La dorada tribu: Carla Bruni, de cantautora melancólica a musa matrimonial

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El gran estirón popular lo logró en cuanto decidió perder estatura, al costado de Sarkozy, gracias a olvidarse los tacones del pasado, que trotaron lo suyo. La Carla de tacones desfilaba de maniquí con más tarifa que convencimiento, y ya tenía medio en marcha la vocación de cantante lánguida y malignamente angelical. Era cuando estaba entre Clapton y Jagger, porque Carla era dada a cambiar pronto de hombre, como en algún momento diagnosticara el propio Clapton.

Yo no sé si va a quedar entre las cantautoras del noventa, pero sí va a quedar seguro como una especie de Jackie Kennedy a la francesa y con guitarra. Digo lo de la guitarra porque la señora Bruni transparenta a veces a Carla, la cantautora. Su disco último, salvo que mal recuerde, se titula 'French touch', y en él Carla reúne un cancionero mítico, pero de otros, desde los Stones a Lou Reed, o Depeche Mode. Y ella les da su toque, que es color nostalgia parisina. Vuelve, de tarde en tarde, a la guitarra, que es volver de algún modo a la soltería.

Carla, como cantante, viene de muy atrás, de cuando sus oficios de modelo, donde pilló caché, pero no dicha. Fue una más de las muchachas gloriosas que hicieron de la maniquí un estrellato, en los noventa, ahí en el ramo de Claudia Schiffer o Cindy Crawford. Ella arriesga que la moda la ha hecho más sencilla, y ve personalidad propia en la alternancia de la voluptuosidad de Dolce&Gabanna y el perfeccionismo de Valentino.

Lo vimos en su desempeño de primera dama francesa. En Madrid, hace un tiempo, cuando una cumbre de política francoespañola, hubo gran duelo de harapos de oro, entre Doña Letizia y ella, para lujuria de las peluquerías y cromo histórico de la prensa mundial. El gentío debatió sobre los tacones de Doña Letizia y sobre los tacones que apenas llevaba la Bruni, y acabaron ganando las dos.

La cantante Carla Bruni ya se ve poco, y obviamente se ve poco la primera dama, aquella que cumplía adornada de Dior, fundamentalmente, y podía citar en privado a algún poeta simbolista. Yo entonces, y aún hoy, aprecio mucho el momento en que no es ni consorte ni cantautora ni famosa ni nada, sino Carla, una mujer bella, esbelta, leída, lírica y tirando a melancólica, que es como la definen los que la conocen a fondo, que no son muchos, a pesar del nutrido currículum internacional en hombres que le han venido atribuyendo por ahí.

Estamos ante una guapa que hubiera contado de musa para Coco Chanel o Saint Laurent. Lo único, que despista un poco cuando hace manitas un poco de Miss con el marido contento ante los flashes. Ha fomentado para sí misma un aire de Andrey Hepburn cruzada de Jane Birkin, o al contrario. Pero sospecho que va a quedar como una Jackie Kennedy con más desnudos de subasta que gafas de aeropuerto.