Los Princesa de Asturias, desde la calle: de la primera cerveza al fin de fiesta
Durante el día de la entrega de los galardones, la ciudad se viste de gala, es decir, una parte de folclore, otra de etiqueta y una tercera de seguridad
El Rey destaca el valor indestructible de la cultura frente a la guerra
Oviedo
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Iniciar sesiónA las 10:18 de la mañana, en una de las cafeterías más cercanas al Hotel de la Reconquista, en Oviedo, un hombre pidió un café y se arrepintió al instante: «Mejor una 1906». «¿Y ese cambio?», le preguntó la camarera. «No me acordaba de ... que era viernes». Cualquier excusa es buena para beber, por qué lo iba a ser un viernes, y más aún si hablamos del viernes que se entregan los Princesa de Asturias y la ciudad se viste de gala, es decir, una parte de folclore, otra de etiqueta y una tercera de seguridad (era más fácil tropezarte con un agente que con una gaita, y ya es decir).
El hotel fue el centro del sarao por la mañana. El salón se reconvirtió en una sala de prensa improvisada, cámara por aquí y por allá, canutazos, declaraciones, política… Esa rutina. Carmen Linares reía recordando su encuentro con los Reyes. «No sabía a quién saludar primero, pero la reina me abrió su abrazo nada más verme». El protocolo, a veces, es un jaleo: con esa misma duda el besamanos de los Reyes se convirtió en un baile de manos; nadie atinaba el orden exacto de la ecuación.
En el salón, Eduardo Matos Moctezuma caminaba sin hacer ruido. ¿Está nervioso? «No, no, solo me preocupa mi garganta… Ha sido una semana intensa». En la comida, por lo visto, Juan Mayorga, que ejerció de actor el miércoles, en Avilés, también se quejó de la voz. Pero luego en el escenario nadie notó nada y los discursos fluyeron con naturalidad.
Fuera del hotel, decenas y decenas de personas miraban la puerta del Reconquista como si fuera la Puerta de Ishtar y dentro se celebrase un banquete de proporciones míticas. Pero luego los invitados salieron con normalidad, con las corbatas en su sitio. Tres jóvenes mostraban sus vestidos de asturianas y probaban el vuelo de la falda. ¿Qué bailáis? «Depende».
Hacia las cinco y media ya las calles eran un barullo de viento y percusión. Había mucho ambiente, aunque se podía caminar entre la muchedumbre. Era una fiesta, pero cómoda. Algunos aprovechaban para colocar sus pancartas: «No más matanzas de lobos». La reclamación era bilingüe: «Llobu vivu y protexíu»...
La acción, claro, no tardó en trasladarse a las inmediaciones del Teatro Campoamor, que es donde se celebra todo, al cabo. En los edificios vecinos algunos privilegiados se acodaban en los balcones. Había banderas, sí, y también un cartel de «se vende edificio». Lo tuvo que ver media España.
Llegaron los galardonados cada uno a su manera, Eduardo Matos entró solo, y saludó divertidísimo ante las cámaras. Yann LeCun y Demis Hassabis reiteraron sus modales exquisitos. Ellen MacArthur sonrió con ganas en la alfombra azul. Y Adam Michnick se pasó de frenada (iba cabizbajo) y casi no se detuvo para la fotografía, pero enmendó su error a tiempo y dedicó al personal el símbolo de la paz. Lo mismo le pasó a Shigeru Ban. Y Mayorga apareció con discreción y educación y se llevó la mano al pecho en señal de agradecimiento.
Carmen Linares y María Pagés, divertidísimas, con un andar que decía un montón cosas, desataron unos aplausos sonorosísimos, que destacaban por encima de la música, siempre altísima. Por detrás, a muchos menos decibelios, se escuchaba el tradicional «fuera, fuera, fuera» con el que siempre compiten las gaitas.
Más aplausos para los Reyes, que saludaron en trescientos sesenta grados. Cuando entraron, cerraron las puertas y ya la fiesta sucedía en otra parte. El jaleo se disolvió pronto, aunque hubo quien se demoró: fuera, unos cantaban «que viva la lucha de la clase obrera»; dentro María Pagés y Carmen Linares daban la sorpresa con su arte.
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Se doblaron las pancartas como se doblan las sábanas: en pareja. Y la gente se recogió a sus casas o a las terrazas, en una procesión como de seis de la mañana…
Dentro, Juan Mayorga citó a su hija Raquel, Adam Michnik al Quijote, Eduardo Matos Moctezuma a Miguel de Unamuno y Ellen Macarthur a Juan Sebastián Elcano. Fuera, una mujer estaba eufórica: «La he visto así, por una ranura». Y otra, no muy lejos, soltaba: «Venga, pues a dormir». ¿No terminan así todas las fiestas?
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