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Contador entierra a Armstrong

La historia del ciclismo esperaba agazapada en un giro a 5,5 kilómetros de Verbier. Una curva con forma de látigo. ¡Chasss! Contador lo empuñaba. Llevaba el Tour dos semanas anclado en el sillón de Armstrong. A su ritmo. Lento, caducado, sentado en la butaca, ... con Contador bien amarrado. Y llegó ese palmo de asfalto. El madrileño se levantó. La mirada alta. Estatura de mito. Hormigas en las piernas. Ríos de rabia acumulada. Hervían los grandes ojos negros bajo sus párpados. Danzaba feliz y ya solo sobre los pedales. Sin escuchar las órdenes del Astana: el pinganillo colgaba inútil, servía sólo de adorno al ágil vaivén de su pecho. ¿Qué le iba a decir su director? ¿Que esperara a Armstrong? No se puede detener a la historia. Andy Schleck salió a por él. Y no pudo. Armstrong ni eso. Ojos redondos de calavera. El americano encontró ayer el motivo para su regreso: tenía cita con el único ciclista que ha podido derrotarle. Enterrarle definitivamente. Un chaval de Pinto que en el podio besó su verdadero maillot. El amarillo.

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