Renato Cisneros: «Es más fácil culpar a los gobernantes que reconocer la violencia a la que contribuimos»
El escritor limeño presenta su nueva novela este lunes 27 de noviembre, en Casa de América, a las 19.00 horas con el periodista Antonio Lucas
El escritor peruano Renato Cisneros, en Madrid.
Dos peruanos huyen de su país. Uno para combatir en la Alemania del Tercer Reich, en 1939. El otro, para perderse en el Madrid contemporáneo. El desgarro de ser uno para convertirse en otro se despliega en ‘El mundo que vimos arder’ (Alfaguara) ... , la tercera novela del escritor Renato Cisneros, quien profundiza en la búsqueda de la identidad que ya abordó en ‘La distancia que nos separa’, su debut literario en España y una de las novelas más aplaudidas por su manejo de ficción, biografía y memoria.
Vuelve a los temas de la familia y la pertenencia.
Esta novela comparte algunos temas con las otras. Básicamente la familia y la relación con la patria. Trabajé entonces con la memoria personal. Esta es totalmente ficción.
¿Qué une a Matías, el peruano que huye, y al periodista que se reconstruye?
Matías en la guerra huye de la violencia de la casa familiar, del Perú, de quien se supone que es él. Y este narrador más contemporáneo también huye de un Perú políticamente fragmentado y de este dolor sentimental que le ha dejado el divorcio. En ambos hay una dimensión de lo íntimo. También uno tiene sus guerras interiores. A veces uno la pasa peor en un divorcio que en una trinchera. Hay un diálogo entre quien pierde toda la identidad en una guerra y el que también la pierde con este drama tan del siglo XXI, que es la despersonalización sentimental y territorial.
¿Sus personajes huyen del Perú o de ser peruanos?
Matías huye del Perú e intenta por todos los medios convertirse en otra persona. Por eso adopta otro nombre, viste el uniforme de un país que no es el suyo, pero al que él se siente leal. Pero mientras más intenta huir, más se acerca a la violencia que le viene del padre. El padre le enseña a disparar siendo niño y es justo gracias a esa pericia por la que en encuentra su lugar en el mundo. Huye de la violencia para volver a ella.
Lo íntimo queda proyectado en una gran pantalla política. ¿Por qué?
Me interesa cómo se genera una tensión entre las grandes dinámicas nacionales, digamos, y las dinámicas particulares. Es inevitable que las personas, por muy apolíticas que se sientan o por muy de espaldas que intenten vivir a lo que ocurre en sus países, tarde o temprano verán estallar esas grandes tensiones. Eso termina penetrando y filtrándose en la manera en que la gente se ama, se odia, establece sus relaciones, las inicia o las termina. En una dictadura, donde lo que reina es la represión, el silencio y la hostilidad, es muy probable que los individuos terminen reproduciendo esa dinámica. Uno ama u odia según la dinámica de la sociedad en la que vive.
¿Interpela usted al padre o lo masculino como encarnación del poder y la violencia?
No sé si discuto lo masculino, pero sí lo viril. Lo que a mí me interesa decir también con la novela es que todos aquellos jóvenes de 20 años que se van a la guerra para probar su virilidad, terminan encontrándose con que acaban siendo veteranos de 25 años, absolutamente arruinados, a los que les robaron la juventud. Hay una frase muy lúcida de Paul Valéry, que dice algo así como ‘La guerra es ese lugar donde jóvenes que no se conocen ni se odian se masacran, siguiendo órdenes de viejos que sí se conocen y sí se odian, pero no se masacran’. Esa supuesta entronización de la gloria que promete la guerra no es tal. En las guerras todos pierden. Los jóvenes que se van regresan absolutamente turbados y los supuestos victoriosos también son criminales.
Si la violencia del siglo XX europeo estaba dotada de técnica y la de América Latina no...
Es igual de brutal.
¿Es la memoria la única reparación posible?
No existe en ninguno de los dos continentes. En América Latina hay intentos. Pienso en el caso argentino, con el informe Sábato o Perú con la Comisión de la Verdad y Reconciliación. En realidad, son documentos a partir de los cuales los debates se van actualizando, incluso polarizando.
Alemania fue obligada a hacerlo
Sufrieron tal humillación con la Segunda Guerra Mundial, que no sé cuánto han tardado en crear un discurso de reconocimiento respecto de lo que les pasó. En su ensayo ‘Una historia natural de la destrucción’, Sebald es reprocha eso a los autores alemanes de la generación anterior no haberle dado a la guerra una lectura literaria.
¿Entendemos la violencia del siglo XX?
Nuestra lectura de la Segunda Guerra Mundial es muy superficial. Una expectativa que tengo con la novela es que el lector pueda determinar también el grado de violencia que lo rodea. Es más fácil echarle la culpa al gobernante por apretar el botón rojo, que reconocer el grado de violencia al que uno también contribuye con lo que dice, con lo que hace, con los tuits que cuelga… Hay una frase muy bonita de una poeta italiana, Alda Merini, que dice: ‘Me gustan aquellos que eligen con cuidado las palabras que no dicen’. Eso es lo que nos corresponde a los individuos en esta época: saber cuándo debemos callar.