Una vida en danza: En la intimidad de Cristina e Ion, bailarines de la Compañía Nacional de Danza
La primera bailarina y el solista de la CND comparten su vida dentro y fuera de los escenarios y ABC se adentra en la jornada de estos bailarines desde que se levantan hasta que regresan a casa después de ensayos en el Teatro Real
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El día de un bailarín no empieza por la mañana, arranca la noche anterior destrozando unas zapatillas de punta sin estrenar con alicates y a base de golpes. Es lo que hace Cristina Casa, primera bailarina de la Compañía Nacional de Danza (CND), cada noche. « ... Tengo doble trabajo: el de bailarina y el de costurera», cuenta mientras aplasta con sus manos una de las puntas. A su lado está Ion Agirretxe, su marido, y también bailarín solista de la compañía, que la mira y ríe. Mientras termina de despegar la suela de las puntas para ablandarlas, Ion tiene en su mano una pistola de masaje que se pone en el gemelo izquierdo. El día ha sido duro, han estado ensayando 'Don Quijote', un ballet compuesto por Ludwig Minkus que estrenó hace diez años José Carlos Martínez cuando era director de la CND en 2015. Después de su estreno, el ballet volvió al Teatro Real recientemente y agotó sus entradas antes de su vuelta. Al comenzar la jornada, Cris e Ion han atravesado las puertas de la sede de la CND juntos, pero se han separado para asistir a sus respectivos ensayos. Tras hacer la habitual barra, Cristina se ha ido junto a Thomas Giugovaz, solista, para ensayar el paso a dos del segundo acto. Ion está en el aula contigua, ensayando las piezas de Espada, el rol que interpreta.
Los bailarines se conocieron en Corella Castilla y León. Ambos tenían pareja, pero más tarde la vida les unió de nuevo y desde ese momento ya no se separaron nunca. Se presentaron los dos a las audiciones para el Royal Ballet de Flandes en 2012 y los cogieron sin saber que eran pareja. «Cuando se enteraron que estábamos juntos nos dijeron que no contrataban a parejas, pero ya habíamos firmado», cuenta Cristina entre risas. Allí estuvieron hasta 2016. Volvieron a España al ver el trabajo que José Carlos Martínez estaba haciendo con la Compañía Nacional de Danza, y tras hacer las audiciones, ambos se convirtieron en parte del elenco. «Cuando nos casamos pensamos que era porque queríamos estar juntos y no para estar cada uno en una punta», cuenta Ion. En ocasiones no es fácil trabajar con la pareja en la misma compañía, de ahí que algunas no contraten casos así. «Piensan que vas a pelearte o vas a faltar el respeto por confianza excesiva, pero nosotros no solemos ser así», cuenta Ion mientras mira a Cristina, aunque ambos se miran y ríen.



Mientras el resto de bailarines practica su pieza, el vasco calienta en una esquina, piensa, reflexiona. «A veces es importante recordar por qué empezaste a bailar. Entramos en la rutina, los dolores, y cuando empiezas a perder el foco o a ver que no te valoran o no eres el gusto artístico de alguien, y es muy lícito, es complicado. Tienes que seguir trabajando que es lo que hemos hecho siempre. Esto me ha pasado, ha sido una lucha larga y creo que ya hemos salido del círculo», reconoce el bailarín. Mientras baila, Cristina le observa desde una esquina sentada. Le mira con admiración y al mismo tiempo con intuición, como si supiera perfectamente lo que se le está pasando por la cabeza. En el último periodo ha tenido momentos de discernir seriamente si tiraba la toalla o continuaba, sin embargo, su tenacidad, el apoyo de Cristina y su entereza le han hecho permanecer hasta ahora. «Yo nunca he tenido la tentación de dejarlo aunque lo he pasado mal. En esos momentos he decidido poner el foco en mis estudios universitarios y nutrirme de otras cosas», explica la bailarina, que recientemente se graduó en Danza por la Universidad Católica de Murcia.

Cristina se dirige al fisioterapeuta de la compañía. El cuerpo está resentido de todas estas semanas de ensayo y tienen por delante unas jornadas aún más intensas. Ion tiene que continuar con sus masajes en casa. Aunque los bailarines no requieren solo de salud física, también mental. «No es solo bailar, es tener la capacidad de soportar la presión de estar en un Teatro Real y poder dar lo mejor de ti. Hay que saber gestionarlo durante toda la actuación y no es fácil», asegura la bailarina. Tras ducharse y recoger sus bolsas, los dos bailarines salen juntos de las puertas de la sede y se dirigen hacia su coche para ir a casa. «Cuando uno debe retirarse lo sabe, créeme. Para mí bailar 'Don Quijote' es un regalo, sé que es el último que haré, es algo muy especial», indica la artista mientras mira a través de la ventana.



Al llegar a casa, el artista se va directo a la cocina a prepararse un batido con plátano, proteínas, huevo y harina de avena. «Estaba muy delgado y todas las lesiones iban a parar a mi espalda. Cuando me quedé dos días en la cama sin poder moverme decidí ir a una nutricionista y tener un entrenador personal para evitar estar así otra vez», explica. Mientras tanto Cristina va recogiendo todas las puntas que hay repartidas por la casa encima de los radiadores. Cada día las expone por toda la casa para que se sequen por el sudor que llevan acumulado de cada jornada. Para el ballet completo necesitará tres pares y tiene que dejarlas listas.
La danza sigue presente en casa y, sin embargo, ambos son capaces de dejar el trabajo a un lado una vez llegan a su hogar. «Nos desahogamos y hablamos del día, pero sin más. Además, no solemos ensayar juntos en la sede», cuenta el bailarín. Mientras hacen la cena, Cristina continúa cosiendo zapatillas e Ion entra en un pequeño despacho a seguir desarrollando 'Ondina', el proyecto de final de grado de Cristina en el que está ayudándola para desarrollar la iluminación. Si hay algo que han aprendido en todos estos años es a reinventarse, pero siempre de la mano de la danza.



Cristina e Ion han atravesado esta vez las puertas del Teatro Real. Y mientras él se desplaza hasta el escenario tras una clase y acompañado de su capote de torero para ensayar, Cristina termina de comer en su camerino. Frente al espejo hay una bailarina madura, inteligente y al mismo tiempo una mujer que ha tenido que adaptarse a los cambios que conllevan las compañías de danza sin queja alguna. «Para prepararme este papel me inspiro en otras bailarinas como la versión de Marianela Núñez, Natalia Osipova o Cyntia Harvey. A veces hemos perdido ese arte que tenían las bailarinas de antes, que eran artistas por completo», reconoce mientras se maquilla. El ensayo general de 'Don Quijote' y Cristina está a punto de transformarse del todo en Quiteria, su rol. La alegría que desborda es contagiosa y se transmite a todos aquellos a los que se va cruzando hasta llegar al escenario.
La bailarina comienza los 'fouettés' y esta vez quien la mira de reojo es Ion. También está en escena y debe estar en su papel, pero no puede evitar contemplarla disimuladamente. Lo hace con orgullo, también admiración, y con complicidad: «Lo mejor de mi profesión es bailar con Cristina. Saber con una simple respiración por dónde va a caer es un regalo». Después del ensayo la bailarina se desmaquilla y se quita la flor. En la puerta de su camerino lo espera su marido. Ambos se retiran a casa satisfechos después de un trabajo intenso aunque lo más duro está por llegar con las funciones. «Hay días que nos levantamos cojeando y no ha empezado la jornada», cuenta Ion riendo. Sin embargo, los aplausos del público y el reconocimiento de la gente que les sigue contrarresta cualquier tipo de dolor.



La vida les ha regalado bailar juntos siempre, primero fuera de España y luego con la Compañía Nacional de Danza. Si alguien les hubiera dicho la carrera que tendrían cuando empezaron a bailar jamás lo hubieran creído. «He aguantado más de lo que hubiera imaginado. Hemos tenido mucha suerte. Hemos bailado. Hemos gozado», reconoce Cristina riendo. Los obstáculos les han llevado a ser el uno para el otro un bastión sobre el que sustentarse. «Lo mejor que tenemos es el apoyo. Cuando uno está mal el otro es quien sostiene y al revés», cuenta Ion. «El problema es cuando estamos mal los dos», suelta riendo Cristina.
La vida de un bailarín es extraña, compleja, injusta en ocasiones, pero recompensada siempre. La suerte de estos bailarines es doble al poder compartirla juntos: «Esta profesión es muy dura y absorbente y como no tengas a alguien al lado, lo pasas muy mal. Hemos tenido compañeros que por estar solos han sufrido mucho. Hay gente que se queda tocada y necesita tomar pastillas. En el momento nos costaba entenderlo, pero ahora nos hemos dado cuenta».
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