Tristán es un héroe en Valencia
Crítica de ópera
A este 'Tristan' acuden muchos jóvenes, abundante público extranjero, sumado al habitual, se escuchan conversaciones sobre la calidad de la obra y la ejecución, y se merienda en los intermedios. Se quiere pasarlo bien. Y, claro, se aplaude
El Palau de Les Arts de Valencia quiere ser mucho más que un teatro de ópera
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'Tristán e Isolda'
- Libreto y música Richard Wagner
- Dirección musical James Gaffigan
- Dirección de escena Àlex Ollé (La Fura dels Baus)
- Escenografía Alfons Flores
- Vestuario Josep Abril
- Iluminación Urs Schönebaum
- Video Franc Aleu
- Intérpretes Intérpretes Stephen Gould (Tristan), Ain Anger (König Marke), Ricarda Merbeth (Isolde), Claudia Mahnke (Brangäne), Kostas Smoriginas (Kurwenal), Moisés Marín (Melot), Alejandro Sánchez (timonel), Cor de la Generalitat Valenciana, Orquestra de la Comunitat Valenciana
- Lugar Palau de les Arts, Valencia
Aún sonaba la última nota y ya arreciaba una abrumadora ovación señalando el final de la representación. Habían transcurrido cinco horas de espectáculo, eran las doce de la noche, el esfuerzo había sido mayúsculo, pero nadie estaba dispuesto a renunciar a la alegría de una ... jornada que (algunos lo decían) recogía las mieles de viejas batallas. Ahora es 'Tristan', como en 2009 fue aquella 'Tetralogía' que, según se explicó anticipaba el futuro permitiendo al Palau de les Arts situarse en una posición internacional indiscutible por su capacidad para abordar cualquier empresa escénica.
Entonces, al frente de la aventura wagneriana estuvieron Helga Schmidt, Carles Padrissa (La Fura dels Baus) y Zubin Mehta, quien todavía dirigió una versión semiescenificada de 'Tristan' en 2012; como ahora lo hacen Jesús Iglesias, Àlex Ollé (La Fura dels Baus) y James Gaffigan. Suena parecido, pero la distancia temporal, la definición personal, la dimensión artística, incluso la capacidad financiera demuestran que todo ha cambiado mucho.
Es improbable, por tanto, que Valencia aplauda sintiéndose participe de una causa común, que podría denominarse wagneriana. De hecho, la ópera actual apenas marca territorios, inmersa en un intercambio en el que todo puede ser conveniente, en un mundo que traslada ideas y producciones, y en una afición que digiere e interviene poco. Las diferencias son de detalle y más cercanas a la degustación.
En el caso de Valencia se asiste relajadamente y de forma plural. A este 'Tristan' acuden muchos jóvenes, abundante público extranjero, sumado al habitual, se escuchan conversaciones sobre la calidad de la obra y la ejecución, y se merienda en los intermedios. Se quiere pasarlo bien. Y, claro, se aplaude, y de forma mucho más intensa a los más cercanos: a Gaffigan, porque es el director musical del teatro, y a la orquesta cuando se pone en pie porque es de la Comunitat Valenciana y además juega en una liga principal. No se puede discutir, pues tocan estupendamente, de forma expansiva y elocuente, no exquisita en el primer día de función, pero es que así lo manda Gaffigan.
Bajo su dirección, 'Tristan' es un cuadro soleado, donde las tinieblas, los tornasoles, los odios encastrados y los amores enloquecidos se muestran de una forma vívida, exultante, tan real, tan evidente, tan ampulosa, tan en la tierra, que el filtro mortal que lleva a los amantes a morir en pleno éxtasis carece de poder alucinógeno aun produciendo dilatación pupilar y una euforia desmedida.
Se ve en la cara de dos cantantes de quilates como Stephen Gould y Riccarda Merbeth, cuya presencia física y vocal es notable, a estas alturas poco ágil. Saben lo que tienen entre manos porque lo han sufrido muchas veces, tanto morir y tanto renacer. Y se nota en la pericia con la que guardan sus mejores armas para el tercer acto (por sí solo un Everest) y porque agota escucharlos tan calantes, tan faltos de emoción melódica, tan cómplices de Gaffigan en su empeño por ofrecer un 'Tristan' en alta definición, en el que la emoción deje lugar a una farsa con lágrimas artificiales. Ambos solistas tienen mucho en común, pues los dos preservan un agudo potente y una voluntad de hierro, aunque Gould sufra más el desgaste físico y musical. En otro mundo, Claudia Mahnke va poco a poco moldeando a Brangäne y de ella quedan detalles más depurados.
Tras la batalla, Gould y Merbeth fueron los primeros en saludar, como es propio. Los primeros en sonreír, en recoger los mil aplausos que reconocían el esfuerzo y la voluntad por sobrevivir queriendo ser jóvenes, aguerridos y lunáticos. Era fácil porque este 'Tristan' les habla precisamente de ello mientras congela su dramaturgia bajo un satélite inmenso que Ollé inventó en 2011 convencido de que esta ópera interesa por la inmovilidad de una metáfora capaz de determinar un espacio ¿místico? en el que prevalezcan los asuntos del alma antes que los del corazón. Baja la luna y en su interior se cuecen las desventuras vividas en la corte de Marke, soportadas por la concavidad y las escaleras de Escher. Se vuelve convexa y marca una frontera entre la realidad marítima y el espacio apocalíptico en el que los dos amantes culminan su enamoramiento. La idea es evidente, tópica y poco animosa. Dibuja un ambiente inmediato, niega a la sinrazón la posibilidad de un vivir acelerado, desdibuja encuentros trascendentes, miradas furtivas y deseosas porque falta teatro, gestualidad, y porque el todo es un entorno meramente ilustrativo, demasiado manido.
Y aún se aplaude lo que se ve. Quizá porque, al final, hay una sensación de totalidad, que convierte el llegar a la meta en toda una hazaña; la impresión de haberlo conseguido sin recabar en la pesadumbre de una realización cuya importancia histórica vendrá determinada por el voto popular, potente y determinante según contabilizarán quienes quieran añadir peso específico a las hazañas wagnerianas emprendidas en Valencia.
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