Mondeño, el torero fraile: «Quise ser sacerdote, pero mi abuela era muy comunista y me lo prohibió»
François Zumbiehl rememora la entrevista que realizó al místico matador en su piso de París
Mondeño ( a la derecha), en el patio de cuadrillas de Madrid con Gregorio Sánchez y Andrés Vázquez
Al recibirme con una cortesía casi inglesa en el salón de su piso de París, a principios de este siglo XXI, Juan García 'Mondeño' me comunicó la impresión de que estaba retirado de todo lo que había marcado su existencia, pero que miraba su ... pasado con la lucidez y la serenidad necesarias para borrar cualquier nostalgia o amargura que todavía le pudieran pesar. Las circunstancias de la vida le hicieron torero, pero al principio su vocación profunda era la religión:
«Mi padre quería que fuese torero porque en la época era la manera de salir de la miseria. No tenía idea, pero me fui formando delante del toro. Mi padre ganaba 20 pesetas por jornada. No teníamos más que garbanzos para comer. Quise ser sacerdote y mi abuela era muy comunista. Me lo prohibió. Se enteró y no me dejó. Me metieron en el colegio de Lasalle, y ahí me formaron muy bien, religiosamente. Tenía 12 años cuando fui por primera vez a la escuela. Hice la primera comunión a esa misma edad, que eso era casi ilegal, en la época franquista. Entonces me dieron sentimientos, facultades, que podían llevarme a ser misionero. Pero mi abuela Pepa se enteró, y por poco no mata a mi madre y a su yerno, mi padre. Entonces eso se enfrió un poco en mi padre y dijo: «Bueno, si no es cura, que sea torero».
Y así es como el toreo se vuelca poco a poco y de forma espontánea en su personalidad, aprovechando sus dotes para el recogimiento:
«Dijeron que las cosas que yo hacía eran de Manolete, al que no había visto. Por ejemplo, quedarme quieto, muy vertical. Luego, como soy un poco místico, y además flaco y serio -no es que sea serio, sino que para mí el toreo es serio-, yo le daba cierta armonía, cierto rito místico y seco al toreo. Me quedaba quieto, naturalmente, y eso me valió para ir subiendo. Las famosas manoletinas, yo las daba muy bien, pero ese pase mío no es la manoletina. La manoletina gira, y yo no giraba, porque he tenido un defecto después de una cornada. Llevé un aparato ortopédico. Un toro me metió un pitón en el 57 y me partió la safena, y el nervio me lo dejó casi roto. Un amigo médico de Sevilla me puso entonces un aparato ortopédico con un hierro, cerca de las zapatillas. En Sanlúcar de Barrameda cito al novillo, y cuando viene, yo no puedo dar la vuelta. Al pasar el toro me quedé quieto. Y la gente gritando: '¡ole!, ¡ole!'».
Del dominio al arte
Esa formación sobre la marcha no impidió al torero percibir con claridad los fundamentos técnicos de su arte:
«Lo primero en el toreo es quedarte en el sitio y aguantar el toro ahí, dominándolo. Luego viene lo que es arte. Si tú aguantas, pero no giras la muñeca, no puedes torear con arte. El otro día vi una foto de Finito de Córdoba y se lo dije a su padre: él está toreando y no mira al toro y casi nunca se mira; mira la punta de la muleta para que el toro llegue ahí, y cuando el toro llega, gira la muñeca y le da otro pase. Por eso torea con arte. Del mismo modo nunca hay que mirar los cuernos del toro; solamente los ojos para que te mire el toro a ti. Tú ves muy bien dónde has puesto la mano, y que es la muñeca la que torea, por supuesto con suavidad. Cada toro tiene su carrera, su manera de embestir. Naturalmente, uno le va enseñando, pero cada animal tiene sus defectos. Si tiras demasiado de él, le quitas la muleta. Y si uno no le quita la muleta a otro que embiste con más fuerza, el toro te engancha. Ese es el secreto del temple.
Un pase no llega a diez segundos entre el arranque y el remate, pero esos diez segundos son hermosos cuando el torero se relaja completamente. El toro puede hacer cualquier extraño y coge al torero, porque éste está totalmente entregado y no se da cuenta. Tu sentimiento pasa por la mano y va a la muleta. Es como una flamenca cuando levanta los brazos y hace así. Puedes llamarla y no se entera, porque te está transmitiendo su arte con sus manos. Nosotros transmitimos con ese movimiento de la muñeca, del mando».
En el curso de la conversación Juan García insiste en que el toro es la parte fundamental de la Fiesta y que entenderse con él es lo más soberbio. Algunos van por sí solos, a otros hay que ir enseñándoles, y cuando se logra es una gran satisfacción. Al público hay que saber transmitirle el sentimiento que el torero lleva dentro. Mondeño, con su valor inquebrantable y su quietud, recuerda que le llegaba muy pronto a la gente, sobre todo en las plazas importantes, donde la seriedad de la afición se adecuaba a la de su toreo, aunque nunca resulta fácil ese reto, pues «en los toros, no es como en el teatro; el espacio está abierto, está lleno de copas, con un puro, hay sangre por medio, hay emoción. Hay moscas, hay sol... Dominar este público es muy difícil».
Los 'sabios' del toreo
En cuanto a los toreros a los que vio en activo, admiró en primer lugar a los 'sabios': «A mí me iba el toro alegre. Era un torero quieto y necesitaba que el toro viniera. Pepe Luis Vázquez era un gran lidiador, un hombre y un torero con mucha inteligencia. Tenía una visión del toreo; yo también, en la medida en que, si iba a Sevilla, sabía que tenía que hacer esto y esto... Pero luego todo me salía diferente, porque ningún toro es lo mismo y ninguna faena es igual. Además, hay toreros, como Pepe Luis o Paco Camino, que, cuando el toro salía, sabían lo que tenían que hacer; yo no. Hay toreros sabios. Juan Belmonte era uno de ellos; Antonio Bienvenida, igual. Hablando de la mente diré que se puede mentalizar una faena. Toreamos solos, con el pensamiento, y también en el campo. Necesitamos un poco estar tranquilos, reposados; tú necesitas llenarte para luego estar en la plaza delante de la gente. Pero luego toreas diferente de lo que habías pensado. El toro no era como yo había pensado, me embestía por otro lado, y al cambiar la faena me salía mejor. Son las vicisitudes del oficio.
Para mí el mejor torero que ha habido ha sido Ordóñez. Un torero muy completo, difícil como persona, pero un grandioso artista. También Paco Camino era un torero sabio, muy inteligente. Una vez en El Puerto de Santa María, nada más salir un toro me dijo: «¡Juanito, a este ni una mondeñina!» Yo estaba en las nubes. Toreábamos con Diego Puerta, Diego Valor que se comía a los toros. Paco era la inteligencia. Yo era la mística. También yo tenía valor, pero era diferente. Diego era el valor fuerte, salvaje delante de los pitones. Yo era el valor quieto, pasándome el toro cerca, siempre, con otra emoción. Pues, nada más salir el toro, Paco sabía que por el lado derecho era peligrosísimo. ¡Yo no me había enterado!»
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¿Juan García 'Mondeño' se habrá sentido torero hasta el final? No, en el lado de las circunstancias; sí, en su esencia, nos atreveríamos a contestar, si interpretamos correctamente la conclusión de sus palabras: «Cuando me he cortado la coleta no me he puesto nunca más delante de un toro. En casa tengo cabezas de toro y hablo de toros, porque naturalmente se me queda dentro. El torero siempre será torero hasta que se muera. Sin embargo, otros compañeros quieren contactos con el campo, no pueden vivir sin subirse en un caballo. Para mí no es así; eso ya pasó».