Al pie de una encina
Ochenta y nueve primaveras
El pasado abril ya rocé los noventa tacos, y desde esa altura quedan más recuerdos pasados que vivencias futuras
De portes y deportes
Marqués de Laserna
Me he despertado nostálgico, quizás porque el pasado abril ya rocé los noventa tacos y desde esa altura quedan más recuerdos pasados que vivencias futuras.
Con la edad decaen las fuerzas y también las ilusiones y el entusiasmo, ¡a Dios gracias! Sería ... tremendo mantener el empuje de la juventud junto al físico de la vejez, algo agotador.
En lo cinegético, las añoranzas giran alrededor de las expediciones asiáticas: aquellos viajes de aproximación de muchas horas de vuelo que se completaban con otras tantas pegando botes en todoterreno hasta llegar a la zona de caza, para vivir quince días cabalgando una jaca esteparia en compañía de descendientes de Gengis Kan, durmiendo en tiendas de campaña y comiendo basura.
A pesar de todo ello, añoranzas; porque los perfiles en el Tian Shan o el Karakórum tienen la magnitud de la naturaleza hecha arte, porque en Hunza se contemplan paredes de tres mil metros, porque el aire es fino y permite ver a kilómetros y porque, si se tiene éxito en un rececho, ha supuesto casi una gesta y queda para siempre en el recuerdo.
Pertenezco a una generación afortunada, cuando los
avances técnicos
habían reducido las distancias de meses a días y de días a horas
Marqués de Laserna
Y las presas juntan en sus trofeos el diseño de una escultura abstracta, como decía José Serrano-Suñer, a un tamaño de monumento egipcio. Y las has conseguido con tus pobres piernas, catapultadas por voluntad firme en un escenario sin límites.
En fin, lo he vivido y no es poco. Pertenezco a una generación afortunada, cuando los avances técnicos habían reducido las distancias de meses a días y de días a horas, en un momento político de paz mundial que nos abría la geografía casi completa y el mercantilismo no era tan invasor como hoy encareciendo los costes hasta límites absurdos. Quizás ese pasado no se repetirá y yo he tenido la suerte de conocerlo.
Me toca, ahora, disfrutar con escenarios menos vistosos, donde la intimidad suple a lo grandioso, el bosque con rincones a los horizontes marinos, admirando el despertar de la sierra al romper el día y su serenidad al caer la noche, con la gracia del morro negro del corzo, ese cérvido que pisa como una bailarina.
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