flamenco
Blanca del Rey: «En mi despedida artística iba a cantarme Enrique Morente, pero se marchó antes que yo»
entrevista
La propietaria del Corral de la Morería repasa su historia cuando su establecimiento ha recibido, además de la estrella Michelín que ya tenía, los tres soles Repsol
Jerez es una fiesta
Luis Ybarra
Pide rooibos. Cuando mueve la bolsa que contiene la infusión, entre el humo, empieza a esclarecer la historia de Madrid, España y el mundo desde el año 1963 en adelante. Blanca del Rey, propietaria del Corral de la Morería, que desde el pasado mes ... de febrero cuenta con tres soles Repsol, además de la estrella Michelín que ya tenía, ha conocido las intelectualidades de diferentes épocas.
La bailaora cordobesa hace justo 50 años que consiguió el permiso de sus padres, del sindicato y de la Iglesia, que entonces también hacían falta, para trabajar en Madrid siendo menor de edad. Echa el cuello hacia el reverso de la memoria y sus danzas y andanzas entre escritores, actores, directores de cine, príncipes, presidentes, flamencos, premios Nobel y hasta guerrilleros rebosan la mesa en la que conversamos. Contagian todo el café y visten de otro tiempo las aceras y avenidas más próximas. Su lengua, que acompaña con los gestos típicos de quien se ha expresado a través del baile, asume un dictado de la mundología.
«Ese lugar es mágico. Todo el que se ha subido a su escenario lo sabe. Yo vine para unos días y me quedé toda la vida. El día que debuté en el Corral de la Morería era una niña. Una niña de las de antes: de calcetines y coletas. Apoyado en la barra estaba el actor Rock Hudson, toda una belleza, mirándome, con los nervios que yo tenía… Se me acercó y me quitó una flor que llevaba en el pelo casi sin sujetar para que se me cayera bailando. Fue mi puerta a un universo en el que conocí a mi marido, Manuel del Rey, artífice de todo aquello, y el arte global: la literatura, el pensamiento, la música…»
Paco de Lucía presentó 'Entre dos aguas' en ese emblemático rincón en el que otras noches bailaron El Güito y La Chunga, una de las que lo inauguró el 20 de mayo de 1956, Vicente Escudero, Antonio Gades o Mario Maya. «Yo escuché a Paco de Lucía probando antes de tocar aquello de 'Fuente y caudal', que así se llamó el disco. Después lo vimos en el escenario. Toda esa generación pasó por aquí cuando yo estaba: El Lebrijano, Farruco, Morente, Fosforito, Fernanda y Bernarda de Utrera, José Menese, Porrina, que venía un coche americano vestido de marqués, como se hacía llamar… Todos».
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Camarón, entre fandangos y bocadillos
Y Camarón, creo, siendo un niño, pululó por allí. «Camarón no había debutado aún, pero venía aquí de público siendo un niño. Era aficionado al cante, y se acercaba a curiosear. Mi marido le daba un bocadillo y él siempre se mostraba tremendamente educado y vergonzoso. El día que murió Carmen Amaya estábamos muy tristes. Porrina de Badajoz ajustó una letra por soleá para recordarla. Y ese chiquillo cantó espontáneamente un fandango que nos estremeció. Después se fue corriendo. Vivía con apuro por no molestar. Luego fue la figura que todos conocemos».
¿Quién iba de público de manera asidua en aquella época, los 60, los 70?, le pregunto como el que pide un jerez en su bodega, que presume de más de 1.200 referencias vinícolas. «Uf…», exclama, colando su memoria al filo de un precipicio, recolocándose también ella misma sobre la silla. «Era interesante lo que allí sucedía, porque estaban en convivencia, muy muy juntos, personalidades muy fuertes. Un día podía coincidir Francisco Umbral con Antonio Gala, Berlanga y Tito Fernández. Izquierdas y derechas».
«¡Una anécdota!», se detiene. «El Cordobés dio una gran fiesta con el actor Roger Moore, el de la serie británica 'El santo', en la parte de abajo, un espacio privado para seguir celebrando después de las actuaciones, que entonces duraban hasta bien entrada la madrugada. Llegó la policía porque se quejaría algún vecino y le pidieron al Cordobés la identificación. 'Pues no lo ves', le dijo este a un policía muy joven. Y nada. El policía le dijo que se identificaba o se lo llevaba detenido. Y El Cordobés se negó, claro. Dijo que a él lo conocía todo el mundo y que no tenía que darle nada. Que le mirara a la cara; ojo, que entonces estaba Franco en el poder... Pues se fue detenido. Al pobre policía se le caería el pelo».
Además de las altas esferas españolas, también han paladeado vino, cante y baile numerosos iconos de la cultura internacional: «El día que nos quedamos hasta las tantas con John Lennon no fue por John Lennon, sino por el periodista que nos lo pidió: Antonio D. Olano, muy amigo. Lennon quería aprender a tocar la guitarra flamenca. Por hacerle el favor a Antonio lo acompañamos en esos primeros acordes. Entonces los Beatles en España no eran lo que son hoy. Y a ninguno nos apetecía estirar tanto la fiesta, la verdad».
Sí se quebró el aire cuando los visitó Muhammad Ali. También con Harrison Ford, Ronald Reagan y Sha de Persa, que conoció en Corral de la Morería a Farah Diba, la que sería su mujer. Otros, según cuenta, pasaron con mayor sigilo: «Una vez terminé de bailar y le dije a mi marido que el de la primera fila era el Ché Guevara. Y no me creyó. Cuando se puso la boina al salir, lo confirmamos. Lo que por aquí ha pasado: Ava Gardner, Lee Van Cleef, Nixon, Carmen Sevilla, la duquesa de Alba, los Rolling Stones, Jeniffer Aniston, Omar Sharif, Justin Bieber…», termina riendo.
Blanca del Rey descubrió en aquel ambiente a Víctor Hugo bajo recomendación del cineasta Tito Fernández. Encontró su cultura de sangre y mantón con los libros. Leyó a los místicos y a los estoicos. Tocó piedras para encontrar la fuerza a través de lo telúrico, desarrollando el sentido del tacto. Se dio de bruces con la cultura mayúscula que hasta hoy le acompaña y conoció en primera persona un exotismo y un glamour oculto para la mayoría: «Recuerdo cuando se presentó el escultor Otero Besteiro con un mono vestido de seda que comía con cuchillo y tenedor. Otra vez nos quedamos perplejos con un collar que llevaba Barbara Hutton, nieta del creador de los almacenes Woolworth. Me acerqué para verlo y vi que era un colgante que tenía atado un escarabajo vivo que se movía alrededor del collar y que tenía incrustadas joyas en el caparazón».
«Imagínate cómo es esta historia», dice, como queriendo llegar por lo anecdótico a una conclusión: «Asesinan a Kennedy y de un lado tienes a Caraestaca y El Tupé, dos flamencos de entonces, conversando. El segundo le dice al primero: 'Ha muerto el que manda. Se va a liar una buena y nos vamos a tener que ir todos'. Y Caraestaca, fíjate tú el nombre, le responde: '¿Y cuánto nos van a pagar?'. Ese surrealismo natural es único en el mundo. Pero de otro lado tenías a todos esos iconos, a Hollywood entero, entre las mesas. Venían para escuchar a Pepe de la Matrona sentando cátedra por seguirillas, al Sevillano, Naranjito de Triana, Pepe Aznalcóllar. A ver bailar y tocar la guitarra a los mejores. Se fundieron un montón de gentes dispares, pero conectadas».
La sombra que dibuja la ausencia ha coloreado ya varios escondrijos por su pecho. Añora fuerte: a su marido, a tantos artistas que le causaron impacto. Y viste de tristeza su anhelo cuando saco a la palestra un disco de Enrique Morente: «Su cante es cavernoso. Ancestral», comenta con los ojos hendidos. «En mi despedida artística iba a cantarme él, pero se marchó antes de que yo lo hiciera del escenario. Qué pena más grande».
Quedará la poesía
Ya no baila, pero ha volcado en la poesía todo el jugo que en ella regurgita y que por otro poro, el de las letras, había de salir: «Mi ritmo vital/ me pide volar como una paloma,/ pero el tiempo ha amainado/ y me siento triste y sola», recita marcando el ritmo con el vuelo de la mano.
Todo el que supera unas pocas décadas de experiencia tiene una historia que contar. Blanca del Rey, sin embargo, encierra bajo el cráneo bibliotecas que se levantan y se mueven sin polvo. Que gozan de claridad diáfana dentro del embrollo y, lo que es mejor, que están vivas, pues el Corral sigue en activo a hombros de su pasado y de la mano de sus hijos, Juan Manuel y Armando del Rey. Con algunas de las primeras figuras en el escenario, producciones propias y superestrellas frecuentando fogones con bocados que son deidades. La simbiosis es tan radical que no dialoga únicamente la gastronomía con lo jondo, sino con todos los mundos posibles:
«Entre estas paredes he descubierto el don, la suma de la curiosidad con la humildad y la paciencia. El don que nos lleva a la satisfacción personal y a la felicidad. Lo he descubierto desde el silencio y en la falta de prisa, que es estúpida y que cada vez tiene más presencia. En el arte, que es una copa. El don de vivir buscando y agradeciendo. Eso me han enseñado mis lecturas y la vida misma, que a partir de los cuarenta sucede al galope».
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