Ver y no creer a «Luisa Fernanda»
Rocío Ignacio y Jorge de León, en una escena de "Luisa Fernanda"
Los estrenos en el Teatro de la Zarzuela suelen transformarse en una aclamación popular. Un público de fieles, amigos y halagadores, entre los que asoma una simpática claque, aplauden entusiasmados espectáculos que, a veces, tienen un recorrido muy distinto. La producción de « ... Doña Francisquita », diseñada por Lluís Pasqual hace dos años, es un buen ejemplo de cómo la protesta de los espectadores puede crecer, función tras función, desde la palmas en la primera representación hasta llegar a la crispación en las inmediatas.
Quizá pensando más en la mano sobre el hombro que en la tropelía de quienes pagan su entrada y algún derecho tienen a opinar, Davide Livermore acaba de presentarse en Madrid con una relectura escénica de la incombustible « Luisa Fernanda ». Y quizá por ello, le sentó mal escuchar, en el estreno del jueves, el bufido de algunos espectadores en el momento en el que apareció en el escenario a saludar, lo que motivo que se dirigiera a los inconformistas lanzándoles besos en una actitud claramente descarada.
A Livermore, ya se ha visto en alguna otra ocasión, le molestan muchos las críticas, aunque la primera debería ser la suya. Mirar el trabajo propio con distancia y prevención habría impedido el engendro («plan, designio u obra intelectual mal concebido») escénico con el que ha desdibujado hasta el absurdo la comedia de Romero, Fernández-Shaw y Moreno Torroba .
La elección de Davide Livermore como director escénico de «Luisa Fernanda» supone enfrentar a un «regista» con experiencia con un clásico indiscutible. Para quien quiera saberlo todo sobre la obra es muy recomendable la lectura del artículo de Mª Luz González Peña en el libro programa y en el que exploran todos sus detalles (algún que otro teatro debería fijarse en estas publicaciones a la hora de plantear sus programas de mano). El texto confirma que el éxito acompañó al título desde el mismo día del estreno, sin discrepancias ni disensiones, reafirmando la importante carpintería teatral del libreto escrito por la entonces incombustible pareja formada por Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw.
El éxito acompañó al título desde el mismo día del estreno, sin discrepancias ni disensiones, reafirmando la importante carpintería teatral del libreto escrito por la entonces incombustible pareja formada por Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw
La inevitable y sensiblera trama amorosa , a la postre y una vez más la justificación facilona del género, se mezcla con otros asuntos de calado histórico en relación con la Gloriosa, proponiendo incluso un golpe de efecto al trasladar el tercer acto desde el Madrid rebelde al campo extremeño,«estrambote», en palabra de los libretistas, que en la producción de Livermore acaba por deconstruir la arruinada propuesta escénica.
Es fácil imaginar que las dificultades en tiempos de la Covid se multiplican por mil y que entre ellas está la necesidad de comprimir las obras en una duración prudente y sin descanso. La voz en «off» del director del teatro, Daniel Bianco , advirtió, antes de que se levantara el telón, sobre el esfuerzo que conlleva continuar con las representaciones pese a la alarma sanitaria. Se trata de un asunto al que se suman otros muchos teatros madrileños, incluyendo al Teatro Real, y que en su parte positiva viene a ratificar el beneficio del espectáculo para la salud mental de los ciudadanos.
Inmiscuirse durante hora y media en un asunto placentero, como pueda ser la zarzuela, puede ser una experiencia gratificante siempre y cuando no se obligue al espectador a la continua elipsis, a las contradicciones y a los absurdos a los que lleva la síntesis del libreto realizada por Livermore.
El resto es una simplificación tan exagerada que vuelve incompresible la obra y la reduce, incluso, a una continuidad de éxitos musicales más o menos hilvanados mediante una justificación argumental
Llama la atención la escena en la que Luisa Fernanda hace su arenga ante Carolina, proclamando un lugar «donde nos veamos frente a frente», porque es de los pocos momentos en los que la representación se abre al texto hablado y se adivina la potencia dramatúrgica de la obra original. El resto es una simplificación tan exagerada que vuelve incompresible la obra y la reduce, incluso, a una continuidad de éxitos musicales más o menos hilvanados mediante una justificación argumental.
Todo ello encuentra el soporte visual de un cine, en este caso el supuesto Doré de Madrid porque así se explica que la acción se traslada al ambiente republicano de los treinta . En realidad la barroca, apelmazada y algo arruinada arquitectura de esta falsa escenografía reconstruye un espacio giratorio e imposible sobre el que se quiere volver a jugar entre lo real y lo imaginario, en el reino de la ficción.
Es decir, una capa nueva sobre el estratificado libreto y ante la que cabría preguntarse su utilidad, dada la dificultad que encuentra para narrar de manera razonable. Y en este complejo proyecto . Livermore condensa muy diversas influencias: en los gestos congelados, en la coreografía que quiere servir de amalgama de la acción, en la necesidad de convertir en complejo lo que en origen es inmediato y sencillo.
El propósito de reciclaje que se adivina en la producción acaba por volver anacrónica la puesta en escena, el vestuario y la propia coreografía, a veces en exceso folclorizante y trivial. Incluso en las imágenes proyectadas, tan pronto dispuestas al homenaje, como en los fragmentos de « La verbena de la paloma », o transmisoras de una subliminal y supuesta catástrofe según delatan los negros y «hitchcockrianos» pájaros.
La presentación de Karel Mark Chichon en el foso de la Zarzuela ha permitido descubrir a un director capaz de doblegar y conjuntar a la Orquesta de la Comunidad de Madrid en una sonoridad redonda
Acompañando la producción está la dirección musical de Karel Mark Chichon que será sustituido durante tres días por David Gómez Ramírez . Su presentación en el foso de la Zarzuela ha permitido descubrir a un director capaz de doblegar y conjuntar a la Orquesta de la Comunidad de Madrid en una sonoridad redonda.
A partir de la potente introducción orquestal inicial, la partitura de Federico Moreno Torroba fue desgajándose en un versión de sonido más abierto, un punto acelerada, siempre pujante y afirmativa. Chichon evitó caer en la complacencia, posiblemente con el fin de sostener en todo su apogeo a un primer reparto que hizo agua constantemente.
Es necesario disculpar al barítono Juan Jesús Rodríguez por el esfuerzo de cantar tras padecer una afección de garganta, como bien manifestó con los cambios de octava y la dificultad para encarar el papel de Vidal Hernando con esa autoridad de quien posee nobleza de corazón.
En todos los demás casos, podría haber sido agradable escuchar una línea de canto más depurada, apreciar menos esfuerzo en el intento por llevar la obra a una intensidad y arrebato que son puro fingimiento . Afinar, articular con gusto, decir con fantasía e intención.
Yolanda Auyanet ofreció lo mejor de la noche, sobre todo cuando excepcionalmente llevó el papel de la protagonista al terreno de lo reflexivo porque entonces surge una cantante con gusto
Yolanda Auyanet ofreció lo mejor de la noche, sobre todo cuando excepcionalmente llevó el papel de la protagonista al terreno de lo reflexivo porque entonces surge una cantante con gusto. Desabrido, excesivo y áspero, Jorge de León apuesta todo al volumen, a la fuerza y a una rudeza excesiva soportada por una voz muy desigual. Rocío Ignacio , la cuarta protagonista, defendió a Carolina yendo de menos a más sin acabar de recuperar los defectos iniciales, demasiado inclinada a lo gritado, a lo extemporáneo.
Entre las muchas referencias sobre las que se apoya «Luisa Fernanda» está la de Galdós, tan cercano todavía gracias a su aniversario. Al margen de las polémicas de última hora sobre el alcance de su literatura ( Muñoz Molina versus Cercas ) es evidente que con él sobrevive la capacidad para superar el «tiempo falso y arcaico del casticismo» a través de las «convulsiones reales del presente». Lo que «Luisa Fernanda» trató de emular en forma de zarzuela. Todo aquello que ahora se pierde en un mundo de artrósico artificio.