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El asesinato de César estremece Mérida

El teatro romano de Mérida acoge el «Julio César» de Shakespeare, la primera de sus grandes tragedias

El asesinato de César estremece Mérida abc

juan ignacio garcía garzón

Las venerables piedras del teatro romano de Mérida se estremecieron cuando en la noche del pasado miércoles los nobles conjurados cumplieron el fatal pronóstico vinculado a los idus de marzo hundiendo sus puñales en el cuerpo de Julio César, y vibraron cuando Marco Antonio pronunció su famoso discurso funeral, pieza maestra de la oratoria incendiaria e impulsor de la guerra civil que, en el año 44 a. C., supuso el comienzo del fin de la república y, tras unos años de inestabilidad política, el inicio de la monarquía imperial, precisamente lo que los golpistas habían querido evitar, inquietos por la ambición del asesinado.

William Shakespeare escribió «Julio César», la primera de las grandes tragedias que salieron de su pluma, en torno a 1599, ese gozne entre los siglo XVI y XVII que marca el auge de su potencia creativa. Una etapa en la que el reinado de Isabel I, que moriría cuatro años después, atravesaba momentos delicados ante la incertidumbre de quién sería su posible sucesor. De ahí que bastantes especialistas hayan subrayado que el autor quiso probablemente establecer paralelismos entre la convulsa Roma de César y los estertores de la Inglaterra isabelina, igual que hizo en algunas otras de sus obras en cuyos argumentos se transparentan referencias a la situación política de determinados momentos concretos.

Paco Azorín, en su primer trabajo, salvo error, como director de escena, ha puesto en pie un montaje brioso y con altibajos, marcado por la estética oscura y polvorienta de unos uniformes militares más o menos contemporáneos y la luz tenebrista de Pedro Yagüe. Una gran pantalla ofrece en el preámbulo de la función la lista cronológica de los mandatarios que rigieron los destinos de Roma desde su fundación hasta el fin del imperio y luego detalla el momento y el acto en que transcurre la acción, además de ofrecer primeros planos en blanco y negro de los rostros de los actores, un recurso audiovisual que aniquila el trabajo de los intérpretes de carne y hueso confrontados con los imponentes cabezones gesticulantes.

El público que llenaba el teatro romano emeritense, alguno de cuyos sectores obsequió al ministro Wert con el abucheo ritual, aplaudió con ganas a director y actores, encabezados por un soberbio Mario Gas en el papel de Julio César, un sobrio Tristán Ulloa como el reflexivo Bruto y un inquieto Sergio Peris-Mencheta como el enérgico Marco Antonio.

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