Crónicas Qataríes
Puntería
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Iniciar sesiónEn mi época escolar a veces me ponía a jugar de delantero y no rascaba bola. Cuando me llegaba alguna pelota y yo endurecía la pierna para pegarle con toda el alma, el balón salía despedido aleatoriamente, en caprichosas direcciones, como si mi empeine fuese ... un cuerpo lunar y tuviese una geografía accidentada, llena de simas y cráteres. Aquellos balones rara vez acababan en gol, salvo por pura ley de probabilidades, pero solían encontrar insólitos lugares de destino: el huertito de las monjas, la calle de al lado, el poste si estaba muy cerca... Esta falta de puntería acabó confinándome por aclamación popular en el lateral derecho, que era un buen lugar para esconderse hasta que a Guardiola se le ocurrió que los defensas también tenían que saber jugar al fútbol y ya no quedó espacio para nosotros, los descoordinados de la tierra.
Les cuento estas aventuras para advertirles de que he recuperado la puntería en el peor momento, cuando ya me había acostumbrado a una plácida y fallona existencia. Les estoy hablando, como es natural, de la pandemia. Durante las ocho o nueve olas de covid, el bicho ni me había rozado y eso que me tocó hacer reportajes en hospitales, en residencias de ancianos, en tanatorios, en colegios llenos de chiquillos moqueantes. Lo pilló mi hijo, ingresaron a mi hermana, mis sobrinos dieron positivo, mis compañeros fueron cayendo uno tras otro. Y yo tan campante, como si los virus resbalaran en mi capa de superhéroe.
Hasta que llegué a Doha, me empezó a doler la garganta y comencé a sentir violentos escalofríos. Fui a una farmacia, pedí un termómetro y el test del covid y un tipo con bata blanca me dijo que solo me los podía vender si le dejaba mi nombre y mi número de teléfono. Yo dudé porque en estas monarquías uno nunca sabe hasta dónde llega la mano del emir y ya me imaginaba que si daba positivo igual se le encendía una lucecita en palacio y venía la policía secreta a deportarme. Al final decidí comprarlos. Me salieron las dos rayitas, me metí en la cama, me tomé un paracetamol de los gordos y me dormí pensando que la deportación tampoco era tan mala idea.
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