Feria de Burgos

Sebastián Castella, a fuego lento

El francés hace el mejor toreo y El Fandi sale a hombros

Sebastián Castella, a fuego lento EFE

ROSARIO PÉREZ

En la feria que caminaba por el filo de lo imposible, y que finalmente se llevó a cabo tras una invierno revuelto en el que triunfó el sentido común de no derribar la plaza, Sebastián Castella se reencontró con su lado más rebelde y templado. ... Así, tan contradictorio pero tan auténtico. El matador francés toreó con amor propio y a la perfección al tercero, el de más justo trapío. Este «Estrellero» no portaba nada del otro jueves bravo en sus entrañas, pero se dejaba amasar a modo con buen ritmo. Claro que tuvo delante a un chef que lo cocinó de modo impecable, a fuego lento, con una tranquilidad y una seguridad sobresalientes, como si tuviese delante un pastel más que un toro de lidia. La tarta la soplaba ayer Antonio Bañuelos, que celebró sus veinte años como ganadero con una corrida que, pese a no ser un dechado de casta, fue apta para el éxito por su noble condición.

La calidad la puso toda y más Castella, medido y tremendamente despacioso por ambos pitones, desde los redondos a unos naturales de extraordinario vuelo. Toreaban la cintura y las palmas, los riñones y las yemas de los dedos. Precioso el broche y torería en los adornos, parsimoniosos y a placer, aunque el público no acabó de meterse en harina. La cosa se enfrió cuando el puntillero levantó a «Estrellero» y el usía estimó que la petición era insuficiente. Le faltó sensibilidad para enseñar el pañuelo y valorar las virtudes de la obra.

Con el potable sexto, el más fuerte del desigual conjunto, salió a por todas desde el quite por chicuelinas hasta el péndulo de bandera. De todo le hizo con entrega a «Palmito», centrado, resolutivo y con asiento. Pese al fallo otra vez del tercero, esta vez sí paseó un trofeo.

Si el de Béziers puso el temple, El Fandy venció con su velocidad. Así, con ye, le habían bautizado en el programa de las fiestas. A su primera faena le faltó poner el punto sobre la i frente a un «Chicharrón» que era una castaña pintura con cualidades. El granadino se mostró dispuesto desde el recibo con una larga, con el público volcado en banderillas y maravillado desde el prólogo de hinojos. Vale que lo intentó con voluntad y que el toro fue a menos, pero el torero no supo explotar las veinte arrancadas diestras que el de Bañuelos lució. Condiciones exhibió el quinto, que se partió el pitón zurdo. Por esa ruptura se libró de la cornada David Fandila, que recibió un derrote mediada su bullanguera labor. Otra vez se postró de rodillas con capote y muleta, donde enloqueció a las peñas con unos desplantes. La efectiva estocada caldeó la pañolada y al presidente no le dolieron ahora prendas en enseñar el doble moquero.

El Cid anduvo como el que torea al carretón con el montadito primero, que hacía cosas extrañas por el derecho, metiéndose por dentro. Y Manuel Jesús, que lo había saludado templado a la verónica, se plantó presto sobre la izquierda y explotó el franciscano lado, pese a costarle humillar. El sevillano, que parecía estar en el patio de su casa, disfrutó con su mano estrella y voló naturales con su aquel, con un cambio de mano torerísimo. En el epílogo recurrió al camino diestro y jugueteó en circulares en sus dos versiones. Si la espada no llega a hacer guardia, cae la primera oreja. Nada pudo hacer con el deslucido cuarto, que debió ir para atrás, pues no podía con su alma.

En medio de los cánticos de la juventud, El Fandi fue aupado a hombros mientras el matador que hizo el mejor toreo se marchaba a pie.

Sebastián Castella, a fuego lento

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