Elogio del picador
El público suele pitar a los picadores en cuanto aparecen en el ruedo, sin entender que su labor es fundamental
Dar la puntilla
Un picador en Pamplona
Está clarísimo, en una corrida de toros, quién es «el malo»: casi siempre, haga lo que haga, el picador. En casi todas las Plazas, apenas ha colocado la primera vara, ya le están pitando, para que levante el palo. ¿Existen muchas profesiones en ... las que se aprecia más al que no la realiza? Se me ocurren sólo los verdugos, los delincuentes habituales.
Si esto es un chiste, no tiene ninguna gracia. Al revés, es un síntoma evidente de la decadencia del público. Ante todo, la suerte de varas es la herencia directa de la primitiva fiesta de toros, en la que los toreros a caballo eran los protagonistas. Por eso conservan el privilegio de usar el oro, en sus vestidos.
Además, esta suerte es absolutamente necesaria: sirve para medir la bravura del toro y para ahormarlo, haciendo posible una lucida faena de muleta.
Cosa distinta es que esta suerte – como todas- se realice bien o mal. En época de Primo de Rivera se instauró el peto. La sensibilidad actual no soportaría caballos muertos, en las Plazas. Pero esto influyó también en la manera de hacer la suerte: los malos picadores dejan que el toro se estrelle contra el caballo para castigarlo desmesuradamente. Lo aclara Corrochano: el ideal sería «picar como si el caballo no tuviera la defensa del peto y tuviera que salvarlo».
Hacer bien esta suerte no es nada fácil. Además de la técnica para clavar la puya, hay que ser buen jinete, saber mover al caballo, elegir los terrenos. Cuando el toro se arranque, ha de echar el palo: es lo más difícil y, a la vez, lo más hermoso. Y es absolutamente necesario graduar el castigo. Si castiga al toro en exceso, la culpa no suele ser suya, sino del matador, que así se lo ha ordenado, aunque haga gestos teatrales para que pare.
Aunque a algunos les sorprenda, la suerte de varas, bien realizada, no sólo es imprescindible sino que puede ser muy hermosa, por la conjunción del hombre, el toro y el caballo. Recuerdo cuando sonó la música, en Sevilla, en honor de un bravo toro, que se arrancó hacia el caballo, galopando con alegría. Y la emoción, en Las Ventas, cuando un buen picador, castoreño en mano, dio la vuelta al ruedo junto a su matador.
No se trata de bajar la exigencia sino de ser justos: gloria y honor al picador que realiza bien la hermosa, difícil y necesaria suerte de varas.