CRÍTICA DE TEATRO
«Los Gondra (una historia vasca)»: la historia interminable
El Centro Dramático Nacional presenta la obra de Borja Ortiz de Gondra, dirigida por Josep Maria Mestres
María Hervás, José Tomé y Juan Pastor Millet, en una escena de la función
Impresionado por lo que acababa de ver sobre el escenario, buscaba el pasado miércoles tras el estreno de « Los Gondra (una historia vasca) » un calificativo que resumiera la atmósfera de este gran espectáculo. Aterradora fue el adjetivo que se impuso sobre los demás: ... emocionante, intensa, desasosegadora, esperanzada, caudalosa… Borja Ortiz de Gondra se ha sumergido en ciento y pico de años del pasado de su propia familia para entender y entenderse dilucidando lo que sucedió, o pudo haber sucedido, y afectó la existencia de varias generaciones a través de las que dibuja un bosquejo que si no explica, porque hay cosas que no pueden explicarse, sí ayuda a entender el sustrato sobre el que se ha desarrollado la historia de muchos vascos en el último siglo.
«Los Borja (una historia vasca)» (****) Autor: Borja Ortiz de Gondra. Dirección: Josep Maria Mestres. Escenografía: Clara Notari. Vestuario: Gabriela Salaverri Solana. Iluminación: Juanjo Llorens. Música: Iñaki Salvador. Videoescena: Álvaro Luna. Intérpretes: Marcial Álvarez, Sonsoles Benedicto, María Hervás, Iker Lastra, Borja Ortiz de Gondra, Francisco Ortiz, Juan Pastor Millet, Pepa Pedroche, Victoria Salvador, Cecilia Solaguren y José Tomé. Teatro Valle-Inclán. Madrid.
El autor, que se interpreta a sí mismo, califica su obra de autoficción, pues la familia protagonista, los Arsuaga , no son exactamente los Gondra, pero se les parecen mucho y tienen como ellos secretos nunca desvelados. Una boda en 1985, un regreso y un partido de cesta punta en 1940, la Nochebuena de 1898 y un broche en 2015 son los tramos temporales en los que se detiene esta introspección que bucea en luchas y enemistades literalmente fratricidas , intransigencias, silencios cómplices, la tozuda voluntad de pertenencia a un lugar y un colectivo que a la vez acoge y asfixia, y la eterna necesidad de perdón en un contexto en el que las rencillas se remontan hasta las guerras carlistas y donde un familiar escribe el nombre de otro en el centro de una diana.
Un laberinto que Ortiz de Gondra expone de forma admirable con magistral sentido dramático y valentía espeluznante, y Josep Maria Mestres lleva a escena con firmeza en el control del ritmo y suma delicadeza en las puntadas del detalle. La escenografía de Clara Notari , que remeda un pequeño frontón, el meticuloso vestuario de Gabriela Salaverri , la expresiva iluminación de Juanjo Llorens , los vídeos de Álvaro Luna y la música de Iñaki Salvador conforman un soberbio montaje con una interpretación coral de campanillas. Los actores están todos muy bien, pero quisiera destacar el sobrio y medido trabajo de José Tomé en tres personajes a cual más distinto.
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