Tete Montoliu, el Art Tatum del Ampurdán que conquistó la cuna del jazz
El libro ''Round About Tete' de Pere Pons traza un extraordinario relato coral de la vida y milagros de nuestro pianista más internacional y legendario
Nacho Serrano
Es realmente curioso que, a pesar de pertenecer al exclusivísimo club de instrumentistas españoles no clásicos venerados en medio mundo por su virtuosismo y exquisitez, en el que casi podría decirse que sólo figura Paco de Lucía, su nombre no forme parte esencial del ... imaginario cultural colectivo patrio. Será la maldición del jazz. Pero por méritos y anécdotas de leyenda, la carrera de Tete Montoliu i Massana es muy probablemente inigualable.
Precisamente por eso, una biografía seria del pianista catalán se antojaba casi inabarcable. Y en esas ha aparecido ''Round about Tete' (ed. Kultrum), un libro en el que el sabio jazzista Pere Pons Macías recoge docenas de testimonios impagables que ofrecen un extraordinario relato coral de la vida y milagros de uno de nuestros personaje clave de la música del siglo XX. Periodista cultural, documentalista, profesor, impulsor de festivales, fundador y director de la revista 'Jaç' y autor de libros como 'Jazz' (Ediciones Celeste, 2000), 'Els 100 millors discos del jazz català' (Cossetània, 2010) o 'El cas Jamboree' (Pagès editors, 2012), Pons tenía todos los conocimientos y los contactos necesarios para culminar una obra a la altura de Montoliu, un tipo lleno de contradicciones que lo tuvo realmente difícil para triunfar debido a su ceguera.
«Es complicado explicar cómo era Tete Montoliu, puesto que, si hablas con cien personas que lo conocieron, cada una te dará una versión diferente», decía su amigo íntimo Miquel Jurado en una entrevista de 2007 recogida por Pons en el libro. «Ser ciego lo marcó mucho, eso es indudable. Hoy en día, un invidente puede desde utilizar su ordenador a esquiar o nadar. Pero una persona ciega en la Barcelona de los años treinta, y esto lo decía el propio Tete, además de ciega era considerada inútil. Es decir, el ciego era una persona a quien se consideraba que no servía para nada».
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Fue un niño que amaba la música, hijo de un saxofonista de la Gran Orquesta del Liceo y de una entusiasta aficionada al jazz, pero sus profesores no querían darle clases de piano por ese motivo. Lo veían como una pérdida de tiempo, y la batalla que Tete libró para conseguir instruirse entre prejuicios y burlas forjó un carácter en el que convergían «la desconfianza y la lucha», decía Jurado. «Desconfianza, porque no sabes qué te rodea, razón por la cual no te fías de nadie. Lucha, porque tienes que luchar tanto o más para conseguir lo que quieres».
Por si no tuviera suficiente desgracia, Tete empezó a quedarse sordo de un oído muy joven. Pero nada detuvo el ascenso meteórico que experimentó apenas año y medio después de empezar a tocar de forma profesional, cuando el aclamado saxofonista bebopero Don Byas se incorporó a la orquesta de Bernard Hilda en el Copacabana de Barcelona en 1947. Fue allí donde Tete, que apenas contaba catorce años, le conoció y entabló una amistad que duraría hasta la muerte de Byas en 1972. «Yo hablaba muy poco inglés y él no sabía ni catalán ni español, sólo sabía decir 'collons'», recordaría Montoliu. «A diario, después del almuerzo, me contaba cosas sobre el jazz y, en alguna ocasión, pasaba a la praxis con el saxo alto de mi padre mientras yo me las componía como mejor podía para acompañarlo al piano. Don me enseñó muchas cosas: la primera cómo beber coñac, y la segunda cómo tratar a una mujer».
Tete se hizo un nombre entre los círculos jazzísticos de Barcelona durante la primera mitad de los años cincuenta, y en 1956 conoció al titán del vibráfono Lionel Hampton durante una visita de éste al Hot Club de la Ciudad Condal. «He conocido al mejor pianista de Europa», dijo Hampton al escucharle tocar. El artista de Kentucky dio varios conciertos con él, grabaron un disco «que de forma un tanto cochambrosa titularon 'Jazz Flamenco'», reseña Pons, e intentó llevárselo de gira a Estados Unidos. Pero la esposa de Hampton, que también era su mánager, se negó por temor al revuelo que pudiera causar la presencia de un músico blanco en la orquesta de su marido. Un veto que Tete sacó a colación cuando, poco después, ya convertido en un referente a nivel europeo que tocaba en las principales ciudades del continente gracias al espaldarazo de Hampton, mantuvo esta conversación con un productor alemán:
- Este españolito tiene un swing que no tiene ningún otro pianista blanco en Europa.
- Yo no soy español, ¡soy catalán! ¿No sabes que todos los catalanes somos negros?
De ahí en adelante, cada vez que un jazzman negro le espetaba «black is beautiful!», él respondía: «¡Viva el Ampurdán!».
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Montoliu terminó conquistando también la cuna del jazz y ganó auténticas fortunas que dilapidaba en bacanales dignas de estrella del rock. Tocó con Chet Baker, Dexter Gordon, Archie Shepp, Roland Kirk, Elvin Jones, Chick Corea, Paquito D'Rivera (autor del prólogo del libro) o Stan Getz. Hizo honor a la influencia recogida de Bud Powell, Lennie Tristano y Art Tatum, éste último ciego como él. Dejó docenas de grabaciones colosales tanto en formato solista como en el de director de orquesta. Pero el día que murió, el 24 de agosto de 1997, no tenía el Premio Nacional de Música español en su currículum. «Lo cual causa estupor», sentencia Pons, cuyo libro consigue, en buena medida, paliar el oscurantismo biográfico que aún ensombrece el legado histórico del gran Tete Montoliu.
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