Ferrera y Victorino, espectáculo total en Olivenza

El extremeño indulta al superclase Madero en una emocionante corrida matinal

Antonio Ferrera y Victorino, en un brindis a Victorino padre EFE

Una ovación de gala tributaron a Antonio Ferrera, solo frente a su destino con seis toros de la A que siempre coronó a las figuras. Aquella soledad se volvió multitud cuando invitó a sus hombres a compartir el cariño del público, que respondió con una ... gran entrada en la matinal. Resplandecía el vestido espuma de mar, con imágenes que simulaban al martín pescador. Ferrera, como Nueva York, siempre sorprende.

Volaron luego los sueños del creador con momentos de máximo espectáculo, como el primer tercio de varas a Galapagueño, de punta a punta con su fina estampa. Antonio, que lo había lidiado fenomenalmente sobre las piernas, adivinó que el pitón era el zurdo y por ese lado principió tras dos formidables pares de Joao Ferreira. Hubo naturales macizos, en una vertiente erguida que se alejaba de ese histrionismo que no necesita. Acabó rindiéndose el toro a su derecha hasta estrenarse el marcador de trofeos, el número uno de los seis (con rabo incluido) que se anotaría.

No puntuó con Mucama, que traía la seriedad de la casa. Sobrado anduvo el pacense, siempre pendiente de la lidia y demostrando que la veteranía, en la guerra de los ruedos, también es un grado. «¡Esto son toros!», gritaron en el sol como zasca a la mansada infumable de Zalduendo de la jornada anterior.

Una belleza cárdena era el tercero, hijo del mítico Cobradiezmos. Enloqueció la plaza en el soberano puyazo –la suerte de varas, por un día, recobró su importancia–. Perdió las manos el animal, aunque se revolvía como un huracán, cada vez más corto. Un gobierno en la media altura que requería, perdiéndole pasos, afianzó otro galardón.

Se partió el pitón el cuarto y costó sangre, sudor y lágrimas adentrarlo en chiqueros. Imposible fue. Salió el sobresaliente, Álvaro de la Calle, a darle muerte y aprovechó su oportunidad haciendo ‘faena’ a un toro (que por cierto tenía buena condición) con un solo cuerno. Un bochorno. Media hora después, aparecía un basto sobrero con la cordialidad de Putin: un misil le lanzó por el izquierdo. Había que estar muy despierto frente a un enemigo que no conocía la humillación. Ferrera sudó en la tensa batalla, buscó la colocación y se entregó toreramente. La estocada se cayó, pero no le privó de la oreja ganada con las telas.

Más madera en varas con Madero, con hechuras para embestir. Tras el soberbio puyazo que agarró el piquero, la fiesta continuó en banderillas, compartidas por el matador con Fernando Sánchez y José Chacón. Ferrera, en estado puro, combinó un toreo parsimonioso con su versión más rota, sin ayuda, midiendo con inteligencia los tiempos. La bravura de Madero respondía con una clase superlativa. Gozaba Ferrera y gozaban los tendidos, que pedían el indulto al compás de la apasionada obra. Cada vez más borracho de toreo el maestro, cada vez más extasiados los tendidos. Y Madero, allá que seguía a lo suyo, con la boca cerrada. Olivenza era un manicomio cuando asomó el pañuelo naranja que abría las puertas de la libertad al sensacional cárdeno. Entre gritos de «¡torero, torero!», el extremeño paseó los máximos trofeos simbólicos acompañado de Victorino Martín. Una mirada de nostalgia apuntó al cielo. Era el cumpleaños del más bravo de los ganaderos, su padre. No cabía mejor regalo. Como guinda al pastel, Ferrera picó al sexto, en las antípodas del anterior. Con cinco orejas y un rabo celebró sus 25 años de alternativa en una emocionante apuesta con la victorinada. Desde allá arriba, solo se divisaría felicidad, una merecida puerta grande y ni una sola cáscara. No, Victorino, por la mañana nadie comió pipas. Otro cantar sería la tarde...

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