Los quirófanos de libros antiguos que resucitan nuestra historia
ABC visita los talleres de la BNE y del Archivo de Murcia donde cada año se restauran miles de documentos importantes con varios siglos de vida
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Madrid / Murcia
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Iniciar sesión«Os enseñaría las páginas que están más destrozadas, pero no puedo, de verdad. Hoy hace más calor del habitual y poca humedad. Podría perjudicarlas… Lo siento». Luz Díaz camina de un lado para otro mientras nos explica el minucioso proceso de restauración en ... el que lleva inmersa tres años: el de los cinco manuscritos compilados en Aviñón, por el gran maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén, Juan Fernández de Heredia, en el siglo XIV. «Cuando acabe de restaurarlos me habré jubilado», comenta entre risas.
A continuación no puede evitar mostrarnos las grandes y llamativas letras iniciales del texto, así como las orlas de diferentes estilos artísticos, que decoran la 'Crónica de los conquistadores', uno de esos cinco tomos realizados en pergamino «de piel de cabra, posiblemente», añade. Son volúmenes de gran tamaño que suman dos mil páginas, en los que se cuentan diversos episodios históricos e incluyen biografías de diferentes personajes destacados. Tras medio milenio perdidos, fueron encuadernados conjuntamente en el s. XIX, cuando pasaron a formar parte de la colección del Duque de Osuna y del Infantado. «¡Uauuu, qué pasada!», se le escapa al compañero de ABC que graba en vídeo nuestra visita al departamento de Restauración y Conservación de la Biblioteca Nacional de España (BNE).
Los laboratorios se ubican en la octava planta del enorme edificio neoclásico que ocupa la manzana entre el paseo de Recoletos y la calle Serrano de Madrid, junto a la plaza de Colón. «Aunque ya existía un pequeño espacio de restauración a principios de 1970, hasta la gran remodelación del inmueble en 1991 no se establecieron los talleres como tal en la última planta. Un lugar privilegiado que permite la entrada de luz natural por las cubiertas del techo, algo imprescindible para nuestro trabajo», detalla Fuensanta Salvador, directora del departamento desde hace un cuarto de siglo.
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A su cargo tiene ocho restauradores y cuatro encuadernadores artísticos que se afanan en restañar las heridas del paso de los siglos –y de alguna que otra guerra– a parte de los 37 millones de textos, mapas, fotos, archivos sonoros y demás documentos que la institución custodia desde comienzos del siglo XVIII, cuando Felipe V aprobó el plan de crear la Real Biblioteca. Hoy, mientras paseamos por sus estancias, los 12 profesionales trabajan concentrados en pequeños tesoros de diferentes épocas.
Después
Antes
Periódicos de ABC
En una de las mesas, Santiago restaura una colección de daguerrotipos de José Martínez Sánchez, pionero de la fotografía española a mediados del siglo XIX, cuya obra quedó eclipsada por los fotógrafos extranjeros. Uno de ellos es un retrato de Antonio Sánchez, el célebre torero sevillano al que se amputó una pierna tras una faena en 1869. Unos metros más allá, Sara trabaja en un registro de la Diputación del Reino de Aragón de 1579. «Ya lo he limpiado y ahora estoy reintegrando algunas zonas», subraya.
Marisa, restauradora desde hace más de treinta años, tiene sobre su escritorio un libro de leyes atacado por la humedad que no ha conseguido datar. Calcula que es del siglo XVI o XVII. Antes de despedirse, recuerda que los primeros meses en la BNE los pasó restaurando ejemplares del diario ABC. A su lado, otra compañera también llamada Sara, intenta salvar un tratado religioso de 1553 atacado por insectos y microorganismos «que hacen agujeros en el papel que parecen líneas de metro». Y añade: «He restaurado también muchas ilustraciones de ABC fascinantes».
Salvador cuenta que cada año entran en la BNE 600.000 nuevos títulos. De cada uno, dos ejemplares. «¡Y sigue creciendo!», exclama. Aunque la mayoría es obra nueva y está en perfectas condiciones, calcula que restauran, encuadernan o revisan más de 1.200 documentos al año. «Para este trabajo no tenemos asignada una partida presupuestaria. Solicitamos dinero según las necesidades. Antes sí la teníamos y podía llegar al millón y medio de euros. Ahora gastamos unos 800.000 al año», subraya la jefa del departamento.
Después
Antes
Pocos restauradores
Casi todos los restauradores de documentos gráficos coinciden en que faltan profesionales para todo el trabajo que hay, aunque la conservación exista desde hace milenios. En la Antigüedad, para elaborar un papiro que resistiera el paso del tiempo, se tenía en cuenta el periodo en el que se cortaba la planta, la edad que tenía y la parte de la que se extraían las tiras. En Mesopotamia, Babilonia, Egipto y Roma introducían los documentos en cajas de madera con propiedades repelentes –como el nogal o el ciprés– y los impregnaban con propiedades insecticidas –como el aceite de cedro– para que los insectos no los destrozaran.
Entre los siglos I y III se empezó a utilizar el cuero para recubrir el lomo de los libros. En la Edad Media y el Renacimiento el pergamino sustituyó al papiro porque su capacidad de conservación era mayor. Y el papel de manufactura árabe, el primero que se fabricó y distribuyó en Europa, fue reemplazado por el italiano en el siglo XIII, para lograr una mayor cohesión de sus fibras y que su vida se prolongara.
Más adelante, para preservar los documentos originales de la desaparición, se copiaban. Los desgarros del pergamino se resolvían cosiendo los bordes o adhiriendo un segundo soporte para protegerlos. Los papeles degradados por la humedad y los hongos se eliminaban o se les cortaban las partes dañadas, y los dibujos eran retocados, incluso, por artistas consagrados como Rubens.
Archivo de Murcia
Gracias a este trabajo, la archivos españoles conservan millones de libros antiguos en la actualidad, aunque hasta el siglo XIX no surgen las primeras formulaciones teóricas sobre esta materia que, todavía, sigue desarrollándose. Hace un año, de hecho, la BNE anunció que «estaba utilizando la Inteligencia Artificial para la restauración y conservación de sus fondos, desarrollando algoritmos que permiten identificar y corregir automáticamente los errores y deterioros de los documentos, lo que reduce el tiempo y el coste y mejora la calidad del resultado».
Con unas instalaciones más modestas pero la misma pasión, Esther Marcos trabaja en el Archivo General de la Región de Murcia, donde se ubica el único taller de restauración de documentos gráficos de esta comunidad autónoma. «Hay pocos especialistas y mucho trabajo, bajo la creencia de que la restauración de pintura y escultura es más atractiva. Lo cierto es que, a excepción de los pergaminos y libros de la Edad Media, de los que se ocupa principalmente la BNE, la mayoría de los restauradores nos ocupamos de la documentación de los archivos, que es más fea. ¡Pero a mí esa me encanta!», señala durante la visita de ABC a su laboratorio.
En todo momento, Marcos habla con emoción de su trabajo, que se centra en documentos públicos de toda índole, desde protocolos notariales hasta registros, pasando por actas, mapas y planos de papel o pergamino, procedentes del archivo o de los ayuntamientos de la región. Su objetivo es que las hojas de esos libros, oscurecidas por la acción de hongos y bacterias, agujereadas y rotas por larvas de insectos, oxidadas por las tintas antiguas o manchadas por la acción humana, vuelvan a estar limpias para que se puedan consultar. «No olvidemos que los documentos gráficos contienen mucha más información que las esculturas. Los libros son el saber, por eso me flipó esta disciplina, porque la historia está en soportes de papel o pergamino, y si no la conservamos, perdemos nuestra historia», apunta.
«Los pelos de punta»
Sobre su mesa de trabajo hay numerosas obras escritas hace siglos, cuyas hojas enumera y desmonta para tratarlas individualmente. Luego comienza la «limpieza en seco» de la superficie con un pincel, un bisturí y distintas gomas de borrar. Elimina las arrugas con una plancha especial y las sumerge en agua para lavarlas de manera controlada. A continuación fabrica manualmente una pasta de papel con fibras de lino y algodón para reponer los huecos en un proceso que parece mágico, pues sumerge de nuevo las páginas en agua con una reintegradora especial, junto a la fibra de papel fabricada. Y, a medida que se vacía, se aprecia cómo los agujeros desaparecen, pero son intencionalmente apreciables.
«Cada vez que llega un libro nuevo se me ponen los pelos de punta. No me gusta dejarlos como nuevos, porque la pátina del tiempo desaparece y pierde su esencia. La verdad es que me encantan. Cada uno tiene su forma, estructura, esencia e historia… Todos son diferentes», comenta con una sonrisa, antes de comenzar a secar las páginas y encuadernarlas de nuevo con una aguja y un punzón en un pequeño telar... como si de un artesano del siglo XV se tratara.
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