Contra Croacia, cuando nadie brillaba entre la monotonía, era él quien siempre regalaba una salida limpia a la dupla de centrales galos, quien maridaba con Gavi y Fabián antes de que los ataques murieran rápido en el último tercio de campo, quien avisó desde lejos al guadianesco Livakovic, quien fue el contrapeso a las veloces transiciones balcánicas y, sobre todo, quien soportó la interminable calidad de Modric.
El centrocampista que fue incompatible con los protagonistas planes sin balón del Atlético, ese mismo pivote que ha sido capital en esta temporada de leyenda del Manchester City, sostuvo a la selección española cuando más sufrió en el segundo tiempo y, ya en la prórroga, tras ver una justa amarilla debido a un agarrón sobre Majer, continuó brillante en las labores defensivas.
Con balón, como de costumbre, fue clarividente hasta el final, cuando encontró su mejor socio en el alargue; aunque, sin embargo, su enorme partido no varió el pesado empate sin goles. En la tanda de penaltis los protagonistas fueron otros: los focos se dirigieron hacia el panenka de Carvajal y ese coloso de apellido Simón; pero también desde los once metros, Rodri, engañando a Livakovic, puso su granito de arena en el primer título español en once años. Es más, su genial encuentro fue premiado por la UEFA con el MVP de la final.
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