Monólogos en capilla
Vargas Llosa: El Hannibal Lecter de la literatura mundial
¿Será esto ser un clásico? ¿Estar en boca y pluma de todos? ¿En varias partes al mismo tiempo? Supongo que sí...
Muere Mario Vargas Llosa, un premio Nobel con una vida de novela

'Only connect' instruía E. M. Forster. Y, en los últimos días míos, súbitas apariciones de Mario Vargas Llosa en diferentes lugares a conectar. Vargas Llosa invocado en la presentación del nuevo libro de Manuel Vilas agradeciéndole éste el regalo/descubrimiento de la palabra pichula ... en ese último y controvertido y tan comentado cuento en el que Vargas Llosa estuvo muy cerca de ser el tan malicioso como autoflagelante y camaleónico Truman Capote de 'Plegarias atendidas'.
Y Vargas llosa también en la excelente memoir de Martín Caparrós donde se lee que «'Conversación en la catedral' todavía me acompaña. (Me emocionaba su estructura. Las líneas y los tiempos y las historias que se cruzan en la que quizá sea la mejor novela sudaca de esos tiempos. No necesito recordar qué cuenta, de qué habla; sé que en esos días quería tener un cuadrito con la estructura de 'Conversación en la catedral', colgarlo en la pared; quería inventar historias que se cruzaran como esas.)».
¿Será esto ser un clásico? ¿Estar en boca y pluma de todos? ¿En varias partes al mismo tiempo? Supongo que sí...
Hace unos cuantos años escribí que, para mí, Mario Vargas Llosa era como el Hannibal Lecter de la literatura en español: aquel quien todo lo intuye sin necesidad de salir o levantarse de su celda/escritorio; el que mejor comprende las motivaciones tras los actos de aquellos que andan dando vueltas por ahí afuera; el que traza como nadie la frontera líquida que separa a la realidad de la ficción y a las personas de los personajes; el más experto constructor de la novela en español como santuario donde refugiarnos. Y, como es de público conocimiento, Lecter –para muchos ese buenísimo malo o malísimo bueno– siempre se escapa y se sale con la suya (y, digámoslo, jamás se le pasó por la cabeza esa locura de ser presidente de un país sudamericano sino, simplemente, huir allí para comer nativos sin tantos problemas por des/cortesía del FBI).
Tiempo después –en Boomcelona, durante los festejos por 'La fiesta del chivo'– le hice a Vargas Llosa ese mismo comentario en vivo y en directo y fan-freak: «Usted es para mí el Hannibal Lecter de la literatura en nuestro idioma». Vargas Llosa me miró sorprendido, sonrió un tanto inquieto (o quizás ya resignado a que se lo acusara de cualquier cosa) y me pareció que, con cierto alivio, escuchó enseguida mis razones. «Ah… Era un elogio», me dijo riendo cuando le expliqué lo de Lecter. «Usted es el hombre que todo lo sabe», insistí.
En lo que hace a mi Vargas Llosa, sólo sé que lo leí muy cerca pero de lejos. Nunca quise ser o parecerme a él porque lo sabía imposible y –si uno escribe y es dueño de una mínima inteligencia– siempre agradecerá que sea otro quien escriba esos libros por siempre ajenos en la escritura pero que se volverán propios en la lectura.
Así, claro, en mi caso –desde y para siempre admirado por su arquitectura– 'Conversación en la catedral' (al que su autor eligió como su libro que salvaría del fuego) y 'La guerra del fin del mundo' (que leí como filmado por David Lean) y –favorito– 'La tía Julia y el escribidor' (suerte de mutación entre Manuel Puig y Alfredo Bryce Echenique y John Kennedy Toole).
Así, también, mi alegría por encima de toda ideología cuando le dieron el Nobel, porque me pareció justo el que Mario McCartney estuviese a la misma altura que Gabriel García Lennon. O mi alivio cuando consiguió tacharse y corregirse de esa aporcelanada trama de tertulia rosa y marchita en la que mutó su perfil público distrayendo de su obra privada (en cualquier caso, creo que ahí había una muy buena novela y no, apenas, un cuento turbulento sobre las proustianas intermitencias del corazón y las perturbaciones de la memoria y, sí, los estremecimientos de la pichula).
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Ahora, cuando todo comienza a esfumarse para así poder volverse más sólido (la obra por delante de la vida, si hay suerte y justicia) busco y encuentro y vuelvo a leer la entrevista de 1990 a Vargas Llosa en 'The Paris Review'. Y allí esto: «Creo que la novela, como género, tiende al exceso. Tiende a la proliferación, el argumento se desarrolla como un cáncer. Si el escritor sigue cada punta de la novela, ésta se convierte en una jungla. La ambición de contarlo todo es inherente al género. Aunque siempre he sentido que llega un momento en que uno tiene que matar la historia para que no siga indefinidamente, también creo que contar una historia es un intento de alcanzar el ideal de la novela 'total'… Al principio, todo es como un ensueño, una suerte de divagación acerca de una persona, una situación, algo que ocurre tan sólo en la mente (…) Es un caos absoluto, pero la novela está allí, perdida en una masa de elementos muertos, escenas superfluas que van a desaparecer o escenas que se repiten desde perspectivas diferentes, con diferentes personajes. Es todo muy caótico, y sólo tiene sentido para mí. Pero de allí nace la historia».
Ahora, de aquí, se muere la vida para que –tiempos y líneas cruzándose– nazca la novela matada pero inmortal de la historia del ya histórico Vargas Llosa. Algo ideal para tiempos en los que ya no alcanza con preguntarse en qué momento se había jodido el Perú (frase/cita en la que ese Perú puede ser suplantado por línea de puntos donde insertar lo que más guste o se deteste) sino a qué hora se jodió el mundo y donde cada vez cuesta más descansar en paz.
Mientras tanto y hasta entonces –y a la espera de una respuesta sino buena al menos tan bien escrita como las que escribía Vargas Llosa– queda el vivísimo fantasma de la relectura y este breve monólogo en la capilla.
Abramos sus libros como se abren las puertas, y entremos y reentremos, conectados y reconectados.
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