Toros en El Puerto de Santa María
Morante retoma el vuelo del toreo: doce verónicas y un semblante para el recuerdo
Convence e ilusiona por su disposición en El Puerto de Santa María; Alejandro Talavante crujió por ambas manos al bravo Sonajero, el mejor de una seria corrida de Juan Pedro Domecq; Pablo Aguado salió a hombros
Sangre y honor de Daniel Luque frente a la bravura indómita de Montalvo
El torero de La Puebla del Río se arrebató con sus dos toros
Se habían saturado las webs de rastreadores de vuelos durante la mañana de este sábado. Como el viaje de una estrella, todos seguían la estela de la coqueta aeronave de Morante de la Puebla. Se angustiaron sus entusiastas durante las dos horas ... y treinta y cinco minutos del trayecto, hasta que el genio aterrizó a la una y media de la tarde en Jerez de la Frontera. Casi seis horas quedaban para que la Plaza Real, una de sus predilectas, testara a fondo el estado del torero. «¿Es de la mano o es de la cabeza?», preguntaban en la previa algunos incautos. Sería de ambas, porque se le vio más serio y dispuesto que en toda la temporada y con las muñecas rotas, toreando a compás.
El Puerto de Santa María
- Plaza Real. Sábado, 12 de agosto de 2023. Sexto festejo de la temporada veraniega. Tres cuartos largos. Se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq, serios en presentación y juego, destacando el quinto. 1º, noble y falto de ritmo; 2º, inválido; 3º, con alegría y poca humillación; 4º, manso y descompuesto; 5º, bravo y de sensacional estilo; 6º, franco aunque al límite de humillación.
- Morante de la Puebla, de nazareno y oro. Estocada algo caída (oreja); casi entera (ovación).
- Alejandro Talavante, de malva y oro. Estocada (silencio); guardia y estocada (oreja).
- Pablo Aguado, de catafalco y plata. Estocada (oreja); estocada casi entera y estocada (oreja).
Y se hizo el silencio, como no se había hecho en las otras cinco tardes. A las ocho y diez de la tarde, sin margen para que Industrioso comprendiera dónde estaba, salía el genio de La Puebla del Río con cara de espía ruso. Fruncido el gesto, mentalizado su espíritu. Con una preocupación mayor que la de torear: estoquear suspicacias, desterrar fantasmas. Que cayeron al ritmo de su media docena de lances. Clavada su figura, con apresto y majestad su percal. Que tornaron en gráciles durante el quite, más recogidos y altitos sus vuelos. Al fin sonreía Morante, moderado en su expresión. Sin ánimo de brindar, mentalizado en lo que vendría: un inicio clavado sobre el albero, con gesto mayestático. Adornado con un cambio de manos inverso y seguido de una tanda de derechazos enorme, pese a la falta de ritmo y clase del colorado entrepelado –armónico por delante, basto por detrás–. Más ajustado fue al natural, como en la trincherilla, sin buscar ventajas. En su prolongada vuelta al ruedo se conoció el veredicto unánime: «¡Ha vuelto Morante!», repetían. Y llevaban razón: ha vuelto, en su versión más seria y serena, en su versión más torera.
Muy voluminoso era Trompetero, nuevamente con Morante sobre el ruedo cuando el de Juan Pedro tomó el albero. Que tras varias vueltas desentendidas, con Lili recibiéndolo en los chiqueros, llegó otro póquer de lances. Por la faja le pasaban las dagas, que sin inmutarse abría las palmas de las manos al ritmo del compás eterno. Y la plaza volvía a caerse, como en su brindis –ahora sí– en la segunda raya del tercio, con su particular manera de agarrar la montera. Mansito el mulatito, se fue doblando Morante con él hasta frenarlo en su salida, buscándolo antes de la huida. Y se quedó en su terreno, donde bordó los naturales ayudados. Suaves en su búsqueda, imperiales en su trazo. Con el cuerpo a medio componer, muy amejicanado, que acabaron con todo el depósito del animal. Hundido y descompuesto tras aquello.
Alejandro Talavante puso a toda la plaza en pie tras una catarata de derechazos de rodillas
A Optimista, camino de los seis años, le había dado el sol en sus renegridos pitones. Muy hondo el segundo de Juan Pedro, que salió suelto y poco fijo. Inválido en su lidia, abreviando Talavante. Sonajero, el quinto, traía mejores hechuras. Muy bajo y proporcionado, aunque justo de cuello. No hay quinto malo, aunque otros lo hubieran echado por delante. Y con él llegó el éxtasis total en su arranque, con Talavante de rodillas fuera del tercio, soplándole una decena de derechazos con la lentitud de su espíritu sosegado, poderoso en su trazo. Como cuando se alzó de pies, largo y con cadencia. Arrebatado e inspirado el extremeño, que crujió al natural, frenándole el ritmo al bravísimo animal, entre sus constantes y sutiles saltitos. Cumbre fue el cierre, por bajo y con ambas manos. Se atracó con la espada, pero hizo guardia. Volvió a atracarse, ya fulminante. Una oreja, justamente concedida por el palco.
Más blancos eran los arremangados pitones del colorado Pantomimo, fino y despegado del suelo. Con mucho énfasis salió Aguado ante el tercero, volcado sobre la pierna externa. Gustándose en un par de chicuelinas, bailando poco, toreando por bajo. Como Juan Sierra, al que le cantaron varios de sus lances. El toro fue fluyendo, aunque humillando poco y buscando huecos. Que trataba el sevillano de tapar en el pitón contrario, dispuesto aunque amontonado. Lo mató bien, que en él siempre es una gran noticia. Oreja. También insistió con el sexto, un buen toro al que le faltó humillar. Fue dosificando sus tandas hasta impactar en una serie final al natural. Máxima verdad tuvieron sus dos estocadas, de las que escapó aparentemente indemne tras dos pavorosas volteretas. Otra oreja, en reconocimiento a su pundonor torero. Tras salir a hombros de la Plaza Real pasó a la enfermería para que el equipo médico revisase sus contusiones.
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