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Feria de Otoño: Tomás Rufo hechiza Madrid

El toledano abre la Puerta Grande, algo que no conseguía un novillero desde la última de Roca Rey en 2015

Tomás Rufo abandona a hombros Las Ventas Paloma Aguilar

Rosario Pérez

Calor de verano en la Feria de Otoño. Y magia de primavera: Tomás Rufo la trajo desde Toledo para hechizar Madrid con un sorprendente concepto del toreo, rotundo por momentos. Suya fue la Puerta Grande, un umbral que no traspasaba un novillero desde la revelación de Roca Rey en 2015. Un milagro después de casi un lustro... Apunten la nueva fecha: 27 de septiembre de 2019. Y si hubiese justicia, desde anoche mismo su nombre debería completar el festival de Bilbao en el que, ¡ay!, se olvidaron del futuro...

Era el quinto encierro de Fuente Ymbro esta temporada en Las Ventas y, para la ocasión, se lidió una novillada desigual y de seria mirada, de esas que enseñan las puntas, pero noble en su conjunto dentro de su justita raza, mansotes algunos.

La joya del sexteto fue el quinto, un negro listón salpicado de 538 kilos. «Hechizo» se llamaba , como aquel de Román en San Isidro. Después de la sensacional impresión causada en su primero, había ganas de ver a Rufo , que galleó por chicuelinas para ponerlo en el caballo. Tras un buen tercio de Rafael González y Fernando Sánchez, brindó a Florito, que pellizcaba cariñosamente la mejilla del torero y parecía decirle que en ese novillo de sus corrales se hallaba la gloria. Sin probaturas, se puso a torear de verdad sobre la derecha. Ya la primera tanda caló hondo. Lo oxigenó y siguió por ese pitón. «Vamos, toro», le decía. Y el toro iba divinamente. Intercaló una espaldina y se recreó luego en un muletazo por bajo. Rugía Madrid . Cuando pasó a la zurda no hubo entendimiento total, pero fascinó alguno suelto y el entusiasmo continuó. Por lo que se veía y por lo que se intuía. Otra vez la derecha vertical para acabar con el tres en uno aparicista. Cuando se perfiló para matar, todos empujaban: ni falta que hizo. Se volcó y enterró una estocada que desató una pañolada abrumadora. El presidente tardó en asomar el pañuelo; la gente se desgañitaba pidiendo la segunda, pero Gonzalo de Villa no lo estimó oportuno.

Rufo, que buscó el toreo de siempre, había hechizado Madrid y la Puerta Grande estaba conquistada. Y si en aquel fue la diestra su mejor arma, en el segundo resplandeció su zurda con una alfombra de naturales. Se puso en el sitio, dejó la tela muerta y esperó al noble «Soplón». Tras competir en quites a la espalda con Plaza, prologó por alto, pero sería luego cuando el animal rompería con la varita del temple. Si la Monumental crujió con la izquierda, por la mano de escribir arrastró la muleta para abandonarse después. Hubo un fenomenal pase de pecho, aunque el agua bendita se escondía en el tarro de los ayudados, que hubiese firmado cualquier maestro de la torería. Letal con la espada, paseó su primer trofeo.

Pese a no puntuar, Fernando Plaza mantuvo intacto el crédito ganado, especialmente en el sexto, el más complicado del conjunto ganadero de Ricardo Gallardo, que enganchó por el fajín al novillero. El madrileño estuvo hecho un tío, con valor de torero grande y queriendo siempre con un rival muy áspero. Aguantó mucho a derechas y se dejó llegar como una estatua a este número 38, con hechuras de toro. Más firme y sincero no se podía estar, pero el acero se interpuso en el camino del premio. El primero de su lote, mucho más bonancible pero desentendido, pecó de sosería. El de Madrid arrancó con cuatro estatuarios, un desdén y el de pecho con sello talavantista. Después aquello no transmitió.

El Rafi se presentó con un «Tramposo» que, aunque se venció por el izquierdo en el capote, dio opciones en la muleta. Quiso el francés, pero, algo friote, no terminó de hallar el ritmo. Un mes le faltaba al cuarto, que manseó, para cumplir los cuatro años. El debutante lo intentó con mucha disposición, pero la magia de la tarde llevaba el apellido Rufo.

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