El 'Macbeth' de Plensa: un concierto con esculturas y danza

El artista barcelonés se estrena como director de escena en el Liceo con una ópera visualmente bella pero dramatúrgicamente ineficaz

Plensa y Radvanovsky se conjuran para que la ópera no se duerma

Radvanovsky, como Lady Macbeth en el montaje de Plensa David Ruano

Pep Gorgori

Barcelona

Hay que tener una gran osadía para, al estrenarse un artista plástico como director de escena en una ópera, afirmar que la pretensión de su debut es «transformar algo que parece haberse quedado congelado en un momento concreto de la historia». Lo justificaba Jaume Plensa ... afirmando que ha tratado de vestir al 'Macbeth' de Verdi de un aliento poético, abstracto, abierto a la interpretación de los espectadores, estableciendo un diálogo creativo entre Shakespeare, Verdi y el arte contemporáneo. La idea es buena. Y vistosa. Pero en absoluto nueva. De hecho, es exactamente el mismo punto en el que la ópera quedó «congelada» desde el preciso momento de su invención.

Ópera

Macbeth, de Verdi

  • Música: Verdi.
  • Intérpretes: S. Radvanovsky, L. Salsi, E. Schrott, F. P. Galasso. Orq. y coro del Liceo. J. Plensa, dir. Escénica. J. Pons, director.
  • Fecha: 16 de febrero.
  • Lugar: Gran Teatro del Liceo, Barcelona.

A mediados de los 70, los musicólogos hallaron un tratado escrito hacia 1630. Monteverdi había estrenado 'L'Orfeo' en 1607, y las otras dos óperas que de él nos han quedado no verían la luz hasta una década más tarde. El género estaba en pañales, pero ese tratado anónimo, titulado 'Il corego', ya sentaba las bases teóricas de lo que tenía que ser un director de escena. Y lo hacía retomando la figura del 'choregos', que en la Grecia clásica se encargaba de poner a punto los decorados en las representaciones teatrales. Roger Savage y Matteo Sansone estudiaron a fondo este texto, y en 1989 publicaron un estudio que hoy sigue siendo de referencia.

Según el tratado, este 'corego' asumía los trabajos o coordinaba la labor de todo lo relativo a carpintería, albañilería y arquitectura para construir el escenario, pero también se esperaba de él que incorporase creaciones pictóricas, vestuario y, aún más notable: que diese instrucciones a los intérpretes para moverse y actuar de una manera adecuada, incluyendo además la danza en el conjunto. Como si de una oferta de empleo se tratase, también se valoraban conocimientos sobre el arte de la guerra y la lucha para recrear batallas, conocimientos de mecánica para manejar bien la tramoya, y de iluminación.

Más tarde, Wagner habló de la «obra de arte total» como objetivo último de sus óperas y, ya en el siglo XX, Massine, Diaghilev, Stravinsky, Falla y Picasso colaboraron para crear ballets donde confluían varias disciplinas artísticas. Hará falta algo más que poner algunas esculturas de Plensa en el escenario para renovar un género que lleva cuatrocientos años repensándose.

La dirección actoral y de movimientos es tan sutil que apenas se percibe DAVID RUANO

Todo esto, para decir que la propuesta escénica de Plensa no aporta ninguna novedad significativa, y además es casi tan estática como una ópera en versión de concierto, solo que con elementos de su lenguaje. El barcelonés es un maravilloso artista plástico, y realmente crea imágenes de una enorme belleza poética. Sería muy injusto no reconocerlo. Pero no es un director de escena. Con la caja escénica completamente abierta —es increíble que los teatros de ópera sigan tolerando estas prácticas por parte de los directores de escena—, condena a los intérpretes a cantar en el proscenio, solos, en medio de un inmenso vacío, para hacerse escuchar. El coro, que más estático ya no puede ser, apenas se escucha cuando canta desde unos pasos por detrás. La dirección actoral y de movimientos es tan sutil que apenas se percibe, y el conjunto acaba jugando en contra de la trepidante acción dramática verdiana.

El montaje lo salvan, cómo no, todo el resto de participantes. Radvanovsky explora el límite de sus posibilidades vocales con esta Lady Macbeth que se prodiga en virtuosismo y dominio de su instrumento. Luca Salsi, Erwin Schrott y Francesco Pio Galasso se llevaron una generosa ovación como Macbeth, Banco y Macduff respectivamente.

Excelente trabajo de Pons al frente de la orquesta, pese a un inicio un tanto dubitativo. Magistral coreografía de Antonio Ruz, que dio vida a las inquietantes brujas, salpicando con sus danzas toda la ópera, y no solamente el fragmento del tercer acto donde se inserta, propiamente, el ballet. Al terminar, aplausos fervorosos para Plensa y su equipo. Será que no está hecha la miel para la boca del asno, pero quien firma este artículo cada día entiende menos la actitud del público liceísta hacia las puestas en escena.

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