flamenco
Sara Baras: «Batallo cada día por la espectacularidad que se me presupone»
entrevista
La artista gaditana, desde este jueves, tiene cuatro noches por delante en el New York City Center antes de volver a Madrid con 'Alma'
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Son las 11 de la mañana en Miami y Sara Baras no da crédito. Está con los preparativos de 'Alma', pues a la noche presenta su último montaje en el Adrienne Arsht Center, enmarcado dentro del Flamenco Festival de Nueva York. Mueve a más ... de veinte personas con su compañía: siete músicos en directo, siete bailaores, seis técnicos y equipo de producción, pero no se explica lo que ocurre. Atónita anda, entre maletas, focos y batas. Y es que tiene, quién lo habría imaginado hace un par de décadas, una pasión similar a la de entonces: «Eso es lo que me parece más increíble de mi carrera. Hace más de veinticinco años me quería comer el mundo. Pensaba que estaría ahí algún tiempo, pero no toda la vida, como llevo. Tengo las mismas ganas y fuerzas que antes. Las mismas intenciones creativas. Me queda mucho por hacer: sitios a los que nunca he ido y sitios a los que vuelvo y se me reconoce. Ese es mi mayor logro. Las ganas intactas de una veterana».
Pero hay muchos más. La mayoría de los artistas de lo jondo no venden entradas en el extranjero, sino que es el propio flamenco, una de las marcas más fecundas que proyecta España, lo que atrae a propios y extraños. Sara Baras, sin embargo, es una excepción, porque su nombre arrasa en taquilla. Lleva años haciéndolo, ya sea como residente en un teatro en la Gran Vía o en gira por Asia, América, Oceanía y otros rincones del planeta: «Que todos esperen algo de ti infunde muchísima responsabilidad. Mucha presión. Cada vez la gente quiere sorprenderse más y cada vez la exigencia es mayor. Soy como un restaurante Estrella Michelín con un calendario lleno de reservas, algo por lo que estoy sumamente agradecida. No paro nunca y batallo cada día por la espectacularidad que se me presupone».
Tiene un preparador físico y un horario bien marcado: el baile manda. Su cuerpo, dice, no puede aflojar, porque la precisión la dictan las horas frente al espejo. Un grupo le acompaña en esta interminable mudanza hacia salas de ensayo y aeropuertos. Y cuando no frecuenta escenarios o aviones, crea, practica ejercicio o escucha música siempre susceptible de ser utilizada: «Puedo bailar cualquier música: clásica, pop, jazz… Los flamencos, como rítmicamente estamos muy avanzamos, con mayor o peor fortuna podemos meternos por otros sitios: en 'Alma', precisamente, nos adentramos en una fusión de flamenco y de boleros que me ha llevado dos años de una escucha muy profunda de ese otro género. Una escucha en la que continúo».
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Durante su trayectoria se han entrelazado, como los característicos flecos que a menudo armonizan sus giros y marcajes, numerosas referencias culturales. Ella en sí es toda una referencia, pero ha visto cambiar el universo de la danza y de la guitarra ante sus ojos. Así que, con cuidado, le rozo las ausencias del pecho para que me descubra lo que encierra por la boca: ¿recuerda la primera y la última vez que estuvo con Carlos Saura?
«Hemos perdido a un maestro único que cambió con su cine, a través de la luz y del movimiento, del ojo de la cámara, el tiempo, el atrezzo…, la forma de bailar y de coreografiar. De subirnos a un escenario. Uno de los recuerdos más especiales que tengo con él, siempre tan sabio, es en la grabación de 'Jota', nuestra última colaboración. Me hizo mezclar una alegría de Cádiz con una jota aragonesa. Algo maravilloso», ríe. La gaditana también estuvo con él en otras producciones, como 'Iberia' o 'Flamenco flamenco', en la que es una de las figuras de mayor protagonismo en escena.
Con Paco de Lucía ocurrió algo bien distinto. Ella era, de algún modo, su niña. Sarita de Cádiz, que vivió en la Isla: «Paco era un ser especial. Generoso y genio. El que más quiero y el que más me ha marcado. Lo conocí muy joven, pero después me lo encontré en un montón de sitios: Japón, Nueva York… Antes por el extranjero se coincidía más que hoy. Íbamos con más tiempo hace treinta años. La primera vez que fui a Tokio, por seis meses, él estaba también de gira y organizó encuentros con los jóvenes. Nos hizo sentir parte de algo. Nos llamaba, nos daba importancia, siendo él un gigante, pero muy humano y con mucho sentido del humor. El día después de que muriera tuve que actuar. Cuando escuché a la guitarra al subirse el telón, rompí a llorar. Es algo que siguió sucediendo hasta que esa pena se convirtió en una especie de envoltorio. Un arropar. Es un sentimiento de dignificación el que siento ahora. Y de suerte».
Desde este jueves 23 de marzo en adelante a la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes le esperan cuatro noches ante el New York City Centerabarrotado, un teatro histórico con capacidad para más de 2.000 espectadores en el que un día triunfaron Helen Hayes y Orson Welles. Su hijo, que hace tiempo que dejó de gatear, ya no le acompaña en sus andanzas por cuestiones escolares. Eso le apena, en cierto modo, aunque lo acepta como un precio a pagar después de tanto recibido. Tras la Gran Manzana vendrá Washington y Budapest. También Badajoz, Madrid y un sinfín de ciudades en el porvenir que la siguen invistiendo como un icono de la danza flamenca en el mundo.
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