Fernando Adrián: golpe a golpe donde le dan sitio

Sorprendieron ya las hechuras del que estrenó la arena, un burraco amplio y con generoso cuello que metió la cara en el capote del extremeño. Templadísimo. Uno, dos, tres, cuatro... ¡Más lento todavía! Porque templado embestía también Tunecino, con una mansita temdencia. Lo recogió el de Puebla del Prior en un mixto por chicuelinas y tafalleras, rematado con una larga de reloj de arena. Se desmonteró Javier Ambel con los palos. En un momento de ambiciosa plenitud, como si quisiera retroceder a su inolvidable 2018, echó las dos rodillas por tierra en dos pendulares. Y ya erguido siguió con la mano de la cuchara. Despacito todo. Como el enclasado ritmo del toro de Bañuelos, con bondades de convento. Y más aún alargó por momentos sobre el zurdo. A placer la cadencia de Perera con un Tunecino para disfrutar. De salón parecía que toreaba hasta en el broche de las manoletinas. Todo lo ganado lo perdió con el acero. Una lástima.

Complicó la vida en banderillas el segundo, que esperaba, y al que recetaron un sinfín de capotazos. Qué bien lo pulseó Joselito Adame, aprovechando su obediencia en las telas. Con esa tendencia a abrirse, que tampoco cerraba el mexicano. Por fuerita en los redondos. Todo hilvanado, pero sin estrecheces. Técnicamente impoluto, sin enganchones. E impoluto el vestido con esta faena de lejanías. Pinchó y el toro de Bañuelos, otro al que le colgaban las orejas, se arrastró intacto.

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Pasó apuros Fernando Adrián en los dos faroles de rodillas de saludos al tercero, que partió el palo al varilarguero. Tardó el de Bañuelos en acudir a su jurisdicción. Pero tuvo emoción cuando lo hizo por estatuarios, jalonados con una espaldina de escalofrío. Se entregó la revelación de San Isidro, que ha debido de ver muchos vídeos del Monstruo de Galapagar, pero al que le sobra esa pose envarada que tan antinatural queda (y que recuerda a otros matadores que ya no están en activo). Como sobró el grito tan antitorero: «¡Aaadri, máquina!». Echó las telas adelante y quiso alargar el viaje de un toro que iba y venía sin apenas celo, pero rebosando nobleza. Entre los pitones se metió con valor. Tremendo el arrimón, con medio palco en pie. Y con el acero sin afinar... Tres de tres.

Gustó a los apoderados el cuarto en los corrales, más rebrincado y en el que otra vez hubo chicuelinas -¿no podía ser por otro palo?-. Un arreón pegó a Perera con los cuartos traseros en la apertura de faena. No tenía la clase Carito de su hermano 'abreplaza', aunque también quiso humillar -mejor el embroque que la despedida-. Perfecto el trato del extremeño, midiendo tiempos, distancias y alturas. Por luquecinas remató una labor que no pudo tener la belleza ni la limpieza de la anterior por la condición del bañuelos.

Con mucho volumen el castaño quinto, de bastas pezuñas y un comportamiento que poco prometía. Como era embistió: feo, áspero y brutote. Con paciencia le sacó Adame los muletazos al manso. Demasiado alargó entre el hartazgo del personal.

Vibrante el prólogo de rodillas de Fernando Adrián al sexto. Con corazón aguantó los parones del toro, que luego pasaba sin maldad. Descalzó tras tirar las zapatillas, se asentó en las distancias cortas, con ganas y ajuste. Se desplazó más por el pitón izquierdo, en largos naturales, combinados con un invertido que fue lo más jaleado con el pase dela firma. Seria y firme su faena con un Duermemucho que respondió bien, a más. Las bernadinas pusieron la traca final. Dos orejas se anotó mientras, ¡desde el callejón!, pedían la vuelta al ruedo para el toro... En fin, qué cosas. Eso sí, muy buena corrida de Bañuelos, con cuatro de seis a los que colgaban las peludas. Sólo Adrián se marcharía en volandas, pidiendo paso y contratos.