La vida en la Residencia de Señoritas, las modernas de provincias
Una investigación reconstruye la intrahistoria de la versión femenina de la Residencia de Estudiantes, una institución que intentó cambiar el rol de la mujer en la Edad de Plata
Eva Díaz Pérez
A mediados de los años ochenta apareció en la finca Fortuny, actual sede de la Fundación Ortega-Marañón, una caja con papeles aparentemente inservibles destinados a la basura. Allí estaba escrito uno de los episodios más luminosos de la historia reciente de España. Eran ... cartas y documentos procedentes de la antigua Residencia de Señoritas, la versión femenina de la famosa Residencia de Estudiantes. En el jardín donde había aparecido la caja hacía décadas que no se escuchaban las voces y las risas de las jóvenes de la Edad de Plata que quisieron cambiar su época.
Encarnación Lemus López, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Huelva, lleva muchos años desentrañando la historia de aquella Residencia de Señoritas que se creó en 1915 para acoger a muchachas de provincias que buscaban un alojamiento respetable durante sus estudios en Madrid. Ha escuchado sus conversaciones, ha descubierto sus momentos de felicidad, sus miedos, sus proyectos gracias a las cartas que se enviaban entre ellas y también a sus familiares. Ahora la editorial Cátedra acaba de publicar 'Ellas. Las estudiantes de la Residencia de Señoritas', un libro en el que reconstruye la historia y la intrahistoria de aquella institución.
La iniciativa de crear una residencia para mujeres estudiantes en la España de comienzos de los años veinte no era disparatada, pero sí tenía una gran carga de audacia. De hecho, forma parte de la visión regeneracionista de la Institución Libre de Enseñanza, que buscaba la transformación de la sociedad a través de la educación. En el primer curso sólo se registraron tres residentes, pero en el periodo republicano en cada curso había unas 300 estudiantes. Su directora, la pedagoga María de Maeztu, marcó la vida de aquellas residentes, muchas de las cuales protagonizaron la élite intelectual de la Edad de Plata. Entre ellas estaban la abogada y política Victoria Kent, la poeta Concha Méndez, la periodista Josefina Carabias, la pintora Delhy Tejero, la escritora Elena Fortún o la poeta y futura primera mujer miembro de la Real Academia Española, Carmen Conde.
Entre su profesorado estaba también lo más ilustre de la época, como María Goyri, María Zambrano, Victorina Durán, Isabel Oyarzábal, María Luz Morales o Maruja Mallo. Y otras mujeres destacadas pasaron por las instalaciones de la calle Fortuny para impartir conferencias o participar en sus actividades como Zenobia Camprubí, Gabriela Mistral, Victoria Ocampo, María Lejárraga o Clara Campoamor. La Residencia se convirtió en un laboratorio de experimentación de la nueva mujer española moderna, culta e independiente. De allí surgieron el Lyceum Club o la Federación Española de Mujeres Universitarias.
Encarnación Lemus presenta un concienzudo ensayo lleno de microhistorias, la crónica personal de aquellas muchachas que se atrevieron a protagonizar una gran aventura. «A la Residencia llegaban muchachas de provincia, hijas de comerciantes, profesionales liberales o funcionarios que no podían legar un patrimonio importante a sus descendientes, pero también algunas hijas de trabajadores», explica la investigadora. En efecto, no se trataba de jóvenes de clase alta sino de clase media procedentes de familias que sabían que no podían vivir de las rentas sino de su trabajo. De ahí la importancia de la educación.
El libro es, además de un ensayo histórico, una apasionante novela epistolar porque descubrimos la voz de aquellas estudiantes a través de sus cartas. Ahí se encuentran las redes de amistad que se crearon entre ellas y también el recuerdo emocionado que dedican a la directora de la Residencia de Señoritas. Por ejemplo, África Ramírez de Arellano, que vivía en la Residencia mientras estudiaba en la Escuela Superior. Al conseguir una plaza de maestra en Vitoria escribe a María de Maeztu el 2 de octubre de 1923: «[…] Después de haber conocido a V. y vivido en esa casa no nos podemos someter a otra autoridad que no sea la suya ni respirar otro ambiente que no sea el de la Residencia […]. En fin, que no nos olvide, Srta. De Maeztu, que a V. nos encomendamos como lo haríamos a San Pedro para que nos abriera las puertas del cielo (léase Residencia)».
No sólo están los epistolarios de las residentes, también las cartas de los temerosos padres que querían enviar a sus hijas a este respetable pensionado. Sabían que la Residencia de Señoritas atesoraba la solvencia científica de la Junta para la Ampliación de Estudios, pero también contaba con la solvencia moral de la dirección de doña María de Maeztu. Aquellas valientes jóvenes tuvieron que romper muchos moldes, salir de sus pueblos para viajar a la capital, dedicar parte de su juventud al estudio y poner en entredicho el buen nombre de la familia ante una decisión con la que podía peligrar la 'virtud'. «Se fraguó un pacto entre padres e hijas, una promesa mutua en la que ellas debieron de jurar prudencia y disciplina y ellos confianza y respeto. Anteponían el egoísmo de mantenerlas sanas y salvas bien vigiladas en casa, al derecho a ser ellas mismas y a decidir con libertad su futuro», añade Encarnación Lemus.
Rastreando en el epistolario se descubre esta actitud de los padres de las residentes, como ocurre con Juan María de las Cuevas, agente comercial en León, que envía una carta a María de Maeztu el 10 de marzo de 1920 comunicándole que su hija Felisa quería continuar sus estudios de Magisterio en Madrid: «[…] Siempre he creído que mi hija tenía ciertas disposiciones para el estudio, juzgándolo así no quiero sacrificar sus aficiones. Visto el interés que V. se ha tomado por Felisa, me complace poder dejarla bajo su tutela educativa».
La Residencia de Señoritas fue mucho más que un alojamiento, funcionó como un centro de enseñanza y se convirtió en un hogar para estas jóvenes de provincias con actitudes intelectuales. También era un complemento educativo a las clases que recibían en la Universidad, ya que se impartían cursos de arte, música, dibujo, contabilidad, biblioteconomía, pedagogía y clases prácticas en el laboratorio. Además podían estudiar inglés, alemán o francés. En un artículo de ABC del 7 de abril de 1929 María de Maeztu explicaba en una entrevista que la mayoría de las residentes estudiaban Farmacia, Ciencias Químicas, Medicina, Magisterio y Filosofía y Letras.
En la Residencia de Señoritas había conferencias, lecturas poéticas, conciertos, representaciones teatrales, visitas a museos y viajes a Toledo, Andalucía, Barcelona, Marruecos y finalmente a París en abril de 1934. Y no faltaba la influencia de la Institución Libre de Enseñanza fomentando la importancia de la naturaleza con excursiones a la sierra madrileña y la práctica de deportes como el baloncesto o el hockey. La residente María Antonina Sanjurjo, que terminó sus estudios en el Smith College y la Universidad de Clark en Estados Unidos, fue la capitana del equipo de hockey que se creó en la Residencia.
Buena parte de las jóvenes residentes tuvieron una brillante carrera profesional. Fueron las modernas que tomaron las calles y llegaron como inspectoras, maestras, profesoras de instituto o farmacéuticas a todos los rincones de España. Cecilia García de la Cosa y Elisa Soriano, por ejemplo, inauguraron el cuerpo facultativo femenino de la marina mercante; Matutina Rodríguez y Teresa Junquera abrieron una clínica de puericultura en Oviedo; y la onubense María García Escalera se convirtió en ginecóloga, siendo una de las primeras mujeres médicas que abren consulta y llegando incluso a ser inspectora de sanidad. «Lo rabiosamente moderno consistía en que las cinco hijas del farmacéutico de Jarandilla de la Vera estudiaran en la Universidad Central o que lo hicieran las Muñoz, tres hermanas con un padre maestro en Antequera. No sé si estas jóvenes en sus respectivos espacios se quitaron el sombrero [alude al término con el que se define a las jóvenes modernas de la Generación del 27]. A esas alturas el gesto decisivo consistía en poner un pie donde antes no se habían visto mujeres», asegura Encarnación Lemus.
Sin embargo, también existe el lado amargo de esta historia, pues muchas de las 'modernas de provincias' sufrieron los estragos de la Guerra Civil y de la dictadura franquista, donde el papel de la mujer trabajadora e ilustrada sufrió un retroceso frente al nuevo modelo de esposa y madre dedicada al hogar. Muchas de aquellas residentes terminaron en el exilio, también en el olvido del exilio interior, y fueron fusiladas o depuradas como maestras por su pasado republicano. En la España franquista, haber sido residente se convirtió en algo sospechoso. «Se acabó para ellas la trayectoria incipiente de intervenir en la vida pública y fueron devueltas a lo privado por las nuevas costumbres y la reposición de los roles tradicionales. Ellas, que habían echado a rodar una revolución generacional y habían conseguido una habitación propia, se vieron otra vez arrojadas al pasado», añade la profesora Encarnación Lemus.
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