Lance Armstrong ya está aquí
Las fotografías tienen buena memoria. Hay una de diciembre de 1996, hecha en Indianápolis por James Start. En blanco y negro. Se ve a un joven Lance Armstrong rapado, ladeado y con la mano izquierda en la cabeza calva. Los dedos al lado de la ... denterosa cicatriz de una operación cerebral. Diez minutos después de posar para esa cámara, el entonces ciclista del Cofidis se sometió a su última sesión de quimioterapia. «Creo que Lance era consciente de que hacía esas fotografías para la historia», dijo Start. Armstrong era un enfermo cercado por el cáncer, pero se sentía destinado a algo grande. Esas instantáneas son sus preferidas, las que llenaron los carteles de Nike en Times Square cuando llegó, tres años después, la primera de sus siete victorias en el Tour. Armstrong no salió de aquel hospital para ser segundo. Tenía una cita con la historia. Y ahora ha vuelto a quedar con ella.
Ayer le faltaron sólo 22 centésimas para vestirse otra vez de sí mismo: de líder del Tour. Ese leve suspiro mantiene a Cancellara con el maillot amarillo. Cercado, eso sí, por el Astana, que aplastó en la contrarreloj por escuadras y que tiene al segundo de la general (Armstrong), al tercero (Contador), al cuarto (Kloden), al quinto (Leipheimer) y al séptimo (Zubeldia). Sus rivales se distancian, se pierden: Andy Schleck cede un minuto y 41 segundos; Sastre, 2.44; Astarloza, 2.54; Evans, casi tres minutos, y Menchov, que ayer se cayó, cerca de cuatro. Sin subir aún un puerto. Por eso, al llegar a la meta, Armstrong esperó a la puerta del autobús del Astana. Vio a Contador y chocaron sus manos. Tras el saludo, el madrileño subió las escaleras del bus. A la ducha. El americano aguardó abajo al resto: abrazó a Popovych, a Zubeldia, a Leipheimer... A todos. Armstrong manda. En el Tour y en el Astana.
Armstrong intimida
Bruyneel insistió ayer por la mañana: «Alberto es el líder». A Alberto, a Contador, le preguntaron por eso antes de la contrarreloj. «Vamos a entrenar», respondió. Faltaban aún cuatro horas para la contarreloj. Las bicicletas del Astana sesteaban en el hall del hotel. La de Armstrong es negra y amarilla. La de Contador, blanca, con su apellido grabado en la rueda trasera. En tres colores: La «c» es de tono oro, por el maillot de líder de la Vuelta; la «o», rosa por ganador del Giro; la «n» amarilla por el Tour. Contador no sirve para ser un satélite del planeta Armstrong.
Mientras, asegura lamentar esas 22 centésimas que apartan a Armstrong del liderato. «Es una pena. Y más para Lance, por lo que significaba para él». Aunque todo tiene su envés: «Sin ser líderes iremos más relajados. Queda aún todo lo gordo y ya hemos distanciado a los rivales». A casi todos. Él sigue 19 segundos por detrás de Armstrong, que casi recupera su color.
Y eso que a cinco kilómetros de la meta el Astana aventajaba en 41 segundos al Saxo Bank de Cancellara. Arsmtrong era líder temporal por un segundo. Pero el equipo kazajo perdió a Rast, Murarvyev y Popovych. Cancellara, a nadie. El suizo, mole amarilla, tiró solo de los suyos en el kilómetro final. Recuperó el maillot en ese tramo de la contrarreloj. «Soy suizo -bromeó-. Lo nuestro son los relojes». La puntualidad. En la meta le felicitó Armstrong, casi líder. Llevaba el rostro de los días grandes. Como para sacarle una fotografía histórica.
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