Simoncelli y la distancia al dolor
Marco Simoncelli se aplicó siempre de manera extrema a la batalla
david álvarez
Cuando el pasado mayo el ciclista belga Wouter Weylandt murió en el descenso del Passo del Bocco, a 25 kilómetros de la meta de la tercera etapa del Giro, el periodista y ex ciclista Ander Izagirre escribió en ABC: «El ciclismo fascina porque la batalla ... es inventada pero el dolor es real».
Marco Simoncelli se aplicó siempre de manera extrema a esa batalla. Tanto que varios de los pilotos con los que se batía le advirtieron de que en su intenso coqueteo con el límite estaba a punto de hacerles atravesar con él del lado fingido al del dolor. La distancia entre ambos lados es casi imperceptible. El roce del pedal izquierdo de Weylandt contra un muro, en mayo. Unos neumáticos demasiado fríos para la velocidad de una curva, ayer. Nada que ver con lo que le reprochaban los que temían verse arrastrados. Las peleas que trataban de esquivar.
Ayer, pocas horas después de la muerte de Simoncelli, Álvaro Bautista, que en el instante de la caída circulaba justo detrás de él, hablaba como si en realidad lo hubiera visto todo a cientos de kilómetros de allí. Contaba que después de la carrera no había querido detenerse demasiado en la muerte repetida en los televisores. Como quien esquiva charcos en la primera tarde del otoño. La molestia de los calcetines empapados.
Aunque él no mencionó el miedo. Hablaba de las carreras, y de la muerte: «Es nuestra vida», decía como resignado a un destino o algo así. Aunque enseguida la resignación pareció recordar que no estaba a cientos de kilómetros, sino pegada a la rueda de Simoncelli. «Pero no somos cuatro amigos que venimos a correr. Nos jugamos la vida». De ahí, de ese darse cuenta de manera repentina, de ahí quizá vinieran sus regates al dolor de la rueda que le precedía, que puede llegar incluso sin batalla.
Ante Simoncelli, es la distancia la fingida. El dolor duele real.
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