El rock nostálgico de los Guns conquista el Metropolitano
La banda estadounidense, en un concierto de más de 3 horas, deleita a una ciudad entregada
Guns N' Roses actuarán el 9 de junio en Madrid y el 12 en Vigo
Guns N'roses
Pocas cosas quedan por decir sobre Guns n' Roses. Tras admirarles desde la distancia durante años, llegan a Madrid para un merecido baño de masas. Hay jóvenes que arrastran a los padres, veteranos que han conseguido liar a los sobrinos y esa vibración ... que cruza el aire cuando va a pasar algo grande.
Arrancan puntuales con 'It's so easy', un rock oscuro donde el registro grave de Axl roza lo fantasmagórico. Sigue 'Bad Obsession', rock n'roll clásico de esos que cada día suenan más a reliquia y, por ende, mejor.
El primer gran hit es 'Welcome to the jungle', que hace temblar a un feudo atlético semi-lleno. Empieza a entrar en juego Slash, uno de los grandes guitarristas de la tradición, con el primero de sus solos kilométricos. Tiene mucho 'feeling' el británico, no es mecánico y domina el instrumento sin aparente esfuerzo.
A su lado, y para que él pueda lucirse, Richard Fortus empuña la segunda guitarra en ese rol que nunca llama la atención pero actúa de 'pegamento' musical.
En 'Mr. Brownstone' y 'Hard Skool', Slash se desata y muestra casi todos los trucos guitarrísticos que caben en el rock. Toca el 'slide' excediendo los límites físicos del mástil, desenfunda la 'talk box' y, entre 'bends' y 'pull-offs', encuentra siempre una nota más. Sus solos no resultan repetitivos (algo difícil teniendo en cuenta que son larguísimos) y el público celebra todos como una remontada agónica.
Sigue 'Absurd', con Axl Rose tirando de guasa al presentarla: «ahí va una de amor». Una letra rabiosa esconde la tristeza del hombre sensible que no se explica el mal; me aventuraría a decir que es de las más personales y duras para la banda.
'Live and let die', originalmente del zurdo de Liverpool, es de lo mejor. Gran papel de todos, que modifican a McCartney añadiéndole al tema un doble tiempo canalla. 'Wichita Lineman', acústica, es una idea brillante pero la ejecución fracasa. Perdidos, terminan a duras penas tras un rato 'cruzados' y con Slash sufriendo para domar la guitarra acústica. El combate, reconozco incrédulo, lo gana ella. Antes del estrépito, triunfa Axl, mostrando que si no tuviera que forzar apenas se le notarían los años.
En el apartado de grandes composiciones, destaca 'Anything goes', un divertido rock que sugiere pero no acaba de incorporar el '& roll'. La propuesta musical es la de divertirse sin inventar. Las canciones se tocan igual que suenan en el disco (que es lo que quiere el cliente) y, como mucho, se extienden para que Slash deleite.
Tras el enésimo solo, un error de novatos. Suena 'T.V Eye' y canta Duff McKagan, bajista. Hasta este momento, Axl Rose estaba convenciendo. Todos en el estadio somos conscientes de que la edad no es solo un número y el dinámico frontman se defiende con clase, pero, tras McKagan, la realidad le sentencia. Afina perfecto, entona con fuerza y, sin sufrir, pasa de un susurro al clásico berrido 'heavy'. La comparación destroza al líder para el resto de la noche, que ya no volverá a sonar igual.
Arranca entonces la traca final, en la que sonarán todos los hits que aún faltan. Casi sin respiro, hilan 'Don't cry', balada donde brilla el Axl Rose comedido; 'Civil War', épica; 'Sweet Child O'mine', precedida por un solo estratosférico de Slash; 'November Rain', que recuerda un poco al gran Elton con Axl al piano; 'Knocking on Heaven's door', eterno Dylan y «Night train», que prepara los bises.
Entre el éxtasis generalizado y el agotamiento (el concierto se va a las tres horas y media), Guns and Roses cierra con 'Paradise City', himno generacional. El reloj marca la una de la mañana y el Wanda se vacía rápido. Pronto, el ruido de los cláxones sustituye a la distorsión y la vida, igual que la marea, vuelve a su sitio.