Hazte premium Hazte premium

«La traviata» rompe noventa días (y un minuto) de silencio en el Teatro Real

El coliseo madrileño, primer teatro de Europa en ofrecer ópera tras el cierre provocado por la pandemia, volvió a abrir sus puertas con el título verdiano

Escena del célebre Brindis en el montaje del Teatro Real Javier del Real
Julio Bravo

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Segundo acto. Tras una severa conversación, Violetta Valèry le suplica un abrazo a Giorgio Germont. «¡Abráceme como a una hija!» Giuseppe Verdi y su libretista, Francesco Maria Piave, imaginaron en esos momentos a los dos personajes fundidos en ese fraternal gesto. Pero son tiempos marcados por los (necesarios) protocolos sanitarios y el respeto a la distancia social es hoy en día imprescindible. Y así lo cumple esta «Traviata» con la que el Teatro Real ha reanudado su actividad, y que le ha convertido en el primer teatro europeo que ha acogido una ópera en su escenario. Lo ha hecho, eso sí, de forma semiescenificada, y no con la producción de Willy Decker que tenía programada -había, en el patio de butacas, quien prefería el movimiento escénico diseñado por Leo Castadi al minimalista y muy celebrado montaje del alemán-.

No era la solemne inauguración de la temporada, pero en el Teatro Real se vivía un ambiente similar. La ebullición habitual del vestíbulo en estas ocasiones no tenía lógicamente nada que ver, ya que el coliseo había dispuesto franjas horarias para el ingreso de los los espectadores según estuvieran sentados en una u otra zona del teatro, y había acotado también sus movimientos por el edificio. Además, tan solo se abrió el cincuenta por ciento del aforo; es decir, 849 personas. Pero había nervios entre el personal del teatro, deseoso de que todo saliera bien. Para procurarlo, las entradas telemáticas se habían enviado al correo electrónico de cada espectador, y tanto si éste la había imprimido como si la llevaba en su teléfono móvil, nadie más que él la tocaba, y el control se realizaba a distancia mediante un lector electrónico.

Un chorrito de gel hidroalcohólico, una alfombrilla desinfectante y un arco de seguridad detector daban la bienvenida a los espectadores, que ya a las siete de la tarde, una hora antes de que comenzara la representación, y momento en que se abrieron las puertas del coliseo, esperaban en sus alrededores envueltos en un calor sofocante. Entre el público había una variopinta indumentaria: desde quien conjuntaba las preceptivas mascarillas con su vestuario -la guinda del pastel la puso un atildado espectador con una mascarilla cubierta de purpurina-, hasta quien mostraba un reloj con la leyenda «E tardi!», una de las frases que pronuncia Violetta en el último acto.

Y -la ocasión lo merecía-, una nutrida representación oficial: las vicepresidentas Carmen Calvo y Nadia Calviño, el ministro José Luis Escrivá -se echó de menos al titular de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes-; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso; y el alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida,

Delante de cada butaca, y también en las barandillas de los palcos, un cartel con recomendaciones y un código bidi con el que poder descargarse en el móvil el programa de la función. Si alguien quería el tradicional librito -en el Teatro Real está disponible en una mesa en el vestíbulo-, podía pedírselo a uno de los acomodadores, que se lo entregaba de manera individual.

Y es que la producción fuera del escenario ha sido tan laboriosa como poner en pie la ópera. Más de cincuenta personas -un número sensiblemente mayor de lo habitual- cuidaban en la sala de que todo funcionara perfectamente. Si se acumulaban varios espectadores e impedían que se guardara la distancia de seguridad con otros grupos, lo advertían educadamente, y cuando se aproximaba la hora del comienzo o la reanudación del espectáculo pedían a los espectadores que se dirigieran a sus localidades.

Evitar las frecuentes aglomeraciones que se producen en el vestíbulo principal del teatro los días de función, tanto antes de su inicio como en los descansos, era el objetivo principal de los responsables del teatro. Para ello multiplicaron por el edificio las barras de bar y los baños -en la planta baja, donde no hay ninguno construido, se ha instalado uno-, además de prolongar el descanso hasta los cuarenta minutos.

La voz, a través de la megafonía, de Iñaki Gabilondo preludió el preludio musical. «Nos conmueve y estimula que estén aquí», dijo en nombre del Teatro Real; citó a Cervantes al definir el propósito de la ópera, «componer los ánimos descompuestos», y recordó que con esta representación, un hito en la historia del coliseo madrileño, «se ponía fin a noventa días de silencio en el escenario, con la vida suspendida». Un silencio que se prolongó un minuto más, para que el público rindiera con él homenaje a las víctimas del covid-19, alguna de ellas vinculada al Teatro Real.

La representación tuvo aspectos inéditos: la mascarilla que llevó durante toda la ópera la cuerda; la que llevaba, hasta que llegó al podio, el director de orquesta, Nicola Luisotti; la amplitud del foso para permitir una mayor distancia entre los músicos; la división del escenario en cuadrículas de dos metros cuadrados marcadas en rojo; la falta de contacto físico entre los intérpretes... y la muy llamativa ausencia de toses. Pero hay cosas que no cambian: los indiscretos parloteos de algunos espectadores y las molestas luces de sus teléfonos móviles: en esto, la nueva normalidad es la vieja normalidad.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación