VAlladolid
Juan Ortega o cuando torear tan lento duele
El trianero cuaja su tarde más maciza por bellezas, purezas y torerías, corta cuatro orejas y sale a hombros
Juan Ortega: «Se peca más en los despachos que delante del toro»
Juan Ortega
Si hay que morir en septiembre, que sea hoy. Después de ver a Juan Ortega. Y que las mulillas arrastren nuestras certezas y nuestros pecados. Que suenen los cascabeles como sonaban cuando arrastraban el mejor lote de Cuvillo al que desorejó el debutante de ... Triana. Que las campanas toquen por alegrías y repiquen luego por soleá. Porque esa manera de torear, esa colocación, esa pureza, duele. De la cadencia al desgarro, de la armonía a la imperfección. Porque las costuras de la belleza siempre están cosidas de imperfecciones. ¡Viva la madre que parió a Ortega! ¡Vivan Córdoba y Triana! Que ambas sangres confluyen en las venas del torero al que muchos se aferrarán cuando se vaya Morante 'el Inalcanzable'.
Causó baja el de La Puebla en la tarde de la torería y vino Diego Urdiales. Que es como si no hubiese venido: ni tuvo suerte con el lote ni se confió nunca, con esa 'ojana' de la que hablaban los flamencos de la calle. «¡Viene el arte, baja el toro!», gritó un abonado de sombra cuando apareció el primero, el de más justa presencia del desigual conjunto de Cuvillo. Pero lo malo no era la presencia, lo malo era que no podía con la penca del rabo. «Los toros inválidos hay que devolverlos, que tiene un pañuelo verde entre las piernas», siguió la voz del tendido. Pero el palco lo mantuvo. El que no pudo sostenerlo fue Urdiales: al segundo muletazo rodaba por la arena, aunque luego sería duro para morir tras el ensayo de faena del riojano. Menos le gustó el cuarto, de ahogado cuello, huidizo y manso. Lo más rotundo: su espada.
Ganó la partida Ortega también a Pablo Aguado. Y eso que el sevillano flotó por Chicuelo y derramó naturalidad con el melocotón y obediente tercero, de medio viaje, e hizo un esfuerzo con el astifino y exigente sobrero de Loreto Charro, mirón y menos claro que los de Cuvillo. Firme y callada su faena.
La luz se anunciaba en el centro del camino, en el centro del cartel, con el hombre que reúne en su nombre y su apellido el título más torero. Acarnerado era el perfil de su primero, con el que Juan Ortega buceó en la profundidad de la verónica. Sin limpieza por ese punteo de Tabacalero, que embestía con bravo brío. Por delantales nació el temple, un trébol deshojado al ralentí y acunado con una media a la cadera. Tan arrebujada que cabía un baile por sábanas mojadas de María (Jiménez). La danza seguiría con aquel trapito rojo que firmaba ayudados por alegrías antes del molinete en movimiento. Qué poco se estila andarle a los toros y qué bello es. Hasta asentarse con el pecho ofrecido. A derechas e izquierdas, por donde le costó coger el ritmo del tal Tabacalero, un toro medio con nobles opciones. Pero, ay, tirititrán-trantero, cuando brotó el compás los oles eran por seguiriyas. Tanto duraron dos que los muletazos anteriores parecían ya antepasados del padre y la madre de los cambios de mano. Y entre medias Ortega daba pasos como caladas para oxigenar al toro de la familia del tabaco. El cambio genuflexo acabó ya con el cuadro antes del gallista broche a dos manos. Por abajo, arrastrando las telas como arrastran las mulillas la vida. Que se hizo muerte en un espadazo a pecho descubierto. El acero desató la doble pañolada –el palco estaba más generoso que el día anterior–por una faena de armónicas imperfecciones. Todo entre perezas que dolían. Porque la lentitud duele al este y al oeste del edén por todas las fatigas pasadas que esconden.
Tan lentas sucedían aquellas, como sucederían luego en el quinto. ¡Qué manera de torear! Ojipláticos los tendidos. La mitad, que la otra mitad se quedó en casa sin saber que nunca volverían a ver torear así por Guadalquivires a la orilla del Pisuerga. Algo cuesta arriba Encendido, de famosa reata y de generoso cuello para humillar. Hizo sonar el estribo en varas, donde el piquero aguantó antes de la huidiza actitud del toro. A la magia de Juan se encomendaban los orteguistas para retenerlo. Pura magia la apertura por doblones. De cámara superlenta, aguantando el parón del toro. Que Ortega también conoce el valor: hay que poseer mucho para detener el tiempo con pinturas que nacían en el hocico y desembocaban sobre las yemas en el mar de su cadera. Aquello era el toreo de siempre, alargado como las madrugadas de Jiménez (María) en el cambio de mano. Como un compás, de esos broncíneos de nuestros abuelos, rotó su sentimiento cordobés y sevillano. Crecido en su tarde más maciza, en su imborrable huella, aprovechó las arrancadas más boyantes del cuvillo y lo cosió en redondo rodilla en tierra. No, no se puede andar mejor con un toro. Que la academia del ‘solo’ y ‘sólo’ incluya la acepción en el verbo: andar es Ortega. Y (san) 'se acabó'. Que ahora ya su mundo es de todos los que lo vimos.
Feria de Valladolid
- Plaza de toros de Valladolid. Sábado, 9 de septiembre de 2023. Tercera corrida. Media entrada larga. Toros de Núñez del Cuvillo, desiguales de presencia y volúmenes y de juego dispar; destacaron 2º y 5º; un sobrero de Loreto Charro (6º bis), astifino y exigente.
- Diego Urdiales, de verde esperanza y azabache. Estocada delantera (saludos). En el cuarto, estocada desprendida (saludos).
- Juan Ortega, de verde esmeralda y plata. Estocada (dos orejas). En el quinto, estocada (dos orejas).
- Pablo Aguado, de buganvilla y oro. Dos pinchazos y estocada desprendida (saludos). En el sexto, pinchazo hondo (saludos).