Serrat se despide con un concierto histórico y un nudo en la garganta
El cantautor selló su adiós definitivo a los escenarios con un emocionado y emocionante recital en el Palau Sant Jordi
Barcelona
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Iniciar sesiónOvación de las que no se olvidan nada más empezar, salvas de aplausos continuas y alguna que otra lágrima deslizándose por los surcos de 'Paraules d'amor', favoritísima del público que durante tres días ha subido al Palau Sant Jordi para hincar la ... rodilla ante el 'noi del Poble Sec'. También a él se le ve emocionado y conmocionado. «Esta noche proclamo solemnemente mi adiós por voluntad propia», anuncia.
Extiende muchos los brazos, como si quisiera abarcar todo el recinto y abrazar al público, a las 15.100 personas que llenan el Palau Sant Jordi, una vez más. La última ya. Porque, ahora sí, se acabó la fiesta. Se encienden las luces, caen banderas de papel y guirnaldas, y Joan Manuel Serrat se despide de ustedes. De todos nosotros. Se va. Para cuando lean esto, el cantautor barcelonés habrá bajado definitivamente la persiana de los conciertos y su relación con el directo será cosa del pasado. 'Temps era temps', sí, como la canción con la que empieza a enfilar la senda del adiós. No está ahí Scorsese para grabarlo, como en el último vals de The Band, pero las cámaras de TV3, que emitió el concierto ayer mismo, no pierden detalle. Algo es algo.
En el palco, casi pleno de representación política, con Pedro Sánchez, Miquel Iceta a la cabeza. Así, a ojo, empate de aplausos y abucheos.
El caso es que, ahora sí, se va, se fue, Serrat. Quedan sus canciones, claro, y la posibilidad cada vez más remota de que vuelva a asomar la cabeza por un estudio de grabación –su último disco, 'Mo', se remonta a 2006, así que mejor no hacerse demasiadas ilusiones–, pero los conciertos son capítulo cerrado. Ya lo dijo el martes y lo repitió anoche. «Es inevitable que todo lo que empieza se tiene que acabar». Atrás quedan las 74 fechas de la gira 'El vicio de cantar' y atrás queda también la 'mascletá' final en el Palau Sant Jordi, a escasos dos kilómetros de ese número 95 de la calle Poeta Cabanyes que en 1943 vio al nacer al cantor con alma de marinero.
57 años sobre las tablas
45.300 personas y tres noches de entradas agotadas. Suficiente para que toda Barcelona, la de los mil perfumes y mil colores, «la que se'm gira d'esquena I la que em dóna la mà», acuda en procesión a despedir a su voz más universal. Al cantautor transoceánico que supo cantar como nadie a sus queridos poetas. Lejos, en algún rincón perdido de la memoria, ecos del 4 de mayo de 1965, fecha señalada en la que un Serrat con peinado de monaguillo y traje de boda se subió por primera vez a un escenario, en Esplugues de Llobregat, para descorchar canciones como 'El mocador', 'La mort de l'avi' y 'Una guitarra'.
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Sólo esta última, en versión algo accidentada pero deliciosamente emocionada, suena en Barcelona porque, ya se sabe, 'temps era temps' y desde entonces a Serrat se le han llenado los bolsillos de canciones. Material sensible cultivado durante seis décadas del que el Nano sólo puede ofrecer un pequeño 'tastet'. Una veintena de canciones para resumir toda una vida. Difícil, ¿verdad? Sobre todo porque lo que articula el repertorio de Serrat no son simples canciones. Nada de eso. Son las lágrimas de Nochebuena con 'La saeta' y 'La tieta' sonando en el funeral. Son pedazos de vida compartidos y traspasados. Son refugio y memoria de varias generaciones. Son, en fin, el bolso de piel marrón de 'Penélope' y la más bella historia de amor de 'Lucia'.
Así que se va Serrat y lo queda en el Sant Jordi es una noche de nudos en la garganta, canciones a flor de piel y emociones a ratos contenidas y muchas veces desbordadas. Queda el ímpetu estremecedor de 'Cançó de matinada', la voz temblorosa pero firme de una 'Para la libertad' ilustrada con grafitis de Banksy, y la nostalgia agridulce de 'Me'n vaig a peu'. Y queda también la discreta elegancia de un Serrat que ideó un adiós sobrio, sin invitados ni demasiadas sorpresas. Sólo él, sus canciones y sus músicos.
En el palco, casi pleno de representación política, con Pedro Sánchez, Miquel Iceta a la cabeza. Así, a ojo, empate de aplausos y abucheos. En el escenario, Serrat, trovador de trovadores, regresando a la colosal 'Pueblo blanco' mientras invita a burlar la nostalgia. Nada de lágrimas. Y si las hay, que sean de alegría. «Será el último concierto, pero me lo quiero pasar de cojones, así que dejen de lado cualquier nostalgia. ¡Esto es una fiesta!», exclama justo antes de traerse de vuelta una escalofriante 'Cançó de bressol'.
Son solo dos horas, apenas un suspiro para contener tanto golpe y tanto verso. Aún así, se las ingenia Serrat para cubrir casi todos los frentes: la ironía política de 'Algo personal', el clamor climático de 'Pare' y 'Plany al mar', el recuerdo a Miguel Hernández en 'Nanas de la cebolla', el orgullo local de 'El meu carrer' y 'Barcelona i jo'...
Puede que no sea el repertorio soñado por los más 'serratianos' y que se acusen demasiadas ausencias (¿quién no habría cambiado 'Seria fantàstic' o 'Es caprichoso el azar' por, ay, 'Romance de Curro el Palmo' o 'El titiritero'?), pero no es noche para ponerse quisquilloso. Menos aún después de ver cómo consigue que todo el Sant Jordi contenga el aliento mientras se proyecta en el crepúsculo de una grandiosa 'La tieta' y, acto seguido, pone a todo el mundo en pie con 'Mediterráneo' y 'Cantares'.
La historia, golpe a golpe y verso a verso. «Es inevitable que las cosas que empiezan acaben. Y acaben bien», dice Serrat antes de acunar 'Paraules d'amor' junto a un coro de 15.000 voces y poner rumbo a la salida con 'Fiesta'. Y se va. Y vuelve a salir con 'Una guitarra'. A la tercera, ahora sí, desaparece. De vuelta a casa, rumbo a la eternidad. Se había propuesto no llorar, pero seguro que alguna lágrima se le escapó.
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