TEATRO Real
Una 'nariz' digna de admiración
«Lo escatológico y lo corrosivo, la sátira y la frivolidad, todo ello forma un absurdo universo de sinrazones»
Anne Igartiburu mete la nariz en el Teatro Real
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Iniciar sesión'La nariz'
- Ópera de Dmitri Shostakóvich Dirección musical: Mark Wigglesworth Dirección de escena: Barrie Kosky. Intérpretes: Martin Winkler (Kovalyov), Alexander Teliga (Iván Yákovlevich), Andrey Popov (inspector de policía), Anton Rositskiy (nariz), Margarita Nekrasova (Podtóchina), Iwona Sobotka (su hija), Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Teatro Real, Madrid
El teatro de Barrie Kosky ejemplifica el riesgo, la emoción, lo imprevisible, la posibilidad de encontrar dimensiones inéditas ante lo conocido y descubrir espacios inimaginables frente a lo ignorado. Poco divulgado en Madrid -quizá a excepción de las reposiciones de su 'Flauta mágica'-, ... el oficio le ha llevado profanar obras sagradas desde Wagner a Offenbach, de Janácek a Verdi, demostrando que tras el pecado se encierra siempre una extraordinaria capacidad para leer los textos con precisión e interpretar las partituras con exactitud quirúrgica.
Estos días se presenta en el Teatro Real su producción para 'La nariz' de Dmitri Shostakovich, producida a medias entre el teatro madrileño, la Royal Opera House, la Komische Oper Berlin y Australia, un título maldito desde el origen cuando tras el estreno en 1930 fue sentenciado al olvido gracias a la intervención justiciera y moralista del régimen soviético de Stalin.
Aquellos dirigentes tenían razones de peso pues es obvio el sentido crítico de la obra, basada en un cuento deNikolai Gogol dispuesto, en su caso, a ironizar sobre la administración zarista, a partir del lamento de Platón Kuzmitch Kovalev, quien una mañana se despierta descubriendo que su nariz ha desaparecido y le supera en su ascenso social. Pero la crítica política es una piel que cubre 'La nariz' escondiendo otras referencias no menos insidiosas y evidentes, en la letra y en la brutalidad de una partitura que camina desde la onomatopeya a la parodia, y cuya condición dramática sorprende a cada compás.
La versión musical que Mark Wigglesworth ofrece en el Real explica este pormenor al colocar a la orquesta del teatro en una posición ácida, cortante, angulosa y no menos acelerada. También en el ritmo interno, en la vorágine que se procura transmitir se pone de manifiesto uno de los atractivos y de las dificultades de la obra. En ese contexto, que Martin Winkler dé vida al protagonista con semejante seguridad quiere decir que se deja la piel interpretando un personaje a cuya dificultad vocal se une la obligación de estar en constante movimiento, de estar permanentemente pendiente del gesto y de la expresión.
Delirante
Pero hay que volver a Kosky para entender que también en la sustancia coral de 'La nariz', con sus más de 80 personajes cantados y hablados, interpretados aquí con un nivel excelente por una treintena de solistas además del coro, radica la cimentación de un espectáculo que crece hacia lo delirante. En alguna ocasión, el director australiano se ha reído de sí mismo al definirse como «canguro, judío y gay».
Habría que añadir a ello la condición de berlinés prohijado -llevada con enorme dignidad como director de la Komische Oper- para acabar por perfumar un batido que excelentemente agitado reconstruye 'La nariz' con reminiscencias hacia el influjo transgresor del cabaré de la República de Weimar. Lo escatológico y lo corrosivo, la sátira y la frivolidad, todo ello forma un absurdo universo de sinrazones que implica insertos prodigiosos como el baile de claqué de muchas narices con piernas de hombre o las mesas de 'rickshaws' en movimiento, y alguno no tan redondo como la explicación final que da la presentadora Anne Igartiburu con la que se trata de dar sentido al despropósito.
Queda entre lo mejor las inmediatas interpretaciones surrealistas, inevitable entre otras, la consideración sexual del apéndice nasal y la pérdida como ejemplo de castración. Alguna risa, un punto ahogada aunque cercana a convertirse en carcajada -el sagrado espacio del Real no da para mucho más-, se escuchó en el estreno de anoche cuando el pobre de Kovaliov recupera su nariz convertida en todo un pene flácido. Definitivamente, la realidad y la caricatura se unen en el dislate.
Y no solo eso. Pues hay algo en la propuesta de Barrie Kosky que termina por dejar un regusto incómodo, más allá de la aparente facilidad con la que se trata el asunto, al proponer la posibilidad de acercarse a Kovaliov con la compasión de quien se ablanda ante un pobre sometido al que se debería otorgar algo de cariño. Verle, en esa misma escena, agotado, tirado por el suelo y zarandeado, apenas vestido con unos calzoncillos sucios, implica clemencia por mucho que resulte un tanto incongruente.
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Está claro que un tontaina bobalicón como él merece poco respeto: su altivez, soberbia y orgullo representa todo aquello de lo que habría que abominar. Sin embargo, a Kosky se debe la posibilidad de encontrar un punto inédito en la historia, un guiño de humanidad y realismo en un escenario que es pura alucinación y en el que tantas buenas razones teatrales e ideológicas se entrecruzan. Merece la pena asomarse a 'La nariz', pues hay en este desenfreno mucho por descubrir y admirar.
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