DESDE MI GRADA
Robert Ryan, el torero yanqui
Su concepto del toreo era muy singular: lo veía como un rito, cercano a los religiosos. Los taurinos profesionales le echaban en cara que lo identificara con la mística, con el 'ensimismamiento'
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Madrid
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Iniciar sesión¿Puede un yanqui ser un torero estimable? Aunque algunos no lo crean, le es difícil pero sí que puede. El arte es universal. El neoyorquino Sidney Franklin toreó en España antes y después de la guerra; John Fulton, de Filadelfia, tomó la alternativa ... en 1963 y abrió su estudio de pintor en Sevilla; Robert Ryan, de los Ángeles, la tomó un año después. A eso se unen dos toreras, Bette Ford y Patricia McCormick. Y dos más, el novelista Barnaby Conrad y Orson Welles, que se anunció en Sevilla como 'el Americano' (él me lo dijo y lo ha documentado Fernando Iwasaki).
También es un personaje muy singular Robert Ryan. Con casi 80 años, acaba de publicar una curiosísima autobiografía, 'Capas de olvido' (ed. El Paseíllo). La crítica lo definió como un diestro «fino, con sentimiento». Además de torero, es pintor y escritor: un artista.
No llegó al toreo por hambre. Una misteriosa llamada le llevó a entrenarse en el toreo de salón, cerca de Hollywood, con un grupo de cineastas en el que quizá estaba James Dean. Descubrió ese mundo en la película 'Torero', de Carlos Velo, con Luis Procuna. Su mentor fue Pepe Ortiz, el gran maestro del toreo de capa. Conoció a Gaona, a Arruza, al tenor fray José Mojica. Pero en la Plaza México, en vez de un pasodoble, le tocaron 'Barras y estrellas'.
Vino a España, traído por Pablo y Manolo Lozano, pero tuvo que actuar con nombre falso: como norteamericano, no podía obtener el obligatorio carnet del Sindicato. Se hizo con una amplia cultura taurina leyendo mucho, en la inolvidable librería 'Mirto', de Herminia Muguruza. Toreó en muchos pueblos y hasta en Vista Alegre. En México, chocó con los intereses de los empresarios.
Su concepto del toreo era muy singular: lo veía como un rito, cercano a los religiosos. Los taurinos profesionales le echaban en cara que lo identificara con la mística, con el 'ensimismamiento'. (No es extraño que José Tomás le haya escrito un breve prólogo). Le fascinaba «el vuelo musical del capote», cercano al bel canto…
También su libro es original: salta datos, no se centra en las anécdotas. Está escrito con ambición, en prosa poética. Ha buscado la belleza con la pluma, el pincel y el capote. Toreó una vez con Pepe Ortiz, Silverio Pérez y Fermín Rivera, el Festival del Recuerdo. Así podía haberse llamado su libro.
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