba la esperanza con una parada milagrera en mano a mano con Havertz. El Madrid estaba mal colocado, incómodo, incapaz, atenazado, pero se estaban acariciando leyes futbolísticas superiores. Supersticiones. Clavos ardiendo, minutos cabalísticos... esto es un poco el Madrid. Vinicius inauguró el extremo regateando a Chilwell en el minuto 61, pero tarde, claro, y fue cambiado. Valverde y Asensio naturalizaron las bandas, porque el sistema no se tocó. Era como si Zidane se negara a girar el cubo de rubik. Zidane era más Zidane que nunca. Quietista puro. Valverde cortó una contra de Kanté como aquella vez contra el Atlético. Salvaje y providencial. El nivel de riesgo y frenesí subía, pero en un momento a la altura del minuto 70, el peligro del Chelsea empezó ya a parecer gafancia. El Madrid debía dar un paso adelante, hacia el gol, pero con el mismo sistema, pues era el quietismo de Zidane (la vía mística) y no el fútbol lo que debía llevar al gol. Cansado, el Madrid cargó el juego por Asensio, pero fue imposible incluso evacuar un centro.
En la enésima ruptura de Kanté (más que Messi), Pulisic , por fin, marcó el segundo.
La Flor cansada y entre alfileres (agotamiento físico general) podía intentarlo contra el ‘gegenpressing’ de Tuchel , pero hacerlo además contra Kanté, un centro del campo en sí mismo, era ya demasiado.
Y es como si nos despidiéramos dos veces de un equipo. Como si el Madrid dilatara el momento de afrontar el nuevo fútbol. No el de los clubes-Estado, el de las altas presiones.
Entró Mariano al final (por Hazard). Y era importante, y triste, porque Mariano es, siempre fue, lo que va después de La Flor.
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