Honores para El Juli en su despedida de Bilbao
Con el mejor toro (y lote) de la corrida de Victoriano del Río, corta la única oreja, premio que denegaron a Roca Rey, que apostó en el sexto tras vérselas con un geniudo y complicado tercero
Emilio de Justo y Ginés Marín iluminan las sombras de Zalduendo
Bilbao
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Iniciar sesión¿Qué sentiría El Juli al pisar por última vez la tostada arena de Vista Alegre? Era su paseíllo final en la plaza donde suma un palmarés privilegiado, con 30 orejas (31 desde ayer) y cuatro puertas grandes. Era su adiós al sitio ... donde una tarde se recreó con Juglar, el 'agur' al escenario donde hace dos décadas Melonero le partió la cara en una cornada de espejo. Y al espejo de su ambición se miró una y otra vez el torero el 26A.
Se abrió el portón con retraso, que con retraso llegó también el presidente a su palco. A las seis y seis, Julián López Escobar se clavaba sobre la segunda raya, con la montera calada y la boina roja agarrada, mientras Bilbao le tributaba un aurresku de honor, un homenaje a su cuarto de siglo como máxima figura. Se desató una cadena de ovaciones entre reverencias de «¡torero, torero!». El coro de nietos, padres y abuelos del Botxo cantaba «¡Juli-Juli!», el mismo estribillo que sonó cuando remataba la faena de su adiós al norte.
De magisterio y oro vistió su obra postrera frente al mejor toro de la corrida de Victoriano del Río, con movilidad pero con el sino de rajarse. De El Juli había sido el lote de las emociones, el lote que guardaba el triunfo. Demasiado atacado, como si tuviera que ganarse el próximo contrato, anduvo en el primero, cuya estampa flor de gamón sacó un encastado fondo. Aunque hubo instantes vibrantes, electrizantes como la embestida, sus ansias aceleraron el conjunto, que hubiese obtenido premio de no atascarse tan malamente con el acero.
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Rosario PérezEl cacereño, el de los buenos tiempos, se gana dos orejas; el pacense logra una por el temple de sus naturales al mejor de la desbravada corrida
¡Anda que se iba a ir de vacío! Su orgullo de figura se lo impedía. Como su ambición, que no se ha esfumado por el agujero de la edad. Se elevaron sus deseos como el rascacielos de Iberdrola cuando apareció el cuarto, de una clase sensacional. Un vendaval de averno soplaba entonces, con el capote como un mantel en el tendedero de la montaña. Y más aún se movía Casero, con tantos pies que puso en aprietos a la ágil cuadrilla. Pero El Juli sabía que en ese toro asomaban excelencias que cuajar. Se cubría el tendido de paraguas cuando el matador del cuarto de siglo presentó la muleta en un prólogo que anunciaba un viaje al paraíso julista. Se lo sacó a los medios, el lugar de los bravos, de los hombres y los animales, para romperse por ambos pitones. Porque si bueno era Casero por el derecho, más temple lucía por el izquierdo. Bajo el diluvio todo, con el agua goteando por la chaquetilla, con la cabellera del héroe empapada y la muleta lista para centrifugarla. Tuvo que cambiar las telas Julián, soberbio en una poderosa tanda, de tanto sometimiento que Casero dijo que se piraba. Pero El Juli, crecido sobre la barca de Noé, logró sujetarlo a la vez que se despojaba de las zapatillas. Y con el toque de la perfección y la tela puesta lo embrujó en redondo. Hasta echarse de rodillas por el barrizal en un molinete. No sería faena de grandes lentitudes ni bellezas, pero sí de sapiencias e inteligencias. De una listeza absoluta para atrapar por luquecinas, afarolados y una espaldina bajo la mirada de Roca. Ya andaba entonces Casero totalmente rajado, pero qué noble calidad lució. Se colocó el gentío el quitaguas en una mano y buscó con la otra el pañuelo cuando El Juli se perfilaba para matar. Pero pinchó y lo que se presentía como broche de vino y rosas para celebrar una quinta gloria no pudo ser completo. Todo quedó en una oreja. Una oreja paseada entre la apoteosis de su despedida con honores.
Roca Rey, crecido también en su orgullo y con el ego de ser el que manda, se dispuso a hacerse el dueño de la tarde en el último cartucho. Que menuda prenda había sido el anterior, chiquito pero matón, con un genio y una violencia que hicieron pasar un trago al mismísimo número uno.
Su apuesta total fue al sexto, un toro medio. Se aculó en tablas en banderillas, con un par de Viruta de máxima exposición. Y Roca se empeñó en prologar con el cambiado: hasta que no lo consiguió no paró. Tuvo que ir acortando metros, pues el escarbador no se arrancaba. Y allí, frente a Dakar, aguantó. Impávido, hasta pintar el pendular, con un momento de máxima tensión: le dio con los cuartos traseros y tuvo que improvisar un pase de rodillas. Rugía la plaza en esa apertura explosiva del Jaguar del Perú, que se atalonó mientras barría la arena, un lodazal a esas alturas de la lluviosa película. Media muleta a rastras del peruano en cada encuentro, dominador y a la vez oxigenando al noblón animal entre tanda y tanda. Con el toro rajado –ni uno se salvó de esta tendencia–, se adentró en la cercanías sin pestañear. De órdago el arrimón. Cada vez más cerca el torero; cada vez más caliente la plaza. Pero pinchó y esta vez don Matías no le entregó a Roca la oreja que sí concedió a El Juli. Que era su despedida. Y para el madrileño eran los honores.
Corridas Generales
- Plaza de toros de Vista Alegre. Sábado, 26 de agosto de 2023. Sábado, 26 de agosto de 2023. Quinta de las Corridas Generales. Más de tres cuartos de entrada. Toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés (3º), de desigual presencia, sin exageraciones; con movilidad y obediencia, aunque acabaron rajándose; destacaron el 1º y , sobre todo, el 4º; muy complicado el geniudo 3º.
- El Juli, de verde esmeralda y oro. Pinchazo, otro hondo y ocho descabellos (silencio). En el cuarto, pinchazo y estocada corta trasera tendida (oreja).
- Paco Ureña, de coral y oro. Estocada perpendicular delantera y tres descabellos. Aviso (saludos). En el quinto, pinchazo, otro hondo bajo, cuatro pinchazos y estocada. Aviso (saludos).
- Roca Rey, de rioja y azabache. Estocada baja (silencio). En el sexto, pinchazo, aviso y estocada corta desprendida (petición de oreja y saludos).
Pero no fueron los únicos protagonistas. Que allí estaba Paco Ureña, autor de los muletazos más puros con el saltimbanqui segundo. De mejor condición fue el quinto, pero con la fortaleza de un castillo de naipes, al que mantuvo con temple en su exagerado metraje, pues ese fue su pecado: su poco sentido de la medida. El acero le privó de marcharse con un trofeo de cada enemigo. Que el premio estaba predestinado para la figura que se despedía con un lote de puerta grande.
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