Morante baja del cielo en su reaparición; Adame y Ginés salen a hombros

Ayer volvió a vestirse de gala, quizás uno de los días que den mayor razón de ser al aeródromo oscense. Llegaba Morante, casi nada. Un moderno y diminuto avión privado pidió pista, y toda para él. El de La Puebla bajo de los cielos, ni una nube, para la tarde de su vuelta a los ruedos, que le ha tenido apartado como el Guadiana por una lesión en la muñeca.

En Badajoz, por san Juan, fue el primer golpe, y ya perdió algunas tardes. Y a comienzos de julio, en la plaza portuguesa de Vila Franca de Xira otra cogida agravó la cosa. Burgos, Alicante, Teruel… y vuelta al traje de luces en San Fermín. Un espejismo, porque ha permanecido parado hasta este viernes, con avioneta recién estrenada.

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Unos escalofriantes 38 grados a la sombra marcaban los termómetros a la hora de los toros. La plaza a reventar, los tendidos de sol incandescentes con la alegría de los peñistas, y Morante al frente enfundado en un vestido canela y oro. Expectación por las nubes, de donde venía el torero, y un primer toro castaño de Antonio Bañuelos, que se quedaba corto. Tan corto como dulce y feble su embestida. Lo intentó y bajo el sol quedaron algunos apuntes con la derecha. Con la zurda hubo que imaginarse lo que podía haber sido y no fue. Un mimo que sirvió para aplacar algunos ánimos que se exaltaban por la decepción. Un pinchazo y una fulminante estocada trasera firmaron el primer capítulo.

Al segundo le dieron fuerte en varas y, aún así, llegó con infinitas embestidas a la muleta de Joselito Adame, que ya con el capote sentenció lo que íbamos a ver en la muleta. Mucha vistosidad, mucha velocidad y poco ajuste. Faena del gusto del público, pese al poco mando, pues recorrió todos los terrenos de la plaza. La estocada desprendida desató una pañolada un tanto desproporcionada, esa es la verdad. Las largas embestidas del de Bañuelos merecían mejor trato. Y es que, a veces, la falta de temple tiene premio. Hasta doble, que el mexicano paseó feliz entre la felicidad de todos, o casi todos, los presentes.

Ginés Marín salió espoleado por el triunfo del mexicano y no dejó pasar la oportunidad de buscar el suyo. El toro salió queriéndose comer los capotes por abajo, y el inicio de faena, rodilla en tierra y llevando prendida la embestida, dio buena medida de lo que pretendía. A partir de ahí, el de Bañuelos ya no fue el mismo, o el torero, a saber. A derechas e izquierdas hubo reunión, es verdad, pero hasta que no llegó el toreo más superfluo la llama no prendió. Una estocada baja y oreja al canto.

Al abrochadito cuarto lo recibió Morante con tres lances a una mano y se durmió en un quite a la verónica que frenó en seco la hora de la merienda. Bocadillos a un lado cuando Morante apuntó el eterno toreo de capa. Y algunos ya no los volvieron a probar, que el sevillano se empeñó en meterlo en la franela. Al natural citó y embarcó, aunque el toro no acabó de entregarse y se fue parando. Se le agradecieron las buenas intenciones y los derechazos que tenía guardados y que fueron como un regalo. Estaban escondidos, nadie ni siquiera los presentían, pero supieron a gloria. Y otra por ese pitón a pies juntos, delicatessen. El descabello hizo volar la oreja, pero no la cerrada ovación. Y de nuevo al avión para seguir el periplo veraniego. Huesca, El Puerto, Pontevedra, San Sebastián...

Se arrancaba pronto y templado el buen quinto, que permitió a Adame torear con buen aire. De rodillas fue arrollado y por ese palo siguió enardeciendo de nuevo el ambiente. La estocada acabó de convencer a la dadivosa presidencia de que todo lo hecho merecía otros dos trofeos. Desmesurados, pero ahí quedan. Cosas de las fiestas y de la Fiesta.

Toreó Ginés Marín con el mejor son a la verónica y comenzó la faena con detalles de buen gusto. A derechas se entendió en una labor fácil. Más metido con el toro al natural. Una voltereta prendió la mecha, que el torero no quería irse de vacío. Estocada, de nuevo el exceso orejil, y a hombros con el mexicano.

Quien también disfrutó de la tarde fue el nuevo presidente de Aragón, Jorge Azcón, que por la mañana tomó posesión de su cargo y no quiso perderse la feria oscense en un guiño a favor de la Fiesta. Que así sea. Mientras, Morante de nuevo al cielo.