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Muere el torero Miguel Báez 'Litri' a los 91 años

El matador es uno de los más destacados de la década de los 50

Andrés Amorós

El diestro Miguel Báez Espuny, Litri padre, una de las grandes figuras del toreo en la década de los cincuenta, ha fallecido en Madrid a los 91 años. Su decadencia física le impidió asistir, esta misma semana, a la segunda boda de su hijo Miguel Báez Espínola, también matador de toros, que usó el mismo nombre artístico.

Litri ha sido el nombre de una ilustre dinastía taurina, marcada siempre por el sello del valor y que es clave en la historia taurina de Huelva.El primer Litri, Miguel Báez (1862-1932), hijo de torero, tomó la alternativa en 1893 y sufrió graves cornadas. Su hijo Manuel (1905-1926) fue herido de muerte, en Málaga, por el toro Extremeño, de Guadalest.

Miguel Báez Espuny, que acaba de fallecer, era hijo del segundo matrimonio de Miguel y hermanastro de Manuel. Aunque había nacido en Gandía (Valencia), donde se había trasladado su padre, se le ha considerado el máximo estandarte de la tauromaquia onubense. (También en tierras valencianas le tuvieron como propio).

Debutó con caballos en 1947, junto a otro diestro onubense, Juan Posada. En 1949, la pareja formada por los novilleros Julio Aparicio y Litri obtuvo éxitos arrolladores en toda España, llegando a ser el centro de los carteles de muchas importantes Ferias. El contrapunto de estilos de los dos resultaba evidente y su rivalidad, muy atractiva. El madrileño Aparicio era un diestro científico, dominador, que a veces caía en la apatía pero también reaccionaba con arranques de pundonor; fue, desde el comienzo, un ‘joven maestro’, como Marcial Lalanda. Miguel Báez, en cambio, era el prototipo del valor más puro, natural y auténtico que cabe imaginar. En esa temporada, toreó nada menos que ciento catorce tardes.

Los dos tomaron juntos la alternativa en Valencia, el 12 de octubre de 1950, de manos de Cagancho. Cuenta la historia que el problema se planteó al coincidir las dos alternativas: cuál de los dos diestros la tomaría antes, adquiriendo la primacía en la antigüedad. En los carteles se les anunció a los dos por igual, incluso tipográficamente. Tuvo que ser don Gregorio Coorrochano, el muy prestigioso crítico de ABC, el que realizara el sorteo y salió en primer lugar Aparicio.

Desde entonces, Litri –con Aparicio, su pareja y contrapunto– recorrieron las plazas de España, obteniendo triunfos clamorosos. Aunque el estilo del Litri pertenecía a lo que se suele llamar el tremendismo, se rindieron a su valor impávido y a su personalidad los públicos más exigentes, incluidos los de Sevilla y Madrid. Por mencionar un solo dato, cortó cuatro orejas en la corrida de Beneficencia de 1951.

Llegó a ser un auténtico ídolo popular. Recuerdo muy bien cómo se entregaba a Litri el público de Las Ventas. Era enorme la emoción colectiva que suscitaba el llamado ‘litrazo’: citar al toro desde el otro extremo de la plaza, con la muleta escondida detrás del cuerpo, y sacarla sólo en el momento justo en que llegaba a su jurisdicción. Eso se completaba con los alardes posteriores: manoletinas de rodillas, muletazos mirando el tendido... Las certeras estocadas provocaban el estallido incontenible de pasión y el corte de trofeos. Después de varios descansos y reapariciones, volvió a los ruedos por última vez el 26 de septiembre de 1987, en Nimes, para dar la alternativa a su hijo Miguel, la tarde en que Paco Camino hacía lo mismo con su hijo Rafael.

La enorme popularidad del Litri provocó que se rodara, con él como protagonista, la película ‘El Litri y su sombra’ (1959), dirigida por Rafael Gil, que unía una trama novelesca a la realidad trágica de la historia de la dinastía. Haciendo de sí mismo, Miguel salvaba la papeleta. Le acompañaban Ismael Merlo, Katia Loritz y Pilar Cansino (nada menos que una hermana de Rita Hayworth).

Aunque su estilo no era mi preferido, me emocioné muchas veces con el valor estoico del Litri. Años después, tuve la suerte de tratarlo, en la Feria de Valencia, a la que él acudía como espectador. Era una persona de una extremada sencillez y una gran bondad, poco amigo de la vida social. Nos gastaba bromas sobre lo elegante que le hacía vestir su mujer. También le encantaba cocinar para los amigos.

En ‘La suerte o la muerte’, Gerardo Diego le dedica un poema, ‘Los cohetes de Litri’, porque en su barrio, en Huelva, se disparaba un cohete para dar noticia de cada oreja que cortaba, y una traca, por cada rabo.

Su ‘pirotecnia’, su toreo explosivo, cautivaron a los públicos de todo el mundo taurino. Queda en la historia como uno de los máximos exponentes del más auténtico valor: una de las grandes verdades del toreo.

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