El caso Roca Rey

Se le puede disculpar por las protestas del sector más duro de aficionados madrileños. Así ha sucedido siempre en Las Ventas con las grandes figuras, desde El Guerra («en Madrid, que atoree San Isidro») hasta El Juli. Pero precisamente demostraron su categoría imponiéndose a ese ambiente hostil: Luis Miguel lo desafió autoproclamándose número uno. Eso, además de arrogancia –que no le falta a Roca Rey– exige cuajar una faena redonda. Si el diestro peruano lo hubiera hecho, habría callado a los gritones pero no hizo ninguna de las dos cosas. Con toros nobles, se sucedieron los desarmes y enganchones; intentando romper el hielo, recurrió a los muletazos invertidos y bernadinas… Dos datos significativos: apenas entró en quites –cuando antes no perdonaba uno– y no mostró su habitual regularidad con la espada.

Uno más. En una entrevista en ABC, se refirió así a Daniel Luque: «No quiero estar con alguien irrespetuoso, en un patio de cuadrillas». Es decir, que no quiere torear con él. Lo entiendo pero no lo justifico. Entre toreros, esas cuestiones se han resuelto siempre en el ruedo: alternando con él y procurando darle un repaso. Eso es lo que hacía siempre Joselito, el modelo de todos. Como aficionado, lo que me gustaría, ahora mismo, es que se anunciara un mano a mano de los dos, con una ganadería seria, en Las Ventas. Pero me temo que me quedaré sin verlo.

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¿Qué le está pasando a Roca Rey? Es joven y está evolucionando. No le falta valor, ni técnica, ni ambición pero ahora mismo, en Madrid, no lo ve claro y, así, resaltan más sus limitaciones. «La pintura –decía Leonardo da Vinci– es cosa mental». También lo es el arte del toreo. Roca Rey ha de pararse y pensar lo que quiere hacer. Ante todo, en Madrid, el 11 de junio.