Emilio de Justo: «Me gustaría brindarle un toro a la Princesa Leonor; sería señal de que va a la plaza»
El torero que superó la más grave de las lesiones y que cambió la silla de ruedas por el temple de su muleta se cita con ABC en un tablao flamenco, su otra gran pasión
Así fue la reaparición de Emilio de Justo en Almería
Emilio de Justo o la mirada de un torero sentado en una silla de enea del tablao flamenco 1911, el clásico Villa-Rosa
Un tirititrán resuena en el tablao. Tocan madera unos pies que calzan el 40 y las yemas de las manos mecen el mantel ocre que adorna las mesas del 1911, el clásico Villa-Rosa. Bajo la mirada de los turistas que visitan este templo ... del flamenco, la verónica calla el bullicio de la plaza de Santa Ana. Hasta la alarma del reloj del alemán que cruza el escenario se apaga en un compás sin agujas. «El toreo y el flamenco están hermanados», dice Emilio de Justo, el torero que entrena con la música de Camarón y ralentiza con su izquierda las leyendas del tiempo. El de Torrejoncillo mira con optimismo la época que le tocó vivir (y casi morir). Porque el hombre que esta temporada ha triunfado en las principales ferias miró de frente a la muerte hace año y medio cuando un toro de Madrid estuvo a punto de postrarlo en una silla de ruedas. Pero ahora es momento de festejar las glorias. Y lo hace a escasos quinientos metros de donde un día antes la Princesa de Asturias juraba la Constitución.
—¿Se imagina a la futura Reina en una plaza de toros?
—Mire, he brindado al Rey Juan Carlos y al Rey Felipe VI; también, a la Infanta Elena. Me gustaría brindarle un toro a la Princesa, porque eso sería señal de que va a la plaza y apoya la Fiesta como sus antecesores. Doña Leonor representa el futuro.
—¿Cuál sería el libro magno que rige los cánones de un torero?
—No hay reglas. Es cierto que el toreo tiene su parte de rito y su base artística, pero su grandeza reside en salirse fuera de toda norma. Cada torero tiene su personalidad y cada aficionado tiene su forma de ver los toros. Lo demás serían ataduras.
—Hay una queja generalizada del sector: los mismos deberes que el resto de ciudadanos y en derechos... ciudadanos de segunda.
—Se me viene a la mente ese momento tan duro de la pandemia: a los profesionales taurinos nos excluían de las ayudas que sí daban a otros artistas y al resto de industrias culturales. Ahí sí nos sentimos apartados y excluidos, a pesar de que la tauromaquia forma parte del mundo del arte. Lo que sí creo que tenemos es el reconocimiento de buena parte de la sociedad. Y me satisface mucho más sentirme valorado por la gente, por el pueblo, que por un político acomplejado.
—Anda revuelta la política española. Falta haría ese temple suyo de Jaén, cuyo eco sigue...
—Confío en España como nación, como un país autosuficiente que siempre sale adelante incluso en los momentos más difíciles. Tengo mis ideas, pero con la política no me gusta romperme la cabeza. Me obsesiona más ese temple del que habla... Torear despacio, con poso, con tranquilidad, en ese aire de Jaén.
Emilio de Justo, a la verónica sobre el tablao madrileño
—Qué curioso que en nuestro día a día todo lo queramos deprisa y en el toreo todo lo queramos despacio.
—Vivimos en un mundo en el que parece que todo son números, que todo tienen que ser resultados. Tanto es así que muchas veces al toreo también se ha trasladado eso, exigiéndonos orejas y regularidad de triunfos, que no se te resbale un pie en definitiva. Eso genera una ansiedad como si no pudieras fallar nunca, como si tuvieras que triunfar por lo civil o por lo criminal. Pero al fondo está lo que cala, el toreo tranquilo y natural. Por eso puedo decir claramente que mis mejores faenas, como las de muchos otros toreros, son en el campo. Sin presiones, sabiendo que nadie te va a juzgar, aflora la naturalidad.
«Un torero tiene que aprender a sufrir y a ser psicólogo de sí mismo, porque delante del toro va a estar siempre solo»
—Qué difícil masticar con lentitud para repartirse un pastel que se devora rápido.
—Encontrar el equilibrio entre torear despacio, torear muy bien y que sirva un mayor número de toros son palabras mayores. Bendito sea cuando se logra.
—¿Es más fácil templar a los toros o a los hombres?
—Depende de cómo sea el toro y de cómo sean las personas. A veces es muy difícil templar a alguien, pero torear templado es muy muy muy difícil.
—Hablamos de templar después de una lesión cervical gravísima, con estallido y fractura del atlas y el axis. De pender de un hilo su movilidad al triunfo: ¿cómo se logra?
—Ha sido la afición. Siempre he antepuesto de forma radical el toreo a mi propia vida, a mi familia. Esa ilusión, esa vocación y esa afición me han hecho recuperarme. El doctor Hevia, un traumatólogo muy reconocido, me decía que no había visto nada igual: una reaparición tan rápida, con siete segmentos rotos. Cuando cogí la muleta por primera vez ni podía con ella. Fue muy duro. Ahora estoy bien, aunque aún no me encuentre al cien por cien.
—¿Derramó lágrimas por el camino?
—Hubo muchas lágrimas en el camino y el día de la reaparición también. Ha habido dos paseíllos en los que he llorado por dentro: uno fue en Madrid, el día de la encerrona de mis sueños, que se vio truncada por la cogida; otro, el día que reaparecí en Almería mano a mano con Roca Rey. Había pasado tantos meses de dureza, en los que no sabía cómo iba a quedar ni si podría torear, que cuando me enfundé el traje de luces me emocioné.
«Me encantaría que Enrique Ponce volviera el próximo año, pues su retirada no hace justicia a su grandeza»
—¿Y el miedo por dónde andaba?
—Muy cerca. Pasé mucho miedo, sobre todo porque no sabía cómo iba a quedar por la fractura de las vértebras. Fueron muchos dolores, mucha incertidumbre, mucho miedo a qué sería de mí...
—'Bórrame de tu memoria' es el título de una de las piezas de su ídolo. ¿Se borra un percance así?
—Camarón transmitía con sólo abrir la boca. No es fácil borrarlo al cien por cien, porque muchas veces, incluso cuando estoy durmiendo o conversando tranquilamente con alguien, me vienen flashes de la cogida. Si he tenido inseguridad, ha sido por las secuelas de la lesión, pero he dado ese paso adelante y he matado bien a los toros. Fantasmas no me han quedado.
Piensa el sentimiento, siente el pensamiento de un torero
—Después de las espinas, brotaron las flores y las orejas en las ferias señeras. ¿Cómo definiría su año?
—Como una temporada especial. Estoy muy orgulloso por lo que me ha tocado remontar. El principio fue duro porque tenía cierta incapacidad en mi movilidad del cuello, y en plazas como Madrid, Sevilla y Valencia no estaba al cien por cien. Los toreros somos humanos y me afectaba verme limitado. No fue sencillo quitarme mentalmente el complejo de la lesión, quitarme esa rigidez. Pero a mitad de temporada hubo un triunfo grande y todo cambió.
—¿Cuál fue el punto de inflexión?
—Una tarde de julio en Mont de Marsan. Cuajé un toro de La Quinta, corté las orejas y ahí se me fueron todos los complejos de mi cabeza. Ese toro de Francia marcó una temporada de auténtico crecimiento en lo artístico y en lo físico.
«Hubo muchas lágrimas en el camino y en la reaparición, pero me siento muy orgulloso por sobreponerme a una lesión tan dura»
—Además de la ayuda de fisioterapeutas, ¿precisó terapia psicológica para superar los complejos?
—No he necesitado nunca ayuda psicológica. Quizá parezca algo disparatado, pero creo que un torero tiene que aprender a ser psicólogo de sí mismo, tener fortaleza mental, porque delante del toro luego va a estar solo y nadie lo va a ayudar. Un torero tiene que aprender a sufrir, al igual que se aprende a disfrutar de los momentos bonitos. En esa capacidad para sufrir marca la diferencia.
—A toro pasado, ¿considera que cuatro tardes en Las Ventas acabaron pesándole y fueron demasiadas?
—Sí, sinceramente creo que fueron muchas tardes. Lo que pasa es que en el momento que nos las ofrecieron me sentía orgulloso de poder torearlas, de poder realizar lo que el año anterior no había realizado. A toro pasado, que es cuando se hacen las valoraciones, dos tardes hubieran sido lo lógico.
«Es cierto que el toreo tiene su parte de rito y su base artística, pero su grandeza reside en salirse fuera de toda norma. Torear sin reglas»
—¿Es frágil de memoria el aficionado?
—Tiene memoria, pero soy consciente de que la exigencia en la catedral, en Madrid, es máxima. Yo le estoy muy agradecido. Nunca voy a olvidar la ovación que me dieron en la encerrona y en la reaparición. Fue muy emocionante.
—¿Volverá a anunciarse su nombre frente a seis toros en Las Ventas?
—Me lo pregunta todo el mundo. Y lo único que puedo decir es que a día de hoy no me lo he vuelto a plantear, pero en mi subconsciente ese sueño planea, como si tuviese que acabar lo empezado. A lo mejor, sí; a lo mejor, nunca más.
—En invierno la mente de los toreros anda inquieta. ¿Algún reto para 2024?
—Mi currículum está ahí y mi ilusión es seguir apostando y dando la cara.
—¿Se imagina compartiendo cartel con Enrique Ponce?
—Me encantaría porque, aparte de ser un torero al que admiro muchísimo y de ser uno de los más grandes que ha dado la Historia, es de las mejores personas que he conocido. Me encantaría que el maestro volviera con categoría y vitola, pues creo que su retirada no hace justicia a lo grandioso que ha sido.
«Le pese a quien le pese, cuando se nombra a España en el extranjero se piensa en toros y flamenco, dos artes hermanadas»
—Uno de sus máximos seguidores es Luis de la Fuente.
—Me enorgullece ser su amigo y que respete tanto la tauromaquia. Aparte de ser un grandioso entrenador, tiene unos valores impresionantes.
—¿Es futbolero usted?
—Mucho. Soy del Real Madrid de toda la vida y lo seré hasta la muerte. Voy mucho al Bernabéu con Alberto, mi apoderado, incluso a la grada fans.
Su mirada se aleja del club blanco y se clava de nuevo en el tablao donde brotaría el duende que enseñoreó Lorca, el que no nace de las gargantas, sino ese que sube por dentro «desde la planta de los pies». Hunde sus zapatos caoba y la palma de su zurda se desmaya mientras con la derecha se apoya en la silla de enea. Como si se arrancase a cantar un torero que no podría vivir sin escuchar flamenco, pero que sólo tararea «en la ducha».
—¿Qué tiene este palo que tanto le atrae?
—Para mí no hay música que transmita más, sobre todo ese sentimiento que desprende un quejío gitano. Es algo que te estremece y va muy unido al toreo. Cuando un flamenco sale al escenario a expresar su arte y cuando un torero sale al centro de la plaza para coger la mano izquierda, fluye una verdad de dentro. Son dos artes ligadas por el compás. Además, ambas forman parte de nuestra identidad y de la cultura española. Cuando se nombra a España en el extranjero se piensa en toros y en flamenco. Le pese a quien le pese.
—La Niña de los Peines decía que el cante no se aprende, sino que sale «así, así y así». ¿Una faena es más corazón o aprendizaje?
—Corazón sin riendas. Camarón las rompió todas y ha sido el genio más grande. Porque lo más bonito es cantar y torear sin reglas. Los toreros soñamos con cuajar la faena de nuestra vida en Madrid o en Sevilla; para eso nos entrenamos. Y luego resulta que la mejor faena te sale en un pueblecito o en el campo, donde no la ve nadie. O a lo mejor el cante mortal nace en una juerga, cuando el artista no tiene responsabilidad.
—¿Cuántas veces su toreo ha gritado lo que su alma calla?
—Alguna que otra vez, aunque es muy difícil. Hay instantes en los que parece que el duende te atrapa y te sale eso que tú quieres expresar. Es algo raro: tienen que juntarse el toro, el torero y la inspiración. Son momentos cortitos, como los frascos de perfumes, pero su aroma es tan clásico que perdura siempre.