Sofía Loren, una diosa en el hospital
LA DORADA TRIBU
Al borde de los 90 años, aunque ya sea inmortal, Loren se ha fracturado la cadera en Ginebra, donde tiene casa. Allí convalece y tendrá que hacer rehabilitación la que fuera la novia de la Italia del neorrealismo
El emblemático Rolls-Royce de Sofía Loren ahora convertido en eléctrico
Sofía Loren, en algún momento del esplendor de su biografía, se convirtió en su propio escotazo de museo, aunque Sofía fue siempre un monumento con vistas, más allá o más acá de sus talentos plurales. Con vistas a ella misma, obviamente. Hoy está al ... borde de los 90 años, y a esas edades de precipicio resulta que de pronto hay un descuido y vas y te fracturas la cadera, aunque seas ya inmortal, como es el caso. La diosa ha pasado por el hospital, y tendrá enseguida rehabilitación. La cosa ha sucedido en Ginebra, donde tiene casa. Y ahí convalece.
Procede recordar ahora los años cincuenta, allá al fondo, cuando la artista estaba, todavía, en el empleo de esa tontuna de los campeonatos de guapas y en la peonada de las telenovelas de poca frase, y mucho muslo. Lo preceptivo, por otra parte, en una chavala que buscaba abrirse un sitio en las variedades, luego de vivir la miseria de una posguerra mundial, en Nápoles, de camarera reguapa de tabernón portuario, sirviendo a la soldadesca estadounidense, mientras la madre, una belleza bárbara, como ella, pero en rubia, tocaba el piano de profesión en el mismo sitio.
otras doradas tribus
La madre se llamaba Romilda, y fue decisiva en la ambición de actriz de Sofía. Sofía no se llamaba Sofía Loren, sino Sofía Villani Scicolone. Fue luego cuando pilló nombre de estrella, que fue como cambiar el deneí de chica pobre por el pasaporte de cleopatra de la opulencia.
Resultó la musa de Carlo Ponti, la chavala de 'El oro de Nápoles', y desde ahí todo hilvanado hasta auparse, en el mundo, como el coliseo, pero el coliseo en hembra, y con corsé negro. En Almería, en el 1971, rodó 'Blanco, rojo y…'. Luego ha vuelto ahí, para algún homenaje. Ha sido la novia de película de Mastroiani, y lleva siglos tan popular como la pizza. Cuando arrancaba, su hermosura gastaba una gracia de vulgaridad, y un gancho de inolvidable sonrisa carnívora. Se consagró de novia de la Italia del neorrealismo, que luego acabará pillando un Oscar.
Arriesgaba André Breton que «la belleza moderna será convulsa, o no será», y la máxima puede servirnos de pie de foto de la Sofía de juventud, y de más acá, incluso, donde siempre asoma, por otra parte, la mujer de arraigo tradicional, o antiguo.
Tuvo enfrente a Claudia Cardinale, o Gina Lollobrigida, entre otras, pero yo la veo como la hermana al revés de Brigitte Bardot, que es la rubia de veneno francés. A Brigitte y a Sofía las ata alguna época de bañador apabullante, en sus carreras cercanas, pero son criaturas de antítesis, dentro de la semejanza, empezando o acabando porque Brigitte acaba de musa de focas, y la Loren de musa de inauguración de yate. O de anuncio de tele, donde más bien nos dio un susto, reeditada por el 'photoshop' de la cirugía estética, como una momia ilustrísima, como una abuelita de quirófano que se parece vagamente a la Loren.
En sus épocas últimas, o penúltimas, la Loren tiene tarifa de elegante, para las fiestas, y la Bardot más bien se oculta, con ajuar de vagabunda. Cuando la Loren era Sofía, el bañador le caía como un pariente diabólico del corsé. Ella lo ha dicho de otra manera: «Todo lo que ven se lo debo al espagueti».
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