Sufre mamón, devuélveme mi música

aquellos maravillosos años

Las ganas de celebrar todo aquello que se canceló por la pandemia multiplican las fiestas. Canapés, tortillas, música ochentera... Y la indignación de aquellos que no entienden el paso del tiempo

Siniestro Total: «La judicialización del humor y del arte es una cosa nefasta»

El cantante David Summers de Hombres G durante un concierto en Madrid en 2015 GTRESONLINE

Las mascarillas han volado como los sujetadores que caían al ruedo cuando toreaba Jesulín de Ubrique, allá por los noventa. Adiós, pandemia, y bienvenidas las ganas de celebrar todo aquello que se canceló: la fiesta al cumplir cincuenta o sesenta años, la reunión de ... excompañeros del colegio... Cualquier excusa es buena. Unas tortillas de patata, unos canapés, alguna tarta salada, y la bebida que no falte —el frío líquido que espanta la timidez o palia la sed—. Como guinda, la música, los sones que recuerdan la juventud de aquellos años que escaparon sin apenas darse cuenta.

El gran día del evento se sube a la pequeña plataforma el Dj con su amplia selección de temas en soporte digital y físico. Se coloca los enormes cascos, ecualiza el sonido, adapta el máster para controlar el volumen, sube el 'fader', observa al grupo que toma posiciones sobre la tarima de baile, le guiña un ojo al cumpleañero y grita: «¡que empiece la fiesta!». La música de Siniestro Total retumba de bafle a bafle: «Te mataré con mis zapatos de claqué. Te asfixiaré con mi malla de ballet. Te ahorcaré con mi esmoquin. Y morirás mientras se ríe el 'disc-jockey'. Y bailaré sobre tu tumba». El ritmo invade la pista. Con energías renovadas cantan, gritan, bailan. Pero no todo el mundo es feliz. Un adolescente se acerca como si le persiguiera el diablo con un tridente apuntándole al trasero hasta el Dj.

-Disculpa —comenta con tono educado aunque ofendido—, no sé si te has dado cuenta pero la letra de esta canción fomenta la violencia machista y denigra a la mujer.

-Lo siento, mi intención no era ofender, pero si te molesta cambio de canción —contesta el pinchadiscos con cara estupefacta.

Del maletín saca un LP deAlaska y Dinarama, apuesta segura. «La calle desierta, la noche ideal, un coche sin luces no pudo esquivar, un golpe certero y todo terminó entre ellos de repente».

-Por favor, ¿acaso te parece aceptable promover los crímenes pasionales?, cuestiona de nuevo el joven a Gonzalo, así se llama el Dj, que, desesperado, tacha de su lista varias canciones ('Atrapados en el ascensor', de Un Pingüino en mi ascensor; 'La mataré', de Loquillo y los Trogloditas; 'Corazón de tiza', de Radio Futura…) y contiene las ganas de decirle al chaval que ha sido su padre, el anfitrión de la fiesta, quien ha elaborado la lista musical. Cómo explicarle al ofendidito que hace treinta años esas eran las canciones de moda, que la gente no analizaba con lupa las letras y que, aunque ahora no sean políticamente correctas, son lo más de aquella época y que «qué difícil es hacer el amor en un Simca 1000», como cantaban Los Inhumanos.

La fiesta continúa. Los cincuentones mueven el esqueleto sin parar y acuden al baño mientras entonan 'Mi agüita amarilla', de Los Toreros Muertos. Gonzalo no resiste la tentación y, pese a saber el conflicto que se desencadenó hace unos meses con Ana Morgade en el programa 'Pasapalabra' y la furia que se desató en Twitter, pincha un clásico de los Hombres G: «¡Sufre, mamón, devuélveme a mi chica o te retorcerás entre polvos picapica!». O como tararea su mente al estilo David Summers: ¡sufre, mamón, devuélveme mi música!

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