El camino hacia la gloria de las MMA
Texto: Álvaro Colmenero. Fotos: Álvaro Ybarra Zavala
¿Qué lleva a un camarero, una bióloga, un informático y un aspirante a atleta profesional a meterse en una jaula a luchar? Esta es la historia de cuatro guerreros anónimos que el próximo 13 de diciembre pueden dejar de serlo
Las artes marciales mixtas (MMA) han irrumpido con fuerza en la arena deportiva, convirtiéndose en la disciplina de más rápido crecimiento a nivel global. Para muchos, es el deporte del siglo XXI, y grandes figuras como Cristiano Ronaldo han apostado por su futuro, invirtiendo en ... WOW, la mayor organización de MMA en España. El próximo 13 de diciembre, en el Madrid Arena, cuatro luchadores todavía anónimos se enfrentarán no solo a sus oponentes, sino a sus propias historias de lucha, miedos y aspiraciones. Porque el octágono no es solo una jaula: es un templo donde se forjan destinos, donde el esfuerzo, llevado al límite, se puede transformar en gloria y redención.
Esta es la historia de cuatro jóvenes -una bióloga, un informático, un camarero y un aspirante a atleta de élite- que se atrevieron a salirse del guion y romper los prejuicios hacia un deporte denostado por su extrema dureza.
Algunas personas nacen para bailar bajo la tormenta. Antonio Fofirca, en cambio, nació para controlarla. A sus 22 años, este madrileño de origen rumano camina por el mundo con una sonrisa tranquila y los puños listos, en ocasiones cerrados, como si cada paso fuese un equilibrio entre la paz y el combate.
En el gimnasio The Black Panther en Carabanchel, su presencia es un contraste: entrena como un depredador. No quiere perder el tiempo, por eso durante el 'training camp' abandona su Alcalá de Henares natal para dormir en un colchón en la buhardilla del club. Entrenar, comer, dormir y repetir. La rutina es monástica.
Aprendió a servir en 'su Alcalá', en el bar de su familia, su universidad de la vida, donde atendía mesas y recogía platos. Allí desarrolló una mirada humana y el sentido de la responsabilidad con el que impregna cada castañazo sobre el saco. Una disciplina aprendida entre cafés y cucharillas, pero pulida a base de sangre, sudor, lágrimas, golpes y sumisiones.
«Le dije a mi padre que apostaría todo a las MMA, y me dijo que vale, pero que me tocaría echar una manilla en el negocio familiar»
Eso sí, Fofirca no es servil con sus rivales: ha sido dos veces campeón de España en su etapa amateur y su apodo, El Diamante, refleja las expectativas que despierta en el panorama nacional de esta disciplina, donde busca su tercera victoria profesional.
De Antonio no solo fascinan sus estadísticas, también su manera de estar. Sus amigos le llaman no para ganar peleas, sino para evitarlas. Cuando suba a la jaula del Madrid Arena llevará el ruido del bar familiar, las calles de Alcalá, la herencia rumana y la calma. Porque Fofirca no pelea para destruir, sino para demostrar que incluso el corazón más sereno puede aprender a rugir. Y para ser un futuro campeón de la UFC: «Tengo todas las cualidades para conseguirlo».
Mientras algunos de sus colegas de profesión elaboran fórmulas para desentrañar las incógnitas de la vida, Isabel Calvo decidió interpretarla golpe a golpe. Esta madrileña, de 29 años, es bióloga y doctora en biomedicina; cuenta que por aquello de combatir la lacra del cáncer, pero una decisión transformó el rumbo de su vida: cambió el brillo del microscopio por el sudor del octágono.
Colgó la bata del laboratorio por convicción: la ciencia le enseñó a cuestionar, y se preguntó que por qué no intentar vivir de la lucha. Hoy entrena en The Black Panther, donde se prepara para lograr su primer triunfo profesional tras una derrota que, lejos de hundirla, despertó una nueva versión de ella. «He mejorado, hemos trabajado muchísimas facetas y quiero que la gente pueda verlo».
Nació en el barrio de Pinar de Chamartín, en Madrid, y estudió en el Sagrado Corazón. Allí aprendió a ser amable, educada, responsable, pero fue en Barcelona, mientras completaba su doctorado, donde algo hizo clic. El estrés de la ciencia, la presión académica, el peso de la excelencia... Empezó con crossfit por la tensión y un buen día cruzó la puerta de un gimnasio de MMA. No buscaba pelear: buscaba silencio.
«Pelear me hace sentir viva y conectar con mi parte más primitiva, creo que es algo que está dentro de todos los animales»
Y encontró algo mejor: un propósito vital. Desde entonces, su cuerpo es el laboratorio y el octágono, su tesis infinita. Fue campeona mundial amateur de MMA. La ciencia le dio método; las artes marciales mixtas, una identidad. «Se trata de querer sobrevivir y ganar, siempre con unas normas y estudiando al rival con un trabajo específico», asegura The Iron, como se le apoda.
Tras su periplo barcelonés, regresó a la capital y se compró un piso que comparte con Artur, su pareja y luchador profesional. Dos almas que se despiertan antes del sol para entrenar. Sin duda, compartir cansancio ayuda a reforzar una relación.
En las MMA, sostiene, hay tanta ciencia como en el laboratorio. Para Isa, cada golpe es una suerte de hipótesis, un camino para resolver el experimento que supone pelear. Cuando suba al octágono portará con orgullo una historia: la de quien cambió los guantes de nitrilo por los de cuatro onzas; la de quien pelea por un sueño que no se mide en un tubo de ensayo, el «de llegar a la UFC».
En los rincones olvidados de la Sierra Oeste de Madrid, donde las montañas forjan el carácter con el azote del aire gélido, reside Diego Esteche, un joven de 23 años. Su vida se moldea entre la quietud de la naturaleza y la furia de la jaula; 40 kilómetros de distancia que recorre un par de veces al día, desde su casa, en Fresnedillas de la Oliva, hasta el gimnasio AFC, en Villalba.
Ha sido varias veces campeón de España de artes marciales mixtas y lucha olímpica y se le considera una de las grandes perlas del panorama nacional. Un portento que no supera el 1,70, pero que destaca por lo compacto de su cuerpo -que trabaja en el gimnasio, bajo la dirección de Mario Alonso- y la magnitud de su mente.
Cuando concluye su doble sesión, es hora de regresar al pueblo, del que, bromea, es una suerte de Daguestán madrileño, pues cuenta con varios competidores de MMA pese a su escasa población, todos ellos grandes talentos. «Los sitios pequeños crean gente con una personalidad muy fuerte».
«Mi vida es muy campechana, sencilla. En el pueblo, la vida es muy de calle»
La batalla que tiene por delante es un paso más hacia el sueño de convertirse en profesional; por el momento, ya recibe un sueldo y puede dedicarse plenamente a su carrera. Los que le rodean, entre ellos el mánager de Ilia Topuria, lo ven una apuesta segura.
Diego es un hombre de pocas palabras, gestos serenos y disciplina férrea. Su habilidad no es solo física, sino mental, para soportar y persistir más allá del agotamiento: «O se quiebran mis rivales o me quiebro yo, y yo voy a hacer todo lo posible para que sean ellos». No busca la victoria a través del caos, sino de la calma táctica y técnica. Pero lo que realmente define a Diego es su vínculo con su hermano Álex. Son «uña y carne, inseparables», una unidad invencible. No es extraño verlos juntos las 24 horas, compartiendo apellidos y la misma pasión.
La meta de El Bendecido, su sobrenombre y un guiño a la sempiterna figura de Dios en su vida, es vivir de las MMA y construir un legado que le permita llegar a la UFC. Cuando suba al octágono del Madrid Arena, Diego no solo llevará su récord de victorias, también el alma de Fresnedillas, el trabajo incansable de años y el lazo inquebrantable con su hermano. En este viaje, la familia y la lucha son una misma cosa.
En un rinconcito del barrio de Pacífico, en Madrid, entre estanterías de libros y pantallas llenas de código ininteligible, vive un joven que acostumbra a repartirse entre tres mundos. Alberto Domínguez, de 25 años, está en la recta final de su etapa como estudiante de ingeniería informática, aunque es librero por necesidad y luchador de MMA amateur por vocación.
Su fachada como peleador -llegó a proclamarse campeón de España- convive con aficiones poco habituales en la industria de los golpes: juega a Fortnite, colecciona cartas y recorría Madrid buscando criaturas virtuales. «Yo venía a entrenar y luego me iba a cazar Pokémon con algún colega». Y se quedó con ese apodo.
Al ponerse los guantes, esa energía dulce se transforma en algo distinto, más afilado, no agresivo. Alberto pelea por la felicidad que supone hacerlo. «Este deporte salva vidas», repite como un mantra. Para él, como para otros tantos, la jaula no es un lugar hostil, sino el espacio donde desaparecen las dudas, donde el cuerpo se alinea con la mente como si ambos ejecutaran una línea perfecta de código informático.
«De los videojuegos puedes trasladar ciertos aspectos tácticos al combate»
Alberto se prepara bajo la guía de David Muñoz en el gimnasio Factory of Fighters. Entrena con disciplina casi obsesiva, ajustando su técnica como si depurara un programa, revisando cada movimiento hasta que no queda un solo error. Más tarde, mientras echa unas partidas en casa, trata de ajustar su táctica.
Mientras recoloca libros con calma en la librería donde trabaja, elucubra una estrategia con la que sumar una nueva victoria, la antesala a su salto hacia el profesionalismo dentro de las MMA. Aunque el madrileño se cubre las espaldas con una ingeniería, porque nunca se sabe, no abandona su sueño de vivir de este deporte. En el fondo, Alberto Domínguez no pelea para demostrar su fuerza, lo hace por la «sensación de tranquilidad» que le aporta sentir que no se deja nada en el tintero.
- Coordinación editorial: Elena de Miguel
- DIRECCIÓN DE ARTE: Fernando Hernández
- DISEÑO: Jorge González Navarro
- DESARROLLO: Jorge García Gómez
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