'Remington 1885': la pintura moderna llega al cómic en clave de Far West
Norma Editorial publica la aventura de Josep María Pols y Sagar ambientada en el Oeste y protagonizada por uno de los grandes maestros de la pintura norteamericana
Dabiz Muñoz, emplatado en cómic
Asier Mensuro
Nada me gusta más en el noveno arte que comprobar que conseguir que «un cómic de aventuras» pueda ser mucho más que «un tebeo de aventuras». Y este es el caso que nos ocupa. 'Remington 1885', de Josep María Pols y Sagar, ... es, aparentemente, una historieta del Oeste. Eso sí, un Far West de altura, con todo el aroma de series clásicas de la B.D. francesa como Blueberry.
Sagar lo reconoce explícitamente cuando dice que «el volumen dedicado al apache Gerónimo lo consulté para inspirarme, quizá sin demasiado éxito, debido a que la historia y la época no coincidía tanto como me hubiera gustado, pero babeé con la maestría de Jean Giraud».
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Y resalto el término «aparentemente» porque 'Remington 1885' es mucho más que la perfecta aventura del Oeste. Es, ante todo, una reflexión lucida, original y perfectamente imbricada en una historieta ambientada en el Far West sobre el devenir de uno de mis temas favoritos: la historia de la pintura moderna.
La trama gira en torno a Frederic Remington (1861-1909), el ilustrador, pintor y escultor neoyorquino responsable de forjar el imaginario que hoy pervive en torno al lejano Oeste, gracias a su trabajo publicado en el semanario Harper's Weekly, 'A Journal of Civilization'.
En 1886 Harper's Weekly envía a Remington a cubrir la captura inminente del rebelde chiricahua, pero Gerónimo pone de nuevo en ridículo al ejército y Remington regresa a Nueva York
Después
Antes
Parafraseando a Theodore Roosevelt, amigo personal y admirador del trabajo del pintor: «El indígena está civilizado, el vaquero está desapareciendo… Sin embargo, el trabajo de un solo hombre los preservará para siempre en imágenes y en bronce… ese hombre es Remington».
Y aunque la cita sea demasiado entusiasta, ya que dicho mérito es cuando menos compartido con otros artistas que igualmente forjaron dicha imaginería visual (Sagar reconoce que «para documentar este trabajo, entre otros, he repasado la obra de Charles Marion Russell, de Albert Bierstadt, o de algún otro ilustrador más reciente como Mark Maggiori»), lo cierto es que Remington es en gran medida la columna vertebral que sostiene dicho imaginario, y para aquellos que hemos crecido viendo películas ambientadas en el Oeste (desde el maestro John Ford que admiraba a Remington al extraordinario Sergio Leone), eso son palabras mayores.
Un encuentro imposible
Sagar y Pols fabulan al respecto de uno de los últimos momentos decisivos de este mundo salvaje que desaparece. En 1886, bajo el mando del general Miles, el ejército intensifica la caza del rebelde Gerónimo y sus hombres. En el verano de ese mismo año, el Harper's Weekly envía a Remington a cubrir lo que parece la captura inminente del rebelde chiricahua, pero el líder apache pone de nuevo en ridículo al ejército y Remington regresa a Nueva York sin haberse cruzado con el hoy mítico rebelde que protagoniza la última de las llamadas «guerras apaches».
Los historietistas imaginan un viaje un año antes, en el que Frederic Remington y el indio Gerónimo se encuentran. Y en cierto modo, apache y pintor cambian juntos el rumbo de la historia de la pintura. Pero Gerónimo será el punto de llegada de este viaje, y no el de salida que, con total honradez, los historietistas sitúan al inicio del relato, colocando la siguiente cita del propio Remington:
«Al final de una lección de diplomacia larga y tediosa, a veces es posible convencer a un apache de que mire, de manera provocadora y temerosa, al objetivo de una cámara fotográfica; pero pedirle que se quede inmóvil para permitir que un artista reproduzca su imagen en papel o en un lienzo es una propuesta que ningún apache tomará siquiera en consideración».
El Oeste americano es mucho más que una realidad pintoresca. Es una mitología, la nostalgia por un mundo que se va, y que Remington atrapa a la perfección en sus obras
Así, ya desde la primera página, se plantea el choque entre dos mundos aparentemente antagónicos, el de la pintura y el de la fotografía. Ambas son usadas por Remington en su trabajo, dado que ambas cumplen una función bien distinta que, en cierto modo, se explicita en esta cita.
La fotografía captura un fragmento de la realidad (la fisonomía y la fiereza del apache) pero en lo referente al dibujo, no queda otra opción que recrear la realidad, usando la memoria visual, la capacidad y talento del retratista, así como su imaginación. Dicho en otras palabras: la era en la que el dibujo y la pintura eran el instrumento más efectivo para reproducir y mimetizar la realidad (o capturarla en un soporte bidimensional) llega a su fin. Pero entonces, ¿qué sentido tiene seguir dibujando?
La respuesta a esa pregunta abre el camino a la pintura moderna, que abandona la objetividad y el mimetismo para explorar nuevos territorios. Los impresionistas cruzan esa frontera en Europa, y creo que Remington hace lo propio, a su manera, en sus ilustraciones.
Gerónimo le tiende un bebedizo alucinógeno a Remington, mientras le dice: «Tu mano no puede dibujar lo que tu espíritu es aún incapaz de ver»
El Far West que visita Remington es un mundo que está a punto de desaparecer y que libra sus últimas batallas entre nativos y colonizadores, o si se prefiere, entre la civilización occidental y su última frontera salvaje en tierras norteamericanas. Desde esta perspectiva, el Oeste americano es mucho más que una realidad pintoresca. Es, en sí misma, una mitología que se alimenta de algo inmaterial como es la nostalgia por un mundo que se va, y que Remington atrapa a la perfección en sus obras.
Pintando el mito del Far West
Su depurada técnica de ilustrador, tan influenciada por la escuela acuarelista norteamericana, es sin duda de gran ayuda a la hora de plasmar esta mitología; pero eso no convierte a Remington en un pintor moderno, y lo es de pleno derecho.
Más allá de la forma, más allá de sus personajes, sean vaqueros, indios, el ejército, colonos o los paisajes de Arizona, Remington es pintor, y expresa la realidad interior de las cosas que observa a partir de las herramientas del dibujante y pintor: la composición, la luz, el color…
Nada lo muestra mejor que sus cuadros nocturnos, cuyo cromatismo despierta emociones en quien los contempla tan sublimes como las de libertad, lo salvaje, la aventura, o la idea de la última frontera donde aún todo es posible. Sus escenas nocturnas a la luz de la luna, la hoguera o, simplemente, bajo la bóveda celeste de las grandes llanuras son pintura con mayúsculas. Son mucho más que lo que muestran.
Son la perfecta encarnación del Oeste y, sobre todo, lo que esto significa desde los ojos del presente. Sagar no puede evitar acercarse al maestro, y en su tebeo, muchas de sus viñetas son nocturnas, consiguiendo evocar cielos inmensos y de un cromatismo arrebatador que, sin duda, habría gustado al maestro al que imita y rinde homenaje.
En la historieta de Sagar y Pols, Gerónimo es más que consciente del poder de la pintura, y por ello busca a Remington para encargarle su retrato. Pero, como podrá imaginar el lector, el rebelde apache no desea que el neoyorkino reproduzca su fisonomía, sino su poder, para que el hombre blanco lo contemple (y tema). Gerónimo le tiende un bebedizo alucinógeno a Remington, mientras le dice: «Tu mano no puede dibujar lo que tu espíritu es aún incapaz de ver».
Esta escena habría vuelto locos a los surrealistas, y se me antoja como una metáfora de altura para explicar la esencia que vertebra todo el tebeo: La pintura ha de dejar sitio a la fotografía como herramienta que reproduce la apariencia de las cosas; pero a cambio, va a ocuparse de algo mucho más fascinante, hacer visible la realidad que subyace bajo ella. ¿Acaso hay un modo más bonito que este de contar el origen de la pintura moderna?
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