El campeón de la autogestión
El veneno de Briatore dejó una anécdota para la leyenda de la F-1. Un retrato que pudo sepultar para siempre a Jenson Button, desde este domingo campeón del mundo . A bordo de un Renault en 2002, con todas las luces del Gran Premio ... de Mónaco apuntando a su rutilante fichaje, Button selló un sábado discreto, ni fú ni fá, pero lejos de la «pole». Octavo en la parrilla, a un segundo y medio de Montoya. A Briatore no le satisfizo su labor y se le acercó con sus andares de bravucón. «¿Es verdad que estás buscando piso en Mónaco?», le preguntó unos minutos después de que se hubiera configurado la parrilla. «Así es», respondió, ingenuo y sorprendido, el británico. «¿Y te importa no hacerlo en las sesiones de clasificación?», replicó con saña el italiano. El mismo piloto, menospreciado por Briatore como por otros tantos en el «paddock», se coronó ayer campeón en Brasil.
Button sonrió aquel día delante de los fotógrafos, pese al rejón de su jefe. En realidad, sonríe siempre que se ajusta el casco. Se toma ese gesto como un ejercicio relevante en su profesión. En las duras y en las maduras, ha lucido siempre esa imagen: un tipo risueño, amable, inconfundible con su barba a medio afeitar meticulosamente desordenada...
Hijo de un antiguo piloto de rallycross (John) y criado con su madre (Simone Lyons) y sus tres hermanas mayores desde que el matrimonio se separó en 1987, Button (Frome -Inglaterra-, 29 años) reproduce el perfil habitual de los pilotos. Ha mamado el automovilismo desde niño, desde que su padre le regaló un kart cuando cumplió los ocho. En realidad, su nombre -Jenson- proviene de un conductor danés íntimo amigo de su padre que se llamaba Jensen.
Campeón del Europeo de karts y de la Fórmula Ford británica, Button fue el anterior Hamilton en Inglaterra a principios de siglo. Alto (1,83), mediático por chico guapo y depositario de un semblante al uso en la F-1. Con 20 años y recién llegado al «paddock» con Williams, se compró un yate y un Ferrari. Y frecuentó todos los locales de moda donde chicas despampanantes buscaban su percha. «Perdí la cabeza», ha admitido más de una vez.
La Prensa inglesa le encumbró como el nuevo mesías y la presión pudo con él. Nunca cumplió las expectativas y comenzó a rodar hacia el baúl del olvido. Ganó una carrera en Hungría (2006) después de más de cien intentos y pare usted de contar. Los ingleses ya tenían a Hamilton para solazarse. Button, en un Honda invisible, se volvió más invisible aún.
Fue entonces cuando comenzó a practicar el triatlón (natación, ciclismo y atletismo, todo en uno), un deporte magnífico y equipado de serie para su organismo, cincelado en el gimnasio y sin un ápice de grasa. «Aquí todo depende de tí, y no de la bicicleta o las zapatillas que lleves», dijo con cierto resquemor a su deporte, el que le daba la espalda.
Viajaba en caída libre y se vio en las puertas del INEM británico cuando este invierno recibió la llamada: Honda desaparecía. Como los 600 trabajadores de la compañía, Button barruntó otro trabajo. Llegó Ross Brawn y compró la licencia para armar su propio equipo, Brawn GP. Creó el coche del doble difusor, bien concebido en la reglamentación 2009. Button, que estaba en el paro, ganó seis de las ocho primeras carreras de la temporada. Gracias a ese impulso y a la hoja de cálculo que ha aplicado durante cinco meses, hoy es campeón del mundo.
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