Una corrida vacía y un sabroso chuletón

Pase de pecho de Antonio Barrera, que hizo lo más destacado JOSÉ USOZ

Contaba Cañabate en una crónica bilbaína del año 58 una excursión a Santurce como argumento preliminar para prender al lector en la crónica de una corrida aburrida. El Caña era un monstruo en ese tipo de recursos costumbristas. El sabor, el olor y el color ... plateado de las sardinas que engulló -«¡a dos pesetas pieza, espinas incluidas!»- le sirvieron para introducir una pieza que no debía ser tediosa como el espectáculo presenciado. Unos pelayos, unas anchoas y un chuletón me indujeron en un sueño de colores, sabores y texturas, pero el sueño, a partir de las seis de la tarde, se convirtió en pesadilla de la mano de los toros de Ana María Bohórquez, una bueyada infumable por dentro y por fuera.

Javier Conde se había quedado en casa con dolores de cadera, y qué bien estuvo allí, lejos de las embestidas cansinas, deshuesadas, huérfanas de casta, plomizas. Antonio Barrera le había sustituido y al final cosechó lo más lucido. Lleva Barrera una buena racha, y eso se nota en los toreros, aunque las cosas no se rematen por hache o por be. Los éxitos de Barcelona y Santander le han devuelto la fe. Corrió la mano derecha con temple al toro que abrió plaza, noblote y de más largo recorrido por ese mismo lado, el mejor de los seis, dentro de un orden. No hubo música ni tampoco excesiva respuesta del público, pues la emoción no brotaba con intensidad y todavía en el aperitivo de cada tarde los tendidos no se muestran en plenitud de concentración. La estocada y el descabello quedaron en una fuerte ovación. El cuarto era un caballo que nunca se desplazó. Las gaoneras de un quite desprendieron un aire antiguo, salvo por el hecho de colocarse en lugar de echarse el capote a la espalda. La voluntad le condujo a volver a salir al tercio.

Salvador Vega y Matías Tejela se estrellaron con sus lotes vacíos, huecos como toda la corrida. Mas la actitud, la alegría y la disposición que se presuponían en ambos jóvenes se contagiaron de la desesperanzada existencia de los toros para caer en un letargo somnífero, sólo despejado por algunas verónicas de Vega. El chuletón, por cierto sabrosísimo, no creo que lo igualen las carnes de estos bueyes.

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